La crisis financiera que comenzó en Estados Unidos y luego se extendió al resto del mundo despertó entre los desconcertados analistas muchas preguntas, aún hoy sin respuesta. Por qué fuimos incapaces de preverla, por qué no puede el capitalismo regularse a sí mismo o si –como sugiere Yanis Varoufakis, ministro de finanzas griego, o su mentor en la Universidad de Texas, James K. Galbraith–un crecimiento perpetuo de la economía, como pensábamos antes de 2008, es una ilusión solo sostenida durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, también surgieron interpretaciones tan interesantes como la que planteaba el periodista y escritorGary Stix en un artículo de 2009 en Scientific American, donde analizaba la crisis desde la perspectiva de la neurociencia. Algunos estudios aseguran que la avaricia de los seres humanos es un rasgo inevitable, ya que está determinada por la ‘ilusión monetaria’ que brota de un área del cerebro llamada corteza prefrontal ventromedial.
Hace unas semanas, pasó por Madrid para revisitar, en la Fundación Ramón Areces, este provocador artículo sobre la ciencia que hay tras las burbujas económicas y sus pinchazos.
Su artículo original se publicó en 2009. ¿Ha cambiado su posición sobre las burbujas económicas en estos últimos cinco años con los nuevos hallazgos sobre el cerebro?
Lo que hace la neuroeconomía es establecer un vínculo entre la economía y la psicología del comportamiento. Y creo que, igual que en 2009, la economía conductual sigue teniendo mucha validez. Pero una de las cosas que he aprendido en estos años es que realmente no sabemos bien qué pasa en el cerebro. O sea, el hecho de que la corteza prefrontal ventromedial esté activa cuando una persona piensa en comprar una casa nueva, no indica qué está pasando, porque uno puede estar haciendo muchas otras cosas.
Su artículo hace pensar en el neurólogo Antonio Damasio, que habla de las emociones como un motor de la cognición y un centro de toma de decisiones.
Hay una diferencia. Damasio habla de las emociones y de la intuición como una fuerza positiva para resolver problemas, y lo que dicen economistas como Schiller, Tversky y Kahneman [que apoyan la teoría de la ilusión monetaria] es que las emociones también nos hacen tomar decisiones irracionales. Mi artículo explica que los artistas, aunque no están muy bien integrados en la sociedad porque no tienen un sentido social y emocional, son sin embargo muy racionales, no sufren de esa ilusión monetaria.
Al principio, la neurociencia se centraba más en comprender el cerebro para tratar enfermedades mentales, pero ahora también intenta buscar el significado de nuestros actos. ¿Cree que es algo que está fuera de su alcance?
Eso, hasta cierto punto, tiene que ver con la conciencia. Hay un intento de entender eso, pero hasta ahora no ha tenido mucho éxito. Pero tampoco han tenido mucho éxito los tratamientos para el cerebro, que o son malos o no existen. La neurociencia es interesantísima porque es una frontera nueva extraordinaria y, por muchos años que se estudie, siempre habrá mucho más que no sabremos. Hay otros campos de la ciencia que, en mi opinión, no son tan interesantes. Por ejemplo, antes se pensaba que íbamos a viajar a las estrellas, algo que va a ser difícil o quizá imposible. La neurociencia, probablemente, no será una ciencia madura hasta dentro de cien años, ya que ahora ni tenemos las herramientas ni los conocimientos para explorar; pero los tendremos.
De todos los retos que tiene ahora la neurociencia por resolver, la búsqueda de la conciencia, si estamos determinados por nuestros genes o por nuestro entorno (el llamado nature versus nurture)… ¿cuál le interesa más?
La división que existe entre los tratamientos y el conocimiento. Eliminarla es el mayor reto porque necesitamos nuevos fármacos, los que tenemos son muy viejos y no son buenos. Por otro lado, lo interesante de la neurociencia es que, ahora mismo es el área que atrae más jóvenes investigadores.
¿Qué le parece que se usen técnicas de neuroimagen como la resonancia magnética funcional (fMRI) o los potenciales evocados cognitivos para leerle la mente al sospechoso de un crimen? Ha habido ejemplos, tanto en EEUU como en España.
Hasta ahora no se aceptan muy bien esas pruebas porque se pueden interpretar las imágenes de varias formas. Una demanda basada en una de esas imágenes no tendrá éxito en un juicio.
¿Qué ocurrirá con la psicología y la psiquiatría a lo largo del siglo XXI, cuando la neurociencia vaya aportando más evidencias? ¿Cree que las incorporarán para dotar de solidez a sus argumentos o que serán progresivamente desplazadas?
Lo primero, que ya está pasando, es que se ampliará la posibilidad de hacer diagnósticos. Antes dije que no había habido avances, pero lo cierto es que en diagnosis sí ha habido muchos. Por ejemplo, ahora podemos saber con años de antelación si tenemos alguno de los rasgos de la enfermedad de Alzheimer, y se está intentando conseguir lo mismo con enfermedades psiquiátricas, no solo neurodegenerativas. Quizá dentro de diez años podamos saber si un niño tiene riesgo de autismo.
Hablemos del negocio. Internet está cambiando la dinámica de los periodistas científicos de alimentarnos exclusivamente de grandes revistas como Nature, Science o PNAS. Ahora tenemos otras fuentes de conocimiento más dinámicas, como arxiv.org. ¿Cómo cree que afecta esto al hecho de escribir sobre ciencia?
Siempre es bueno no estar spoon-fed [alimentado con cuchara, como los bebés]. Es cierto que en física muchos de los avances están se publican en preimpresión. Hasta ahora eso no ha llegado a la biología y no estoy seguro de que lo haga. Hay nuevas revistas de acceso abierto que han tenido éxito en la industria de las publicaciones científicas, pero todos los biólogos quieren publicar en Nature y Science, y eso no ha cambiado.
El conflicto para el periodista es que a veces no está claro si algo es científicamente relevante por sí mismo, o simplemente porque Science o Nature lo han puesto en su portada…
¿Pero qué más hace falta? Si hay algo relevante, lo ponen en portada. Los editores de Science y Nature tienen la capacidad de juzgar si es relevante o no. Y en las demás revistas también hay cosas interesantes. No solamente debemos escribir sobre los grandes avances, también sobre lo que está pasando en un campo de la ciencia, y para eso muchas veces son mejores otras revistas. Y, por supuesto, también hay que hablar con la gente, hacer síntesis, buscar críticas, investigar. Hay muchas posibilidades más allá de las revistas famosas.
La revista donde trabaja, Scientific American, se ha adaptado bien al mundo digital. Su página es muy visitada y tienen impacto en redes sociales. ¿Les costó mucho hacer esta transición?
Sí, varios años. El primer sitio web que tuvimos salió en 1996 y era muy pequeño. Ahora se ha adaptado, tenemos una red de blogs, artículos propios… y por el hecho de estar integrados en el grupo editorial de Nature, tenemos artículos que adaptamos de Nature. También es posible leer Scientific American online. El problema que todas las revistas tienen ahora es que la publicidad ha bajado, para nosotros y para todo el mundo. Y para adaptarse a eso, se necesita un genio que cree una nueva forma de ofrecer periodismo científico –o cualquier otro tipo de noticias o entretenimiento– a un público general.
Pero parece que ahora hay una explosión de contenido científico en internet. Entre las noticias más leídas de los medios siempre hay algo relacionado con ciencia, tecnología, salud… y muchas veces son estudios del tipo “La gente que come chocolate es más feliz”; es decir, publicidad que se aprovecha de la ciencia como autoridad.
Pero eso ha sido un problema durante mucho tiempo. El público se interesa por los temas sobre salud y siempre surgen nuevos estudios. Pero hay tanta publicidad que la gente está cansada. Un día ven que comer esto provoca cáncer, otro día es al contrario… La gente se queda confusa. En internet hay información sobre cualquier cosa. Si vas al sitio de Science, de Nature o de Scientific American, puedes aprender mucho, pero si lees solo artículos sacado de un comunicado de prensa, después de un tiempo desconfiarás. Yo siempre digo que internet es increíble, pero uno tiene que escoger lo que quiere leer, y hacerlo de forma inteligente.
Eso puede ser una oportunidad para que algunos medios trabajen como filtro entre tanta gente que trata de vender su producto usando la ciencia como autoridad. Los periodistas pueden ser la señal entre tanto ruido.
Sí, pero uno tiene que convertirse en estudiante. No vas a aprender todo en un día, pero si te interesa la ciencia, ahora es la mejor época de la historia. Durante 50 años, Scientific American se encargó de repasar la ciencia más importante. Ahora se puede conseguir esa información en muchos otros lugares. Y eso está muy bien.
¿Qué planes tienen en la revista para seguir siendo un referente de la popular science? ¿Nnuevos públicos, innovación tecnológica, alianzas?
Nuestra presencia on line seguro que va a continuar aumentando. Ahora tenemos un sitio web en español y se va a expandir. Pero lo importante es que en esta época, lo esencial es hacer cosas buenas, escribir artículos que hagan que la gente se esfuerce en pensar de una forma profunda. Eso cuesta mucho trabajo y hay mucha gente involucrada en ese trabajo, no solo el escritor, sino los editores, los infografistas…
Apostar por contenidos de calidad. Tan fácil de decir y tan difícil de conseguir.
Muchas revistas han perdido esa visión, pero también están saliendo revistas científicas muy buenas en internet. Antes nos preocupaba que con los blogs y la información on line, la gente no necesitara el periodismo, científico o de cualquier tipo. Pero eso no ha pasado.
(Antonio Villarreal/SINC)