Las islas Malvinas ofrecen más que un conflicto político histórico entre Argentina y Reino Unido, viento, frío y pinguinos, gracias a Jeffries Halliday, quien desde el año pasado produce cerveza artesanal en su casa y la vende a un hotel y un bar de esta ciudad.
Halliday sabe que no puede competir contra las marcas lager mundialmente famosas, como Heineken o Budweiser.
«En mi caso, es más un hobby que una profesión, pero poco a poco he logrado que las dos variantes que produzco me sirvan para pagar el préstamo del banco de 20.000 libras para la compra de equipos», expresa el productor.
Esta agencia lo acompañó durante una tarde en su casa, en la esquina de las calles Davis y Philomel, mientras preparaba el producto, hasta cuando lo entregó al hotel Malvina House, uno de sus dos clientes, junto al bar Victory.
«Mi cerveza favorita es la ale, no había una fábrica en las Islas, y decidí hacer algo al respecto», añade.
Su primera cerveza fue la Maiden Bitter, llamada así en honor de la flor local Pale Maiden, y fue un éxito: el hotel Malvina House decidió comprarle 100 litros cada 10 días.
«Pensé que si otras cervecerías pequeñas podían funcionar, yo también podría hacerlo», cuenta este técnico de la empresa de cable e Internet local.
La segunda cerveza que lanzó es la Longdon Pride, llamada así por una de las montañas en las afueras de Puerto Argentino (Puerto Stanley) y epicentro de decisivos combates que se llevaron a cabo el 12 y el 13 de junio de 1982, pocas horas antes del fin de la guerra entre Argentina y Reino Unido por estas islas de poco más de 3.000 personas.
Entre los principales consumidores de sus bebidas, el maestro cervecero enumera a «los ancianos, quienes visitan las islas en cruceros, y los soldados de la base militar».
«Los isleños, en general, no son consumidores de cerveza negra», señala.
Este producto Premium, del que Halliday elabora de 80 a 100 litros por semana, se vende al público a 2,50 libras (casi 4 dólares) el vaso de poco más de medio litro.
El costo de los insumos está vinculado mayormente a los transportes.
Recibe maltas, lúpulo y cebada desde el Reino Unido, Estados Unidos y Sudamérica.
«Ahora aguardo el envío de materiales y equipos desde Inglaterra», dice Halliday.
El futuro parece promisorio para su novel negocio: «Ya tuve consultas de otros bares, pero no los puedo abastecer de momento. Lo último que haría es prometerles una cerveza y no poder cumplir».
Antes de subir a su camioneta y avanzar por la calle Davis hasta el hotel Malvina House, Jeffries pide que quede debida constancia de que «no podría hacer este esfuerzo sin el apoyo» de su esposa y de su familia.
Bajo una amenaza de lluvia, Halliday parte para abastecer a tiempo a los parroquianos.