De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda convertir en «inteligentes» las cosas mundanas, una tendencia de lo smart que se impone ya en el hogar y cuya última frontera es colonizar el ámbito más privado de las personas, su propio cuerpo.
Los sensores, cada vez más pequeños y baratos, son el elemento clave de esa visión del sector tecnológico que ambiciona una sociedad en la que todo esté conectado a internet ya sea para que la nevera notifique que se acabó la leche o para que un aparato le pida al usuario que se levante del sofá para ir al gimnasio.