Mientras entrevisto el economista Álvaro Fernández (Bilbao, 1973) en Washington DC para este artículo, estoy al mismo tiempo escuchando sus respuestas, intentando que no se me olvide la siguiente pregunta, recordando que debo avisar a un amigo de que llegaré tarde… y atento a varios otros pensamientos que van apareciendo por mi cabeza.
Concentrado, lucho con toda mi capacidad cerebral para ordenar y retener mentalmente todas estas unidades de memoria. Así las llama Fernández, que es Young Global Leader del Foro Económico Mundial, además de consejero delegado y fundador de la empresa Sharpbrains.
Pero tengo un límite. Al estar cansado, es posible que mi memoria de trabajo sea capaz de retener seis unidades de memoria diferentes, y en condiciones de máxima lucidez, hasta once. Si en mi límite intento introducir otra idea, o aparece un recuerdo que capta mi atención sin permiso, a mi memoria de trabajo le tocará olvidar algo para alojar la nueva información. Me habré distraído.
“Sin duda, hay personas con mayor memoria de trabajo que otras, que tienen mayor o menor capacidad de recordar varias cosas simultáneamente. Pero lo importante es que este límite individual se puede entrenar y ampliar considerablemente con ejercicios específicos”, explica Álvaro Fernández.
Así introduce el tema del que es experto: el entrenamiento cerebral. “El cerebro es un órgano mucho más plástico de lo que imaginábamos. Si tenemos bien claro qué aspectos queremos mejorar (atención, agilidad mental, memoria, prevención del deterioro) podemos diseñar rutinas específicas de entrenamiento cerebral para conseguirlo” .
El ‘brain training’ sí funciona (exageraciones aparte)
El 20 de octubre de 2014, un total de 70 investigadores firmaron una carta crítica con la industria del brain training, alertando que no existían evidencias científicas suficientemente sólidas para respaldar sus a menudo exageradas afirmaciones.
Es un tema controvertido. Desde que hace unas décadas aparecieran los conceptos de neurogénesis –el cerebro puede crear nuevas neuronas constantemente– y neuroplasticidad –los circuitos cerebrales son mucho más lábiles de lo que pensábamos–, el órgano pensante ha pasado a concebirse como menos sujeto al determinismo genético, y con gran capacidad de reforzar o perder funciones cognitivas concretas dependiendo del uso que se le da durante la vida.
Esto dio lugar al concepto de entrenamiento cerebral o brain training, en los últimos años explotado por empresas y compañías de videojuegos, que prometen transformar capacidades y prevenir el deterioro cognitivo como quien se apunta al gimnasio para mejorar su musculatura.
Ofendidos por mensajes simplistas y promesas infundadas, esos 70 investigadores firmaron dicha carta crítica generando una controversia que, según Álvaro Fernández, “es absurda”. Fernández es muy directo: “Las evidencias científicas más rigurosas muestran que efectivamente hay ejemplos de entrenamiento cerebral que no sirven para nada, y otros que dan muy buenos resultados”.
Según el bilbaíno, “lo que deben hacer los investigadores no es pedir cautela de manera genérica, sino analizar en profundidad qué funciona y qué no, por qué, y extraer recomendaciones prácticas que lleguen a la población. No siempre tenemos que esperar a verdades incontestables para actuar. Ya hay sobradas evidencias de que, por ejemplo, el ejercicio anaeróbico y ciertos tipos de esfuerzos mentales mejoran el rendimiento cerebral y pueden prevenir el deterioro cognitivo”.
Desde la Universidad Autónoma de Barcelona, el neurobiólogo experto en aprendizaje y memoria Ignacio Morgado, desvinculado del trabajo de Fernández, coincide con él: “A nuestro laboratorio llegan constantemente empresas mostrando sus productos de brain training. Muchos de ellos exageran y venden promesas que no están avaladas por la ciencia. Pero esto no invalida el principio fundamental de que el cerebro se puede entrenar para mejorar sus capacidades y revertir el deterioro cognitivo. Los científicos a veces somos muy prudentes, pero si se hace bien y con objetivos delimitados, el entrenamiento cerebral puede funcionar. Lo vemos por ejemplo en gente bilingüe”.
Thomas Insel, director del Instituto Nacional de Salud Mental de EE UU (NIMH, por sus siglas en inglés), opina parecido: “que haya un hype del entrenamiento cerebral no quiere decir que no tenga valor. Cuidar la salud mental va a ser uno de los mandatos del siglo XXI”.
Para distinguir entre realidad y exageración, no queda mejor opción que buscar en la literatura científica más sólida publicada en revistas de referencia, y empacarla con sentido práctico y crítico. Es lo que ha hecho Fernández junto al neurocientífico Elkhonon Goldberg de la Universidad de Nueva York en su libro Cómo invertir en su cerebro.
Fernández está convencido de la oportunidad que representa el entrenamiento del cerebro, y no para de dar ejemplos concretos: “A partir de los 50 años se pierde agudeza visual y capacidad de reacción. Esto es muy importante para la conducción. Pues bien, hay videojuegos determinados que han demostrado mejorar tanto la agudeza visual como las respuestas rápidas en personas mayores. Esto puede reducir el riesgo de accidentes en personas que conducen mucho. Y no hay otra manera de entrenarlo”.
Reserva cognitiva: no evita el alzhéimer, pero retrasa los síntomas
El investigador laza dos mensajes principales. El primero: el ejercicio físico aeróbico es fabuloso para el cerebro. El segundo: para ser eficientes, los ejercicios cognitivos deben representar esfuerzo, novedad y variedad.
Y los defiende con los datos de un completo metaanálisis publicado en 2010 por los Institutos Nacionales de Salud (NIH), en el que se revisaba toda la literatura científica relacionada con la prevención del deterioro cognitivo.
Según el trabajo, el factor que más aumenta el riesgo de alzhéimer es una mutación determinada del gen de la apolipoproteína E (APOE). En la categoría de incrementos leves están la diabetes, la falta de interacción social, el tabaquismo, el trastorno depresivo, la hiperlipidemia y el uso de algunas drogas. La obesidad, el síndrome metabólico, el consumo de vitaminas, remedios como el ginkgo biloba, la ingesta de frutas, los trastornos de ansiedad, la exposición al plomo o la hipertensión, no han mostrado efectos significativos en ningún sentido.
Una leve protección se ha observado con la dieta mediterránea, el uso de estatinas y un nivel de educación superior. Pero los dos factores más claros de reducción del riesgo de deterioro cognitivo son el ejercicio físico regular, y la práctica de tareas social y cognitivamente estimulantes.
Los mecanismos neuronales involucrados en esta protección se desconocen, pero se habla del concepto de ‘reserva cognitiva’: ejercitando el cerebro nacen más neuronas y se crean más conexiones neuronales, por lo que aumenta la reserva cognitiva. Cuando ese cerebro empiece a degenerar, tardará mucho más en sufrir los síntomas. No es que se evite el alzhéimer sino que, al tener mayor reserva cognitiva, los efectos aparecerán mucho más tarde. “Si alguien obeso se pierde en el bosque durante semanas, tardará más que alguien delgado en notar los efectos de la desnutrición”, pone Fernández como ejemplo.
Cómo preparar el cerebro para un día concreto
Más allá de la prevención del alzhéimer; ¿qué se puede hacer para poner el cerebro al máximo rendimiento si mañana debe pasar una prueba muy importante?
Álvaro Fernández e Ignacio Morgado coinciden en lo fundamental: dormir bien durante la noche, hacer un poco de ejercicio físico el día anterior, no comer muchas grasas las horas previas, y practicar ejercicios de meditación unos minutos antes para rebajar el estrés, eliminar pensamientos innecesarios y maximizar la atención.
Si en lugar de mañana la prueba es en dos semanas, “entonces podrías hacer también un entrenamiento cerebral específico durante una hora al día para potenciar la función cognitiva que más necesite”, añade Fernández.
“De la misma manera que el entrenamiento para un maratón es diferente que el de una competición de fuerza, hay maneras de entrenar la atención o la memoria de trabajo cuyos resultados se ven en pocos días. Lo importante es que debe haber esfuerzo mental intenso. Hacer sudokus o leer es mejor que mirar la tele, pero no sirve como entrenamiento. Como en el deporte, si no hay esfuerzo, no hay ganancia”, concluye.
Los dos investigadores también están de acuerdo en que hay dos grandes dudas sobre el entrenamiento cerebral: cuánto tiempo dura el beneficio, y si existe la transferencia. Un ejercicio cognitivo concreto puede mejorar, por ejemplo, la memoria de trabajo en una situación determinada, pero no se sabe si hay transferencia hacia otras actividades cotidianas, es decir, si aumenta la memoria de trabajo de manera genérica o sólo hacia ese ejercicio.
“Esta es la gran duda científica, porque es muy difícil de medir”, explica Adam Gazzaley, neurocientífico de la University of California, firmante también de la carta crítica, “pero empieza a haber evidencias de que ciertos ejercicios sí logran esta transferencia de capacidades”.
Transferencia de conocimiento en neurociencia
En realidad Álvaro Fernández es un emprendedor a quien años atrás varios neurocientíficos le explicaron que el cerebro se podía entrenar para funcionar mejor y prevenir el deterioro cognitivo, y que se frustró al ver que esos mismos neurocientíficos se limitaban a publicar artículos en revistas de referencia, convencidos de que allí terminaba su trabajo. No se preocupaban de aplicar sus conocimientos, ni siquiera de divulgar sus importantes conclusiones.
Esa frustración le condujo a fundar Sharpbrains en 2007, y a mantenerse constantemente al lado de la ciencia más novedosa para tratar de innovar y transformar el conocimiento científico en aplicaciones. Cuando se dice que en España falta transferencia de tecnología, y que se publica mucho pero se patenta poco, lo que estamos diciendo es que hacen falta muchos más como Álvaro.
(Pere Esupinyà/SINC)