“No solo te quiero mucho…!Te quiero libre! |
Héctor Cerezo Huerta
NOTA: El texto que vas a leer propone una ética amorosa en las relaciones de pareja. En este sentido, entendamos a la pareja como un vínculo afectivo, una asociación de personas con un propósito común, autónomo y establecido de modo honesto, libre e informado que combina sus experiencias previas, creencias y premisas afectivas, cognitivas y conductuales en torno a lo que implica amar, enamorarse y otros tantos fenómenos eróticos como la atracción, la intimidad, la pasión, la ruptura y la reconciliación. De alguna forma, toda pareja establece un compromiso ético sin saberlo y construye un espacio en el que se cubren ciertas necesidades y expectativas. Sin embargo, la noción de pareja es aplicable a vínculos amorosos de la mayor diversidad posible; sin importar su estatus, naturaleza, tiempo, condición genérica o carácter formal o abierto.
Adicionalmente, el presente artículo describe algunas categorías éticas necesarias para el establecimiento de relaciones amorosas sanas y que al mismo tiempo nos permitan reflexionar, deliberar y tomar decisiones amorosas que quizás puedan ser consideradas irracionales, pero previamente razonadas o moralmente reprobables, pero éticamente correctas.
- Una prueba de amor
Ella llegó bastante angustiada pidiéndome apoyo para clarificar sus ideas con el siguiente discurso: “Héctor, no sé si amo a alguien y tampoco sé si soy correspondida”, ante lo cual sólo alcancé a decirle: Dichosa tú, porque al no saberlo eso es amor. Su mirada se perdió unos minutos y el silencio se estaba volviendo incómodo…Se mordió su labio inferior y respondió: “Pero yo quiero una prueba de amor, necesito tener certeza, no puedo no saber”. Ahora le dije: “Si no estuvieras convencida de lo que sientes, si no estuvieras capacitada para considerar la idea del amor, entonces no la podría exponer, pero puedes, quieres y debes hacerlo patente”.
La situación anterior demuestra que el amor es deseo y carencia al mismo tiempo. Al saber que se nos ama, ya no hay necesidad de buscar el saber, y en ese momento inician otros problemas igual de complejos. La naturaleza misma del amor es la incógnita y la duda, por lo que desear saber que se nos ama y buscar una razón última por la cual amamos, implica no entender suficientemente bien, la idea del amor.
Es decir, el amante “contemporáneo” no es aquel que no sabe, sino aquel que decididamente sabe cuáles son las certezas disponibles en su relación amorosa para comprender y manejar de mejor modo las incógnitas y dudas relativas a la paradoja amorosa. Y ese “modo” tiene relación con la ética del amor, es decir con el planteamiento de ciertos principios que regulen las relaciones de pareja, promuevan la verdad, libertad, responsabilidad, honestidad y el compromiso, además de apoyar a los amantes a gestionar el conflicto, reducir el daño y desgaste propio de la convivencia.
- Eros y Ethos: Ética del amor
¿Cuántas veces hemos indagado las creencias que mantenemos en torno a ser ético en una relación amorosa? ¿Cómo supones que se comporta éticamente una persona al amar a otra? ¿Cuándo practicamos una moral y cuando una ética amorosa? ¿Cómo saber sí nos estamos comportando éticamente al amar? ¿Qué queremos al iniciar cualquier tipo de relación amorosa? ¿Con quién lo queremos? ¿Cómo lo queremos? y ¿Para qué lo queremos?
Si aludimos a creencias amorosas, es innegable la participación de un componente emotivo y actitudinal que le permite a los sujetos inferir, conjeturar, pensar, suponer y actuar como guía de su comportamiento sin que existe necesariamente una relación unidireccional entre las creencias y la conducta. Cualquier creencia, aún la más abstracta, implica expectativas e hipótesis que regulan nuestras acciones ante el mundo. Aclaremos además que, las creencias sólo operan como una guía y disposición de las posibles acciones, lo cual explica que algunas creencias no puedan traducirse en comportamientos amorosos.
La ética del amor radica en aquello que estimo bueno para mí y para los demás. Aristóteles suponía que actuando virtuosamente logramos el buen destino, así pues no se trata de sentirse feliz sino de ser feliz. Una aclaración importante respecto a la noción de “felicidad” en el campo del amor, ya que éticamente puede adquirir significaciones distintas y complejas. Así “felicidad” puede concebirse como sabiduría del desapego respecto a los bienes de este mundo, como apaciguamiento o liberación de los deseos. Bajo esta posición reconocemos a los estoicos y, a su modo, a Spinoza y Schopenhauer.
La “felicidad” puede también comprenderse como moderación de los deseos con la guía de la razón. Aristóteles propuso la moderación, sobre todo, en el ejercicio de los afectos amorosos, en el horizonte de realización de la excelencia de la vida virtuosa. En cambio, Epicuro defiende la moderación de la satisfacción de los deseos para poder realizar su máxima satisfacción placentera, para lo que es decisivo el cálculo de las consecuencias. Así también, la “felicidad” puede conceptualizarse como vida intensa, como vivencia del mayor número posible de experiencias en toda su complejidad, desde la ligereza de espíritu, la audacia y la autenticidad, esta propuesta tiene inspiración en Nietzsche.
Desde otra visión ética; la perspectiva deontológica sugeriría actuar en conformidad con un imperativo, con un “deber ser”. La moral amorosa implicaría hacer lo que se nos impone como obligatorio. Así, se considera que lo moral consiste en respetar la norma que se me impone y en tratar a las personas como fines y no como medios, es decir instrumentalizarlos y en asumir que una acción es buena o mala en sí misma.
Lo cuestionable de esta visión ética en el amor, es que a nivel moral no necesariamente priman las razones, sino el acatamiento ciego e irreflexivo de los deberes del mundo social constituido por valores, normas e instituciones que han obtenido reconocimiento general y que vincula a sus miembros mediante ideales compartidos, obligaciones y prohibiciones. Por ello, resulta esencial aclarar que la ética es el momento reflexivo y racional de la moral. De hecho, la moral puede ser ética, sólo si transitó por una reflexión cognitiva y no por mera costumbre o apego normativo. La pregunta ética en el amor siempre rebasará lo fáctico, lo natural y cuestionará el origen y propósito de determinados sistemas morales, de las relaciones amorosas que establecemos, sus bienes supremos y reglas últimas y nos proporcionará claves para reorientar nuestras acciones al vincularnos en pareja.
Ahora bien, si tuviéramos que contextualizar algunos principios éticos generales y aplicables a las relaciones de pareja, podríamos considerar las dimensiones que a continuación se enlistan. Cabe señalar que se trata de disposiciones conductuales y reflexivas para actuar de un modo pleno, libre y voluntariamente elegido.
- Amor propio: El amor constituye el mejor y más valioso medio, instrumento y fin de la vida emocional de las personas, pues nos permite conocer lo mejor y lo peor de nosotros. Por otro lado, facilita descubrir nuestros sentimientos más sublimes y rasgos latentes más disparatados y patológicos. Gracias al amor o por su “culpa”; nos vemos desnudos frente al espejo de la vida y nos proyecta en la posición de elegir qué hacer con nuestros bloqueos emocionales. En síntesis, el principio básico al amar a otra persona de modo pleno, es el autocuidado. El cuidado del sí mismo en el amor es imprescindible en una época histórica en la que predomina una concepción amorosa excesivamente romántica, cosificada y cargada de terribles idealizaciones que condicionan la conducta afectiva.
- Igualdad: Una relación de pareja fomenta la autodivulgación de sus miembros, construye un espacio para canalizar la espontaneidad y confirma que el amor puede considerarse como la coexistencia de tres dimensiones relacionales: “Tu mundo, mi mundo y nuestro mundo”. La igualdad es una dimensión ética que promueve la intimidad comunicativa, corporal, erótica y sexual, además de lograr acuerdos y negociar espacios físicos y psicológicos compartidos para consolidar sus encuentros. Igualdad equivale a la posibilidad de diseñar estrategias para gestionar y resolver sus conflictos y de jamás exigir relaciones entre personas afines o complementarias bajo el mito de la media naranja o el completamiento de la falta, más bien promueve el ejercicio de los mismos derechos, responsabilidades, límites y libertades.
- Consentimiento: Cuando los zapatos aprietan, no son de tu talla. Así de simple y contundente es el amor. No te rompen el corazón, te lo rompes tú tratando de meterlo a la fuerza en un lugar que no cabe o corresponde. Las relaciones amorosas, eróticas y/o sexuales han de generarse entre personas que las consientan de modo libre, informado, consensuado y explícito. Cualquier decisión tomada en el sistema de pareja o en vías de serlo, que haya sido resultado de la coerción, amenaza, engaño, manipulación, chantaje o condicionamiento destruye la libertad amorosa y viola la posibilidad de autorrealización.
- Empatía: La empatía en el amor es un arma de doble filo, pues por un lado nos permite involucrarnos de modo sensible y humano, pero simultáneamente nos coloca en serio riesgo de desgastarnos y lastimarnos. El amor debe liberarse de la idea de “fortaleza y sufrimiento” como una necesidad en las relaciones de pareja y “soportar” con alegría los sinsabores del amor pues refuerza una postura masoquista, estoica y judeocristiana que implícitamente propone: “Entre más sufras con complacencia y dignidad mejor boleto VIP tendrás para ese paraíso añorado”. La empatía en el amor se identifica por la habilidad para ser sensible y responsable ante las emociones de nuestra pareja y por la naturalidad en proporcionar apoyo, acercamiento y agradecimiento inmediato. La empatía propicia el respeto y favorece el perdón de nuestros errores en los vínculos de pareja.
- Aprendizaje permanente: Todo cuanto sabemos del amor debe ser cuestionado. Todo lo que nos han enseñado y hemos decidido aprender sobre como involucrarnos amorosamente resulta tan ilustrativo como sospechoso, puesto que somos jueces y partes. Por ello, cuestionar, aprender, disentir, acordar, gestionar y elegir prácticas afectivas que fomenten el crecimiento personal es lo prioritario, y no amar de formas que confundan, alienen y en ningún sentido contribuyen al fortalecimiento de una pareja; en particular permitiendo que nuestras creencias irracionales y mitos del amor se profundicen en nuestras mentes y se enraícen en nuestras vidas, exigiendo a nuestra parejas que obligatoriamente también las tenga, pues si no es así, suponemos que no nos ama.
- Honestidad: La honestidad implica el acceso a la verdad por cruda que resulte entre los miembros de una pareja. Ser honesto a nivel amoroso se traduce en una comunicación franca de sentimientos, deseos, frustraciones, expectativas, nivel de compromiso y presencia de conflictos que ponen en riesgo el vínculo amoroso para que uno, otro y ambos decidan qué acciones tomar al respecto. La honestidad debe estar basada en la libre aceptación de reglas de comportamiento que no se pueden imponer por la fuerza de una autoridad.
- Placer y erotismo: Nada de lo que ocurra a tu pareja en los momentos de intimidad erótica, sensorial y sexual te resultará ajeno. Si cuidas a tu pareja, te cuidas y ello implica responsabilidad amorosa en cuanto a la expresión de placer, ternura y afectos. Todas las personas implicadas en una relación somos responsables de garantizar el acceso a nuestro placer, erotismo y goce, pero también en la salvaguarda de la seguridad y confianza, por lo que las consecuencias que se deriven de una relación erótica serán asumidas por las personas que se han relacionado. A placer compartido, responsabilidad compartida.
Enamorarse, amar, apasionarse, demandar intimidad, aprender, disentir, acordar, cuidar, preocuparse por el otro y tolerar sus diversas expresiones ideológicas y conductuales son la clave de la ética del amor y una exigencia insatisfecha por la mayoría de las parejas de nuestro tiempo. El amor “ético” no instrumentaliza, fomenta la empatía y construye un sistema de relación igualitaria en la que existe una distribución equitativa de las tareas, responsabilidades, toma de decisiones, libertades y derechos que cada uno puede y debe tomarse.
La ética del amor no debe ser considerada como un aderezo de las relaciones de pareja, ni como la obediencia ciega a una lista de derechos y obligaciones, sino como el núcleo afectivo de los vínculos y la condición sine qua non para una relación sana y productiva, de lo contrario predominarán “amantes” vacíos, egoístas irracionales y pragmatistas que idealizan al amor, en lugar de amantes críticos, reflexivos, libres y autónomos capaces de pensar por sí mismos, de comprender el sufrimiento y éxtasis ajeno y poseer una mirada crítica sobre su forma peculiar de amar y de ser amados.Los conflictos amorosos no resueltos en el trayecto de la vida de las personas pueden ser un gran obstáculo ante situaciones prácticas y conflictivas que demandan una solución razonada y la elección de acciones amorosas que muchas veces se excluyen entre sí; y en donde cada una de ellas, se encuentra respaldada por bienes y valores objetivamente compartidos y reconocidos por la persona misma. La infidelidad, la monogamia, la ruptura y el duelo amoroso, la atracción por otras personas o el establecimiento de relaciones amorosas alternativas o abiertas como derecho a la felicidad, son solo algunos ejemplos concretos que ejemplifican estos dilemas en la vida cotidiana de las parejas.
Héctor Cerezo Huerta: Doctor en Psicología Educativa y del Desarrollo por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor-Investigador del Departamento de Humanidades del Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla. Profesor-Instructor de Educación Continua de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, UNAM.
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