Manuel Martínez Morales
¿A quien va usted a creer?, ¿a mi, o a sus propios ojos?
Groucho Marx
Si usted está dispuesto a creer a sus propios ojos y oídos preste mucha atención, pues no hace mucho Warren Buffett, el tercer hombre más rico del planeta, comentó: “por supuesto, hay una guerra de clases, pero es mi clase, la clase rica, que está librando la guerra, y estamos ganando”. Hace un siglo ya lo había dicho Lenin de otra manera, palabras más, palabras menos: quien más aprende del marxismo (el de Karl y el de Groucho, aclaro) es la clase dominante. Mientras en los claustros académicos, para estar de acuerdo con la mierda, perdón quise decir con la moda posmoderna, se abandona el concepto de “lucha de clases” como uno de los ejes imprescindibles para comprender la realidad social, en la cúspide de los poderes fácticos se la reconoce abiertamente, tal como sin reparos y evidente cinismo (¿o realismo?) lo hace Buffett.
Domingo 10 de mayo de 2015: Agentes de la Policía Estatal Preventiva (PEP) atacaron a la comunidad triqui de la colonia Nueva San Juan Copala, en el Valle de San Quintín, bajo el supuesto de que algunos jornaleros querían ingresar a un rancho para incendiarlo. El saldo fue de 70 heridos, siete de ellos de gravedad, y cinco detenidos por diversos delitos.
Hay rabia en el tono de los relatos: desde que llegaron, los agentes empezaron a tirar balazos contra la gente, estaba desnudo en la casa y lo golpearon, fue la patrulla 885, se llevaron a unos que nada tenían que ver, eran otros los que tiraron piedras y yo estaba ahí, vi cuando lo tiraron al suelo y les quitaron celulares a quienes grabaron la agresión, pero lo más grave es el testimonio de un hombre al que los policías le espetaron: ahora sí se fregaron y los vamos a matar.
La represión se produjo en el contexto del paro que los jornaleros agrícolas mantienen en el valle de San Quintín por mejoras laborales.
Hombres, mujeres y niños desechables –dice Luis Hernández Navarro. Los trabajadores agrícolas viven usualmente en asentamientos provisionales que se convirtieron en permanentes, hacinados, sin servicios básicos, en viviendas con techos de lámina y pisos de tierra. Muchos son indígenas migrantes provenientes de Oaxaca (mixtecos y triquis), Guerrero, Puebla y Veracruz, que han hecho de San Quintín su otra comunidad.
Las fincas en las que laboran están dotadas de riego y equipo de alta tecnología. Generan cuatro quintas partes del valor de la producción agrícola estatal. La mayoría es propiedad de unas 15 familias y de consorcios trasnacionales. Sus dueños forman parte del gobierno estatal.
Nada está bien en San Quintín, los jornaleros trabajan en condiciones humillantes en fincas que cultivan hortalizas de exportación, fresa, tomate, mora. A cambio de salarios de hambre, laboran jornadas de hasta 14 horas diarias sin día semanal de descanso ni, mucho menos, vacaciones o seguridad social. Los capataces abusan sexualmente de las mujeres y son obligadas a llevar a sus hijos a los predios para que realicen faenas.
Estas empresas agrícolas explotan intensivamente una mano de obra barata, abundante, fácilmente sustituible y, por lo mismo, desechable. No tienen que hacerse cargo de garantizar condiciones dignas para su reproducción. Si un trabajador se enferma, se muere o se agota se le sustituye por otro sin costo alguno. Exprimen a los jornaleros como si fueran naranjas a las que hay que extraer el jugo hasta dejarlas convertidas en cáscaras…
Desechables al fin. Si abandonan el trabajo o mueren, de inmediato vendrán otros a reemplazarlos. La crisis económica y el consiguiente desempleo amplían los límites de la oferta en el mercado laboral, hay siempre un ejército de reserva de mano de obra que se vende por casi nada, que se entrega a cambio de condiciones de semiesclavitud.
Las empresas no respetan la legislación del trabajo. Disponen de la complacencia de las autoridades laborales y de sindicatos de protección afiliados a la CTM y a la CROM.
En las condiciones presentes ni siquiera se les remunera lo que con su trabajo producen: 100 pesos por una jornada de 14 horas, más 10 pesos por cada caja de fresa recolectada. Caja que luego es vendida en 60 dólares.
200 pesos por 8 horas diarias de trabajo, 20 pesos por caja y mejores condiciones de vivienda y servicios, es todo lo que los jornaleros, ahora sublevados, exigen. Y que paren los abusos y acoso contra las mujeres. Hay patrones que conceden esto y dicen a los demás que sí es posible satisfacer las demandas de los trabajadores, y seguir obteniendo buenas ganancias. Quienes en verdad mandan no escuchan y amenazan a los que están dispuestos a ceder algo en beneficio de quienes laboran en sus fincas.
La guerra de clases se desenvuelve en los terrenos de la economía, la política y la lucha de masas. En México esta guerra está llegando a niveles de gran encono por la agudización de las contradicciones entre la clase en el poder y la clase de los desposeídos. ¿A quién va usted a creer, a mi o a sus propios ojos?
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.