“El periodismo es el arte de entender la realidad, de entrar en un compromiso moral, esencial, que es el de saber que son los demás, los otros, los que tienen la información y los datos que debemos obtener”, apunta Juan Villoro.

Y lo hace durante la presentación del Informe anual contra la violencia hacia la prensa que presentó la organización Artículo 19.

“El periodismo es un arte, una virtud moral que se encuentra bajo continuas amenazas”, inicia Juan Villoro su reflexión, la que continúa anotando que “el periodismo encuentra muchos obstáculos que tratan de impedir la realización de este cometido. ¿Por qué? Porque la verdad, lo sabemos, muchas veces descubre zonas de niebla que para muchos deberían permanecer así”.

Sus ideas y posturas se van hilvanando en torno de la violencia que sufre el ejercicio profesional del periodismo:

“Sabemos por numerosas informaciones internacionales, de asociaciones como Human Rights Watch o Reporteros Sin Fronteras, que México ha sido en los últimos años uno de los países más peligrosos y, en ocasiones, el más peligroso para ejercer el periodismo”.

Pero esto es algo que no lo deja conforme y por eso apunta que “este negro reto debe terminar”.

E investido de periodista asienta:

“Nos corresponde a nosotros, los periodistas, señalar ciertas ventanas, puertas, para que esto pueda cambiar. Pero le corresponde al Gobierno crear las condiciones para que el periodismo pueda ser ejercido con plena celeridad”.

Y con ese ropaje señala: “Sabemos, además, que hay zonas particularmente peligrosas para ejercer el periodismo y eso debe ser mencionado, estados como Veracruz o Coahuila, gobernados ambos por el PRI, son particularmente adversos al ejercicio del periodismo. Hace algunos meses, un grupo de periodistas marchamos en la ciudad de Jalapa recordando el primer año de la muerte de Regina Martínez, periodista veracruzana, cuyo asesinato no fue resuelto, al igual que no han sido resueltos muchos otros, así como las desapariciones y los hostigamientos a los periodistas”.

Recién ingresado al Colegio Nacional (una distinción que muy pocos obtienen) también retoma lo que en Colombia se denominó “acuerdo de discreción” como una forma de responsabilidad para no propagar información que podría dañar a la sociedad y que en México ha quedado como autocensura.

En ese sentido refirió las acusaciones de frivolidad, morbo y amarillismo que se hacen a la prensa por tratar de usufructuar la violencia para vender más y por tanto el manejo superficial de la información: “La única manera de acabar con las noticias superficiales, es llegar a la raíz de los sucesos, numerosos periodistas mexicanos lo han hecho, algunos de ellos han dejado la vida en el intento. Hay que celebrar que en condiciones muy adversas, los compañeros del oficio no han cerrado los ojos”.

Y en esa celebración refirió que las historias de México se conocen porque los periodistas mexicanos han hecho su trabajo, mientras que en Estados Unidos, la otra punta del problema, estas las cubre la opacidad, porque los periodistas no han realizado su trabajo.

También hizo referencia a que Elena Poniatowska será galardonada con el Premio Cervantes y dijo que este reconocimiento “es un premio al oído, es un premio a las palabras de los otros. Comencé diciendo que el compromiso ético del periodismo tiene que ver con entender que son los demás los que tienen una razón, son ellos los que nos deben dar las claves de la realidad”.

Y enfatizó: “Creo que en el nombre de Elena Poniatowska se premia a la valentía del oficio, a las noticias que durante mucho tiempo estuvieron silenciadas, como La noche de Tlatelolco, a todos aquellos que se han arriesgado para ejercer este oficio”.

Pero también hizo votos “porque algún día no sea necesario una actividad como la de hoy en día es imprescindible, como la de Artículo 19, y que el periodismo no sea en el futuro algo que deba ser defendido sino que simple y sencillamente dependa de las palabras, de las imágenes y de lo más necesario que tenemos en este trabajo, que es la búsqueda de la verdad”.

 

Éste es el discurso completo de Juan Villoro que Álef pone a tu disposición.

 

 Ha habido épocas en que los periodistas han tenido muy poco margen de participación. Yo pertenezco a una generación que ha visto crecer las libertades de expresión. Pero que también ha visto aumentar los riesgos para ejercer este oficio. Cuando yo estudiaba la universidad, donde cursé la carrera de Sociología, tenía un maestro que decía “estudien muchachos o van a acabar como periodistas”.

El periodismo parecía, para muchos, el último escalón social. Eran los tiempos en los que el gran caricaturista Abel Quezada dibujaba a los periodistas en el Excélsior de Julio Scherer como figuras famélicas, sostenidas por una estaca, porque no tenía energías para escribir sus artículos y enfrentaban una máquina de escribir sobre la cual colgaba una torta compuesta al modo de la zanahoria del burro, tratando de comer esa torta, de alimentarse, los periodistas de vez en cuando tecleaban algo en la máquina de escribir. Esta imagen del periodista como un desgastado social, que no tiene nada que decir, si acaso sólo lo hace para comer una torta, ha cambiado gracias al compromiso de numerosos compañeros que han, por un lado, profesionalizado el oficio pero también, sobre todo, que han ampliado los márgenes de la libertad, arriesgando en muchas ocasiones su forma de vida para cubrir las noticias.

El periodismo es el arte de entender la realidad, de entrar en un compromiso moral, esencial, que es el de saber que son los demás, los otros, los que tiene la información y los datos que debemos obtener. Es una de las pocas profesiones donde la razón es siempre aquel, la razón está con los testigos, en los que han visto los sucesos. Y otros, los periodistas, debemos desentrañar esas razones. Sin el entendimiento del otro, sin la información que nos puede proveer, no existiría nuestro trabajo. Por lo tanto, el periodismo requiere de empatía: nadie está obligado a darnos una noticia, una entrevista o una información. Debemos establecer con esa persona un vínculo de confianza, de solidaridad. Menciono esto porque, en su esencia, el periodismo es ya un compromiso ético, es el desciframiento de las verdades de los demás y la necesidad de entenderlas. Hay cosas que ocurren sin sentido aparente. El periodismo se dedica a causar sentido, a buscar dónde, por qué y cómo ocurren las cosas. Por eso, insisto, estamos ante el arte de entender la realidad.

Partiendo de un compromiso ético, el periodismo encuentra muchos obstáculos que tratan de impedir la realización de este cometido. ¿Por qué? Porque la verdad, lo sabemos, muchas veces descubre zonas de niebla que para muchos deberían permanecer así. Si pensamos el vocabulario de la política mexicana, nos encontramos con que la política ha sido muchas veces un oficio de tinieblas. No es raro que de pronto se diga que se hizo un acuerdo “en lo oscurito”. Estar dispuesto a madrugar al adversario, es salir de la oscuridad para actuar antes que él. El propio lenguaje político favorece este oficio en las sombras. Precisamente porque la luz de la verdad es una amenaza para la impunidad. Si en una cultura de la celebridad como la norteamericana, Andy Warhol pudo decir que la utopía perfecta, el sueño feliz de las personas era ser famosos durante 15 minutos, en una cultura de la oscuridad, como la mexicana, ese sueño para muchos ha sido el de ser impune durante 15 minutos. No el de ser famoso en la sociedad del espectáculo de la que hablaba Andy Warhol, sino el de poder actuar en libertad sin rendirle cuentas a nadie. Ha sido una cultura ajena a la transparencia, una cultura que ha querido a la verdad como la principal adversaria de lo que se ejerce en lo oscuro. Por lo tanto, el periodismo se ha convertido en un oficio de alto riesgo seriamente amenazado.

Después de mí, hablará Darío con datos concretos sobre las actividades de Artículo 19. No puedo dejar de mencionar que hace apenas unos días, las oficinas de Artículo 19 fueron allanadas, se trata de otro hostigamiento más de este espacio, por tratar de defender a los periodistas. Este acto agrede a toda la comunidad de los periodistas, pero también agrede al núcleo mismo del Estado mexicano. Un Estado que proclama el derecho a la información y no cumple es un Estado que incurre en la demagogia. El Gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto debe de ofrecer una respuesta a este ataque a los periodistas y a la razón misma del Estado mexicano. Sino lo hace se convierte en un cómplice del ataque. Eso hay que decirlo francamente porque no puede tolerar un Gobierno que se agreda de esa manera a quienes tratan de cumplir con el oficio de informar.

Sabemos por numerosas informaciones internacionales, de asociaciones como Human Rights Watch o Reporteros Sin Fronteras, que México ha sido en los últimos años uno de los países más peligrosos y, en ocasiones, el más peligroso para ejercer el periodismo. Este negro reto debe terminar. Nos corresponde a nosotros, los periodistas, señalar ciertas ventanas, puertas, para que esto pueda cambiar. Pero le corresponde al Gobierno crear las condiciones para que el periodismo pueda ser ejercido con plena celeridad. Sabemos, además, que hay zonas particularmente peligrosas para ejercer el periodismo y eso debe ser mencionado, estados como Veracruz o Coahuila, gobernados ambos por el PRI, son particularmente adversos al ejercicio del periodismo. Hace algunos meses, un grupo de periodistas marchamos en la ciudad de Jalapa recordando el primer año de la muerte de Regina Martínez, periodista veracruzana, cuyo asesinato no fue resuelto, al igual que no han sido resueltos muchos otros, así como las desapariciones y los hostigamientos a los periodistas.

Todo esto nos deja en una situación altamente preocupante. Es obvio que los periodistas tenemos un compromiso de responsabilidad. No podemos ejercer el oficio sin saber que corremos ciertos riesgos, no somos irresponsables, sabemos en qué agua estamos nadando. No vamos directo hacia los tiburones, ejercemos el periodismo con responsabilidad. Lo grave es que aún tomando esas precauciones y aún sabiendo nosotros que no podemos muchas veces firmar un artículo con nuestro nombre y debemos hacerlo con el nombre del “staff”. O bien, en el caso de los periodistas de provincia, que el propio periódico sería amenazado si se publica esa noticia, así que la información primero debe circular hacia la capital para que llegue como de rebote a la provincia; es decir, tomando en cuenta este tipo de precauciones concretas, aún así estamos en peligro. Porque lo que enfrentamos es un momento de descomposición del tejido social, en donde el Gobierno no puede preservar ni salvaguardar aquello que proclama, que es el derecho a la información. Esto es, particularmente, grave.

Antes de continuar con este tema, me gustará insistir en otro aspecto de la responsabilidad periodística, que creo que no hemos dejado de asumir nosotros los periodistas mexicanos y también, quiero decir que para esto, nos ha ayudado bastante el ejemplo de Colombia, que pasó por una circunstancia violenta, similar a la nuestra, donde los compañeros periodistas tuvieron que enfrentar de manera extraordinaria, bajo condiciones de altísima presión, la responsabilidad de seguir informando. En Colombia, los periodistas hicieron un acuerdo de discreción que, a ojo de algunos, significa un acuerdo de autocensura. En México, cuando se ha llegado a un pacto de este tipo, por ejemplo el que se dio después del secuestro a Diego Fernández de Cevallos, se entendió en los principales medios electrónicos básicamente como un pacto de censura, es decir, silenciar la noticia. 

En Colombia, el acuerdo de discreción apuntaba a otra cosa, a un pacto de responsabilidad. Porque nosotros debemos saber que al informar estamos propagando noticias y datos que pueden tener efectos sociales que, en un momento dado, beneficien al crimen organizado. Nos informaron indiscriminadamente sobre el número de víctimas, decapitaciones y fotos sin ningún tipo de criterio sobre la violencia perpetrada en nuestro país, esto puede hacer que el periodismo se convierta en una mera caja de resonancia del crimen organizado. Sabemos que muchas bandas retan asesinatos con una firma muy clara, la violencia es un lenguaje, hay grupos que encajuelan, otros que encobijan, otros decapitan.. Hay una dramática del espanto que busca ser propagada, si nosotros nos convertimos en un simple eco de esa violencia, estamos evidentemente logrando que el crimen golpee dos veces: primero, en el mundo de los hechos, y segundo, en el mundo de la representación, que no es menos importante. Esto puede llevar a dos reacciones sociales extremas, ambas preocupantes: una, el miedo absoluto, la parálisis, ante una sociedad amenazada por la violencia. Y dos, lo que quizá es aún más grave, la banalización del tema. El acostumbrarnos a las noticias de la violencia, como algo ya prácticamente algo atmosférico. 

Menciono esto, no por una invitación a no informar, sino al contrario, como un señalamiento de que los periodistas estamos perfectamente consientes de que al informar tenemos datos valiosos. Informar significa no solamente dar datos sueltos, sino estableces contextos, ahondar, buscar la raíz de los sucesos y saber quién está detrás de ellos. Si a nosotros se nos pide la responsabilidad de informar creando un contexto y dando una explicación completa para evitar la mera propagación de la violencia, al mismo tiempo se nos deben facilitar las condiciones para ejercer esta tarea. Con frecuencia se acusa a los periodistas de morbosos, sensacionalistas o amarillistas, en el sentido de que están simple y sencillamente tratando de usufructuar de manera comercial la violencia para vender periódicos y tener más rating en los noticieros de radio y televisión. Y al mismo tiempo que se condena a los periodistas por este aparente uso del morbo, no se les brindan las condiciones a los reporteros para poder indagar con seriedad. La única manera de acabar con las noticias superficiales, es llegar a la raíz de los sucesos, numerosos periodistas mexicanos lo han hecho, algunos de ellos han dejado la vida en el intento. Hay que celebrar que en condiciones muy adversas, los compañeros del oficio no han cerrado los ojos. 

Entonces, ¿en qué circunstancias estamos nosotros hoy en día respecto a nuestro trabajo? Insisto, somos consientes de la responsabilidad que tenemos pero al mismo tiempo pedimos condiciones para ejercer libre y moralmente esta responsabilidad. En los últimos meses, desde que el presidente Enrique Peña Nieto asumió la Presidencia, ha aumentado la interlocución entre periodistas y dependencias de Gobierno. Se ha promulgado la Ley General de Víctimas, lo cual es importante porque se reconoce a las víctimas de los hechos de sangre como una categoría social, como algo que no debería ocurrir y como una carga que debe asumir el Estado. La pérdida de una vida, es una pérdida de todos nosotros. Los periodistas han sabido hacer un viraje importante para darle cada vez más significación a las víctimas, esto también está en sintonía con los compañeros colombianos. La noticia no es la sangre, la noticia es la vida que se pierde por la sangre, las noticias son los huecos que se dejan en la sociedad. Por eso la noción de víctima es muy importante.

Pero, ¿qué sucede una vez que el Gobierno acepta esta categoría? ¿Qué sucede una vez que el Gobierno inicia una interlocución con quienes le reclaman mayor seguridad? Desgraciadamente, ha aumentado el diálogo con el Gobierno sin resultados concretos y no sólo eso, han aumentado los hostigamientos y las víctimas dentro del periodismo. Esto es particularmente grave. Parecería que el mensaje del Gobierno es “¿para qué gobernar si podemos declarar?”. Basta con señalar que se quiere resolver el problema, para que el problema se resuelva por sí mismo. Basta con bajarle de volumen al tema de la violencia, para que esta ya no exista. Estamos en una lucha de representaciones, aparentemente el Gobierno ha recibido la información de que la situación es preocupante, ha ofrecido responder al respecto, pero no ha hecho nada concreto para resolver las cosas. Entonces esto empieza a sonar prácticamente a una fórmula que durante 71 años perfeccionó el Partido Revolucionario Institucional, que es el cinismo. Es decir, no solamente ignorar los problemas, sino reconocerlos, pero no hacer nada al respecto. Por lo tanto, creo que estamos en una situación particularmente grave. Del desconocimiento o el rechazo al tema que vivimos en la administración de Felipe Calderón, hemos pasado a un progresivo reconocimiento del problema sin que esto mejore las condiciones con que se ejerce el periodismo y el allanamiento a las oficinas de Artículo 19, hace unos días, se inscribe en este contexto.

Creo que es importante, en esta ocasión, señalar de manera muy concreta en qué medida la política de seguridad del Gobierno mexicano ha dejado a los periodistas sin protección. Creo que es algo sobre lo que debemos reflexionar con mucho cuidado, a detalle, porque de eso depende que podamos continuar con nuestro trabajo. Todas las sociedades tienen una frontera donde lo ilícito se vuelve aparentemente lícito, hay múltiples testimonios de esto, en el Quijote ya aparecen los contrabandistas que venden mercancías y con el dinero mal habido empiezan a hacer negocios aparentemente legales. Abundan los testimonios al respecto. De nada serviría que el crimen organizado prosperara, sino pudiera reingresar a la sociedad. Hay una frontera donde el dinero sucio se vuelve aparentemente limpio, yo creo que es en esa frontera donde el periodista corre mayor riesgo. Es decir, no son los criminales consumados los que han estado amenazando en lo fundamental a los periodistas, y esto hay que decirlo, son los poderes aparentemente legales y los negocios aparentemente acreditados los que se sienten más amenazados por el trabajo del periodista. Precisamente, porque es en esa frontera, donde el periodista puede denunciar que un político, que un policía, que un soldado o que un empresario están coludidos con el crimen organizado. 

La estrategia irresponsable y equivocada del presidente Felipe Calderón, que dejó al menos 80 mil muertos y unos 30 mil desaparecidos, no puso nunca énfasis en que el Gobierno se investigara a sí mismo y en que se desmontaran las redes del lavado de dinero. Cada vez que un periodista se acercó a esta zona conflictiva que está al interior de nuestra sociedad, su vida estuvo en peligro. Otro de los errores de esta estrategia que tuvo que ver con el discurso público del presidente Calderón, fue considerar que el narcotráfico es un enemigo exógeno, externo a nuestra sociedad. Es decir, llegaron los bárbaros, llegaron los malosos, y se incrustaron en nuestro país. De esta manera, se repetía la concepción que Estados Unidos y la DEA han tenido del crimen organizado, que es el considerar que se trata de un problema básicamente externo, que pertenece a la política exterior de los Estados Unidos. Ustedes saben que Estados Unidos ha necesitado construir un enemigo para tener una política exterior activa, y este enemigo puede ser el nazi, el comunista, el extremista islámico o bien, hoy en día, el narcotraficante. Se trata de un enemigo externo, aparentemente ajeno, se sabe todo de los narcotraficantes afuera de los Estados Unidos, se saben sus nombres, sus apodos y sus hábitos más privados, e ignoramos prácticamente todo de lo que ocurre al interior de los Estados Unidos. La violencia nos toca más fuerte que a ellos. Ya lo dijo Eduardo Galeano: nosotros ponemos los cadáveres, ustedes ponen las narices.

El consumo de droga en los Estados Unidos tiene historias que no conocemos, nuestros colegas norteamericanos no han hecho el trabajo que sí hemos hecho nosotros aquí en México. Y esto es muy importante decirlo: la narrativa del problema se conoce en nuestro país por el trabajo que han hecho los colegas mexicanos y se desconoce en Estados Unidos en muy buena medida porque existe una opacidad al respecto. De manera suntuosa, en este discurso donde el crimen organizado aparece como un elemento ajeno a la sociedad, fue replicada durante la administración de Felipe Calderón, como si el narcotráfico no naciera del seno mismo de la sociedad y no estuvieran involucradas en él personas mucho más próximas a nosotros de lo que pensamos, sino que fue visto como algo totalmente ajeno y externo. Pero, como les decía antes, de nada sirve incurrir en el crimen organizado si esto no regresa a un negocio aparentemente lícito. Y esto es lo que han investigado numerosos compañeros al riesgo de su propia vida y es lo que no ha hecho el Gobierno. En la medida que el Gobierno cambie de estrategia y entienda que tenemos un problema social, cultural y económico al interior de nuestro propio país, y que todas estas redes de complicidad se deben desenredar, en esa medida el periodista estará mucho más seguro para ejercer su trabajo. Justamente nos hemos situado en una zona donde nosotros hemos hecho un trabajo información que no ha hecho el Gobierno. Y sobre esto, creo que se debe reflexionar muy puntualmente.

A pesar de este momento crítico, los medios mexicanos no han dejado de cumplir con su compromiso de informar, los periodistas no han cerrado los ojos. El próximo 23 de abril, recibirá el Premio Cervantes, el máximo galardón que se concede en el idioma español, una escritora mexicana, Elena Poniatowska, que es también una grandísima periodista. Nunca antes el Premio Cervantes había honrado, en el nombre de una persona, a tantísimas voces y tantísimos testigos que le han dicho sus verdades a Elena Poniatowska. Muchos autores prefieren hablar a escuchar. El Premio a Elena Poniatowska es un premio al oído, es un premio a las palabras de los otros. Comencé diciendo que el compromiso ético del periodismo tiene que ver con entender que son los demás los que tienen una razón, son ellos los que nos deben dar las claves de la realidad. Esto es un oficio generoso, un oficio tolerante, que permite que sean otros los que tengan la voz. Creo que en el nombre de Elena Poniatowska se premia a la valentía del oficio, a las noticias que durante mucho tiempo estuvieron silenciadas, como La noche de Tlatelolco, a todos aquellos que se han arriesgado para ejercer este oficio.

El ejemplo de Elena nos honra, pero no debe ser un caso aislado. Debe ser la condición natural de nuestro trabajo. Hago votos porque algún día no sea necesario una actividad como la de hoy en día es imprescindible, como la de Artículo 19, y que el periodismo no sea en el futuro algo que deba ser defendido sino que simple y sencillamente dependa de las palabras, de las imágenes y de lo más necesario que tenemos en este trabajo, que es la búsqueda de la verdad.

Con información de Animal Político

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