Rosalind Franklin

Rosalind Franklin


Manuel Martínez Morales

En la práctica de la ciencia moderna muchas veces resulta un tanto problemático dilucidar a quien debe atribuirse el crédito por tal o cual aportación, ya se trate de un descubrimiento, la publicación de algún artículo o el registro de una patente. Así, es frecuente encontrar en la literatura científica y de divulgación artículos firmados por una multitud de individuos, siendo generalmente difícil distinguir a quien corresponde la aportación más significativa. Lo cual obedece a que en la investigación contemporánea, por su complejidad, es raro que un trabajo científico sea realizado de cabo a rabo por un solo individuo.

Esta circunstancia tiene sus consecuencias pues, a veces, con el ánimo de no dejar sin crédito a ninguno de los participantes en la investigación, en la lista de autores de algún artículo resultante se incluye hasta el chofer que condujo a los investigadores al sitio donde hicieron su trabajo de campo. Lo cual crea problemas para los burócratas que intentan evaluar la “productividá” científica pues entonces lo único que se les ocurre es prorratear (¿o pro-ratear?) los puntitos (croquetas) entre los autores.

Pero la situación contraria (el no dar el crédito debido a quien hace una aportación relevante) puede ser más grave. La historia de la ciencia está plagada de historias y anécdotas sobre científicos que han sufrido este tipo de marginación.

Un caso paradigmático es el de Rosalind Franklin, quien realizó el trabajo experimental que permitió luego atribuir a Wilson y Crick el descubrimiento del ADN. Según Álef Libera el Conocimiento, Rosalind Elsie Franklin (25 de julio de 1920 en Kensington, Londres – 16 de abril de 1958 en Chelsea, Londres) fue una biofísica y cristalógrafa inglesa autora de importantes contribuciones a la comprensión de las estructuras del ADN, los virus, el carbón y el grafito. A Franklin se la recuerda principalmente por la llamada Fotografía 51, la imagen del ADN obtenida mediante difracción de rayos X, que sirvió como fundamento para la hipótesis de la estructura doble helicoidal del ADN en la publicación del artículo de James Watson y Francis Crick de 1953, y tras su publicación constituyó una prueba crítica para la hipótesis. Más tarde, lideró varios trabajos pioneros relacionados con el virus del mosaico de tabaco y el poliovirus. Falleció en 1958 –a los 38 años- a causa de bronconeumonía, carcinomatosis secundaria y cáncer de ovario, minutos antes de que su último informe fuera leído en la Faraday Society.

Muchos casos en que se escamotean los créditos debidos se relacionan con la discriminación, como en este caso, pues desde su formación Rosalind Franklin tuvo que enfrentarse a la discriminación de género. Ella se graduó de la universidad de Cambridge en 1941, no sin antes salvar la oposición paterna. Ello no obstante, su carrera fue brillante pues hizo estudios fundamentales acerca de las microestructuras del carbón y del grafito y este trabajo fue la base de su doctorado en química física, que obtuvo en la universidad de Cambridge en 1945. Después de Cambridge, pasó tres productivos años (1947-1950) en París, en el Laboratoire de Services Chimiques de L’Etat, donde estudió la aplicación de técnicas de difracción de rayos X a sustancias amorfas. Además –como mencioné anteriormente- fue ella quien proporcionó los datos experimentales en los que se basó el modelo de la estructura molecular del ADN propuesto por Watson y Crick.

En 1951, regresó a Inglaterra para trabajar como investigadora asociada en el laboratorio de John Randall en el King’s College de Londres. Rosalind Franklin, una mujer de personalidad fuerte, mantuvo aquí una relación compleja con Maurice Wilkins, quien mostró sin su permiso sus imágenes de difracción de rayos X del ADN a James Watson y Francis Crick. Ninguna otra inspiración fue tan fuerte como ésta para la publicación por ellos, en 1953, de la estructura del ADN, tal como ellos mismos reconocieron.

Las condiciones que como mujer tuvo que soportar en Cambridge y ciertas palabras despectivas de James Watson, hacen aparecer como un agravio la concesión del Premio Nobel de Fisiología o Medicina sólo a Watson, Crick y Wilkins en 1962, cuando en realidad ya se había producido su fallecimiento. Sus compañeros, incluso Watson, famoso por la mordacidad con que se refiere a sus colegas, expresaron repetidas veces su respeto personal e intelectual por ella. En cualquier caso, Rosalind Franklin merece el lugar que ha llegado a ocupar como icono del avance de las mujeres en la ciencia.

A propósito, la actriz Nicole Kidman retorna a la actuación en el West End, el distrito teatral londinense, en un tributo a su padre, que era bioquímico, y a otros científicos investigadores cuyos descubrimientos vitales son a menudo dejados de lado por la historia.

La ganadora del Óscar es protagonista de Photograph 51 personificando a Rosalind Franklin. Kidman, quien sube a escena 17 años después de su aclamada interpretación en The Blue Room, había hablado de esta obra con su padre, el doctor Anthony Kidman.

Mi padre falleció el 12 de septiembre del año pasado, dijo Kidman. Esta es mi forma de reconocerlo y reconocer a las personas de ciencia cuya callada labor en muchas ocasiones no es reconocida, expresó. “Mi padre era bioquímico. De niñas mi hermana y yo íbamos al laboratorio a esperarlo; nos daban tubos de ensayo y mecheros de Bunsen para jugar. Pero él era doctor en investigación de distrofia muscular.

“Él era el doctor Kidman, pero de niña tuve que aprender muy pronto, cuando la gente preguntaba si era médico, a decir: ‘No, es doctor de investigación’. No se consideraba algo impresionante. Hubiera sido mucho más impresionante si hubiera podido decir que era cirujano cerebral. Desde niña supe que los científicos investigadores no reciben honores del mismo nivel que los cirujanos cerebrales.” (http://www.jornada.unam.mx/2015/09/09/espectaculos/a09n1esp)

Como antes se apuntó, Photograph 51 es el nombre dado a la imagen de rayos X tomada por Franklin en el King’s College de Londres, que reveló la forma de doble espiral del ADN.

Existe aún una enorme cantidad de desigualdad para las mujeres en la ciencia, señaló Kidman. Una de las razones para montar la obra es arrojar luz sobre eso. Rosalind no era extrovertida. No confiaba su trabajo a otras personas. Era una persona callada, metódica y brillante cuya enorme aportación no fue reconocida.

Esta es sólo una de tantas historias sobre el escamoteo de créditos al trabajo científico. Lo lamentable es que sigue repitiéndose entre nosotros aquí y ahora debido, entre otras cosas, a la distorsión del trabajo científico inducida por la improductiva competencia a la que –paradójicamente- ha conducido la “productivitis”.

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