Manuel Martínez Morales
Rara vez alzas la vista para mirar el cielo nocturno. Las titilantes luces que adornan la noche son para ti parte del paisaje cotidiano que das por visto y, por tanto, nada te significan. Buscas el asombro, sin encontrarlo, en el monótono ruido de las máquinas, en los símbolos y signos que los medios arrojan a diario sobre tu dócil espíritu, en los falsos escándalos del new age, o en las superficiales fórmulas de la mercadotecnia y la administración de empresas. Dentro de la burbuja que te compraron para protegerte de la vida, la que habitas desde el primer segundo de tu existencia, ni remotamente imaginas la existencia de libros sagrados como el Zohar, cargados de sabiduría ancestral: «No hay una sola brizna de pasto en todo el mundo que no esté controlada por una estrella o un planeta en el firmamento.»
Tu indiferencia ante el firmamento estrellado, amado hermano, no siempre ha sido. En tiempos remotos aparecieron hermeneutas de los cielos, así llamados astrólogos, quienes ya en la Castilla de Fernando e Isabel, los reyes católicos, recibían el fastuoso nombre de estrelleros. Hombres apreciados y respetados por su saber. Era entonces España uno de los mejores centros de ciencia cosmográfica, contando la Universidad de Salamanca entre sus profesores a uno de los estrelleros más grandes de la época, Abraham Zacuto, quien enseñaba siguiendo el sistema de Copérnico.
Según sus raíces, astrólogo es aquel que busca conocer los astros pero, atendiendo a su quehacer concreto consignado por la historia, podríamos decir que el astrólogo busca el saber en las estrellas, busca la historia de cada brizna de pasto, el destino de cada hombre en el caminar de las estrellas. Estrelleros brillantes como el nombre de su oficio, Johannes Kepler o Abraham Zacuto, elaboraban detallados horóscopos para nobles y plebeyos, a la vez que desarrollaban una precisa cartografía celeste. El Almanaque perpetuo de los tiempos, de Zacuto, sirvió de base para el cálculo de las efemérides que utilizaron con notorio éxito navegantes españoles y portugueses del siglo XV (J. Rey Pastor; La Ciencia y la Técnica en el Descubrimiento de América, Espasa Calpe, 1970).
Con el paso del tiempo, inflada ya la soberbia humana por el dogma positivista, la astrología devino en pura astronomía; no más descifrar el destino mediante la lectura de los mapas estelares, ahora bastará con describir las posiciones de los astros como puntos abstractos en el espacio celeste. Pero has de saber que al rescate llegó la astrofísica, ciencia que vuelve a interesarse en la historia del universo, del sistema solar, del planeta Tierra y sus habitantes, a partir de lo que ocurre en el corazón ígneo de las estrellas. Aun así, se mantiene el abismo entre el saber científico y la hermenéutica astral.
Por eso hermano, por no hacer caso de las estrellas, tu vida es simple movimiento browniano gobernado por el azar, aunque tú, víctima del marketing y del consumismo, te crees dueño de tu destino, cuando no eres más que una partícula agitada por el adoctrinamiento enajenante a que eres sometido.
Para aliviar un poco tu disimulada melancolía, mal absoluto de este siglo, sugiero que vuelvas tu mirada a la prodigiosa historia del hombre en el cosmos. Y te invito, sin costo alguno, a que en estas noches claras dirijas tu vista al cielo; cierto estoy que encontrarás alguna estrella que refleje tu sonrisa.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.