Manuel Martínez Morales
Si no sabemos hacia dónde vamos, terminaremos en cualquier otro lugar.
Yogi Berra, jugador de beisbol.
El capitalismo concentra y centraliza el grueso del desarrollo tecnológico y científico en un área cada vez más reducida: en los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. A la vez, intenta destruir o frenar todo desarrollo por pequeño que sea en otras naciones. Los capitalistas son muy conscientes, como lo eran desde finales del siglo XIX y de todo el siglo XX, que bajo su control la ciencia y la tecnología son instrumentos de poder. Pero también sabe que, al contrario, utilizadas en otras condiciones y estrategias, son instrumentos de poder emancipador. De ahí su necesidad de controlar férreamente ese complejo y contradictorio instrumento.
Es por esto que toda iniciativa por alcanzar, como nación, un desarrollo científico y tecnológico acorde con nuestras propias necesidades, tiene que aclarar como punto de partida la función que la ciencia y la tecnología desempeñan en un mundo globalizado dominado por el capitalismo en su fase actual: el neoliberalismo. Lo cual implica, de entrada, que todo plan para el desarrollo científico y tecnológico nacional debe enmarcarse en un programa político en que se haga explícito que, o bien como actualmente sucede se aceptan las reglas impuestas por el poder neoliberal –y por tanto se admite la persistencia de una ciencia subdesarrollada y una tecnología dependiente-, o se rechaza en forma abierta el modo capitalista de producción y se inicia el camino hacia la constitución de un aparato tecno-científico subsumido en un proyecto social emancipatorio.
Esta contradicción –la ciencia como factor de opresión o como instrumento de liberación- no surge de la naturaleza del pensamiento humano, de la capacidad de conocimiento de nuestra especie, sino precisamente de su escisión y alienación a partir del momento histórico en el que se imponen estructuras sociales opresivas con desastrosos efectos sobre la capacidad humana de conocimiento. La opresión de un pueblo por otro, o de una clase por otra, rompieron la unidad esencial del conocimiento humano e impusieron una escisión global entre pensamiento oprimido y pensamiento opresor. Las diferencias cualitativas e irreconciliables entre la praxis científico-crítica y la institución tecnocientífica presente, nos remiten en última instancia al antagonismo que se impuso. Esta formas de opresión son inseparables del proceso de extinción de la economía colectiva y no mercantil e imposición de la economía privada y mercantil, con la aparición y expansión del dinero que ha sido y es un factor negativo en la evolución del pensamiento humano, en el control represivo de la capacidad humana de conocer y transformar la realidad.
Nos han engañado tanto con el mito de la neutralidad de las instituciones que intervienen en la formación del conocimiento que somos incapaces de comprender su dialéctica social. Esta mitología no resiste un examen histórico, pero es terriblemente eficaz para mantener el poder dominante combinando pasividad, miedo, engaño, alienación, egoísmo, colaboración, etcétera. Para valorar la evolución del conocimiento es imprescindible el uso de una concepción global en la que los criterios estrictamente científicos estén impregnados y cohesionados con criterios socioeconómicos, filosóficos, políticos, ético-morales, culturales, etcétera, formando una visión dialéctica y materialista de nuestra especie capaz de sondear sus contradicciones internas hasta descubrir las causas sociales y superarlas mediante la acción consciente colectiva.
En el grado actual de integración de la tecnociencia en la industria capitalista cualquier reivindicación obrera, de género, de defensa del ambiente o de nación oprimida que se limite a la acción institucional y que acepte los marcos de la democracia burguesa -dictadura del capital- está condenada si no al fracaso definitivo, sí a cosechar un triunfo efímero y dependiente de la voluntad de la clases dominante para mantenerlo o anularlo. La razón es muy simple y es la misma que explica que todas las reivindicaciones que se mueven en la esfera de la circulación de mercancías y de los derechos formales, sin tocar las raíces de la propiedad privada de los medios de producción y de los derechos de socialización colectiva de los bienes producidos, están condenadas más temprano que tarde al fracaso.
El límite cualitativo de ese poder es esencialmente capitalista y, por tanto, a partir de un momento preciso la humanidad oprimida ha de dar un salto para liberar sus enormes potencialidades de pensamiento creativo, crítico y emancipador. En tanto, durante el tiempo que tengan que coexistir la ascendente y autoorganizada capacidad de conocimiento crítico-creativo de las masas con el descendente y en extinción sistema tecnocientífico heredado del pasado capitalista, habrá un periodo de transición inevitable y más o menos largo donde será decisiva la más amplia, radical y abierta democracia autogestiva de los productores asociados.
Desde esta perspectiva, confirmada por la historia de la emancipación humana bajo y contra el régimen capitalista, la necesidad de independencia nacional y, eventualmente, de una organización socialista es vital e irrefutable.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.