¿Por qué usted habla de epidemia ‘silenciosa’ cuando se refiere a los efectos neurotóxicos?
Porque no la diagnosticamos y tendemos a ignorarla.
¿Y por qué no la diagnosticamos?
Porque solo se diagnostican problemas muy definidos, como el autismo o la discapacidad intelectual, que son únicamente la punta del iceberg. Pero hay otras alteraciones más sutiles que suceden durante el desarrollo neuronal y que hacen que los niños pierdan atención, no vayan tan bien como deberían en el colegio, se distraigan, no se acuerden de cosas, sean más torpes coordinando movimientos… Cuando esto les sucede a miles o millones de niños, se convierte en un problema de salud pública y en una pérdida terrible para la humanidad entera.
¿Cuándo suceden estas alteraciones?
Cuando el cerebro en desarrollo se expone a tóxicos. Durante la edad prenatal y la infancia el cerebro es muy vulnerable, mucho más que el adulto. Si la exposición al tóxico se produce muy temprano, por ejemplo, en el segundo o el tercer trimestre de gestación, el daño puede ser más extenso; mientras que si sucede después del nacimiento, solo se verá afectada aquella parte del cerebro que se esté desarrollando en ese momento.
¿Qué tóxicos son los responsables de esta epidemia silenciosa?
En la industria y la agricultura, y, por lo tanto, en todos los productos que consumimos, se utilizan miles de productos químicos que pueden dañar el cerebro. El problema es que nadie ha comprobado su neurotoxicidad porque las empresas no están obligadas a hacerlo. En el mejor de los casos, cuando sí se chequea el posible efecto de un producto sobre el cerebro, se utilizan modelos animales y se mide el cambio de peso de este órgano, pero eso no tiene ningún sentido. ¡Einstein tenía el cerebro más pequeño que la media!
Entonces, ¿desconocemos qué productos químicos de consumo habitual son neurotóxicos?
Hemos revisado la literatura médica y podemos asegurar que existen al menos doce que dañan el desarrollo del cerebro en niños y en edad prenatal; como el mercurio, el arsénico, el tolueno y otros que conocemos bien y que, más o menos, están bajo algún tipo de control. Pero hay otro grupo de más de 200 productos químicos de los que sabemos que pueden penetrar en el sistema nervioso central de un humano adulto y dañarlo, y otros 1.000 con efectos neurotóxicos comprobados en ratas y ratones. Yo creo que, al menos de esos 200, se debería chequear su neurotoxicidad durante el desarrollo.
¿Puede poner un ejemplo concreto de estas alteraciones neuronales de las que habla?
Llevamos años estudiando a los niños de las Islas Feroe porque pertenecen a una sociedad con una dieta basada en la pesca y, por lo tanto, muy expuesta a mercurio. Uno de los test que llevamos a cabo en niños de 7 y 14 años consistió en hacerles pulsar una tecla de telégrafo durante 30 segundos. Comprobamos que los niños que habían estado expuestos a una mayor concentración de mercurio durante el período de gestación lograban teclear menos veces que los que habían estado menos expuestos. Después, mediante resonancia magnética funcional, vimos qué partes del cerebro se activaban durante el tecleo. En el cerebro de los niños con baja exposición todo funcionaba de manera correcta: se activaba el córtex motor izquierdo cuando tecleaban con la mano derecha, y al revés. En cambio, los niños con una alta exposición al mercurio utilizaban ambos hemisferios para controlar una sola mano.
¿Y eso qué implica?
El retraso en el tecleo se debe a que el cerebro tiene que usar los dos hemisferios a la vez y estos deben comunicarse antes de hacer nada, por lo que la ejecución es deficiente. Podrías pensar que, como ya no usamos el telégrafo, no supone ningún problema, pero es un indicador de que el mercurio causa desorganización en el cerebro.
¿Este daño es reversible?
A todos estos niños les medimos los niveles de mercurio que tenían en sangre en el momento de nacer y evaluamos sus efectos a los 7 años, a los 14 y, justo ahora, hemos terminado el estudio a los 22 años. Los resultados son los mismos. El cerebro no se cura, no es capaz de compensar los efectos dañinos que el mercurio ha tenido durante su desarrollo.
Pero los estudios en humanos no demuestran una relación causal, solo correlaciones, y los trabajos en animales no son extrapolables a las personas. Incluso así, ¿la evidencia del efecto neurotóxico del mercurio y los otros once productos químicos es irrefutable?
Sí, las evidencias experimentales, epidemiológicas y, en el caso del mercurio, históricas, son abrumadoras. Puede haber dudas sobre qué nivel de exposición es seguro para el desarrollo del cerebro, pero mientras no lo sepamos, yo creo que es mejor prevenir que curar. Los estados miembros de las Naciones Unidas firmaron la Convención de Minamata que busca disminuir los niveles de mercurio en el ambiente a lo largo de las siguientes décadas, pero eso es demasiado tiempo. La única manera de proteger a los niños del mercurio es que las mujeres embarazadas escojan bien qué comer.
Es decir, que si estás embarazada, mejor no vayas de comensal a las Islas Feroe.
Desafortunadamente, en Europa en general y España en particular el nivel de mercurio es muy alto, ya que se come mucho pescado de los niveles superiores de la cadena alimentaria. Deberían comer poco atún y pez espada y muchas más sardinas.
¿Cuán importante es el problema de mercurio en España?
Mediante test neuropsicológicos hemos demostrado que la exposición al mercurio está asociada a una menor atención, memoria y capacidades visuales, y a partir de estos datos se puede calcular la pérdida de coeficiente intelectual. España contribuye casi con el 50% a la pérdida europea de coeficiente intelectual asociada al mercurio, porque vuestra exposición es la máxima de la Unión Europea.
¿Pero los niveles de mercurio y el resto de productos neurotóxicos no están regulados?
El mercurio puede estarlo, pero es un tema de dosis. Si te tomas un buen filete de atún a la semana tienes un problema. Cuando digo que debemos proteger los cerebros de la siguiente generación y seguir el principio de precaución, todo el sector industrial se queja de que testar estos productos implica una gran cantidad de dinero. Pero la pérdida de capacidad intelectual de la población repercute en la economía de todo un país. La exposición al mercurio le cuesta a la sociedad española casi cinco mil millones de euros al año. Y estoy seguro de que la exposición a plomo causa como mínimo la misma pérdida, y la de pesticidas incluso más.
¿Cómo calcula este valor?
A partir de la disminución de los ingresos de las siguientes generaciones y que, teniendo en cuenta las tasas de descuento, los economistas han traducido en el valor del dinero presente. Así que, aunque para el sector privado en efecto sería costoso, un desarrollo seguro de los cerebros del futuro sería una muy buena inversión.
En su opinión, ¿cuál es el siguiente producto químico que se incorporará en el decimotercer puesto de su lista?
El perclorato, un contaminante del agua que tiene varios orígenes, como los fertilizantes o los fuegos artificiales. Un estudio muy reciente inglés e italiano ha demostrado que cuando mujeres embarazadas y con problemas de tiroides son expuestas a percloratos, el bebé puede perder un número muy importante de puntos de coeficiente intelectual.
Así que las mujeres embarazadas no deben comer atún, ¿y qué más?
Lo más adecuado es consumir comida orgánica, pero incluso así es imposible controlar completamente la exposición a pesticidas. También recomiendo minimizar el uso de cosméticos, ya que contienen sustancias que quizás son absorbidas por el cuerpo y puedan llegar al feto. Pero lamento decir que cuando hemos medido los niveles de productos químicos en muestras de sangre de mujeres que eran muy cuidadosas con su estilo de vida y otras que no se preocupaban demasiado, hay diferencias, pero no son grandes.
¿Entonces qué nos queda?
La decisión de investigar y regular estos productos debería ser tomada a nivel nacional o europeo por agencias reguladoras cuya función es protegernos. De esta manera, podríamos continuar usando los productos químicos que nos sean útiles, pero en condiciones seguras. Los niños tienen que desarrollar sus mejores capacidades y talentos para sacarle el máximo partido posible a la vida. Mientras que nuestra sociedad acepte que no puede chequear la neurotoxicidad de los productos químicos o regular su uso, estaremos demostrando que no nos importan los cerebros de la siguiente generación y, personalmente, no creo que nos vayan a perdonar. Al menos no deberían.
Para más información:
Philippe Grandjean publicó en 2013 un libro titulado ‘Only One Chance’ que está acompañado por estapágina web con información actualizada sobre los productos químicos que pueden dañar el desarrollo del cerebro humano.
(Marta Palomo/SINC)