5:15 de la mañana del 17 de julio de 1938. El aviador Douglas Corrigan despega desde Brooklyn, Nueva York, en una pequeña aeronave, en un vuelo en solitario y sin escalas con destino a Los Ángeles.
28 horas y 13 minutos más tarde aterriza en el aeropuerto de Dublín. «Soy Douglas Corrigan», dijo a un grupo de sorprendidos trabajadores del aeropuerto irlandés, que se arremolinaron a su alrededor cuando aterrizó. «Acabo de llegar desde Nueva York. ¿Dónde estoy? Tenía la intención de viajar a California».
Corrigan declaró que cometió un error de navegación debido a la niebla que le impidió ver el terreno y a la escasa luz natural que le impidió ver la brújula. Ese fue su pretexto para volar exactamente en sentido contrario al que era su destino. Lo que nunca aclaró fue porque no dio la vuelta al ver que abajo de él sólo había agua y más agua.
Lo extraño es que Corrigan era todo un experto mecánico –fue uno de los constructores del Spirit of St. Louis, el avión en el que Charles Lindbergh cruzó el océano Atlántico–. Más tarde se comprobó que había hecho cambios en el avión que resultaron perfectos para aquel «inesperado» vuelo transatlántico.
El aventurero había solicitado varias veces permiso para el vuelo pero siempre le fue denegado y, aunque nunca lo confesó, se da por hecho que su radical cambio de trayectoria fue deliberado, en protesta contra la burocracia. El vuelo y la forma en que lo realizó le dieron gran fama en su tiempo. Llegó a firmar contratos para la publicación de su biografía y una película; El irlandés volador, en la que se interpretaba a sí mismo.