Manuel Martínez Morales
En mi sábana blanca vertieron hollín, han echado basura en mi verde jardín,
si capturo al culpable de tanto desastre lo va a lamentar, lo va a lamentar…
Silvio Rodríguez: Sueño de una noche de verano
En los últimos años se ha perdido el 75 por ciento de la vegetación en el Estado de Veracruz, más del 50 por ciento de las aguas residuales no son tratadas adecuadamente y hay más de mil tiraderos de basura a cielo abierto en todo el estado, y sólo hay 12 rellenos sanitarios.
Aunque esto no es novedad, ya que desde la década de los ochenta el deterioro ambiental en Veracruz estaba más que documentado. En aquellos años, el Centro de Ecodesarrollo –dirigido por Iván Restrepo- y la Universidad Veracruzana llevaron a cabo varios proyectos de investigación con el propósito de evaluar la extensión del desequilibrio ecológico en varias regiones del estado. Por ejemplo, puedo citar el proyecto “Evaluación de los impactos ambientales y sociales de la industria petrolera en el sureste y Golfo de México” en el cual colaboré, específicamente en el estudio puntual “La fauna acuática del litoral”, cuyos resultados fueron publicados en el volumen 14 de la serie de 15 volúmenes, “Medio Ambiente en Coatzacoalcos”, editada por las instituciones arriba indicadas en 1987.
Entonces, al menos una década antes de que se considerase al cambio climático, consecuencia del calentamiento global, como otro factor a tomar en cuenta en el desequilibrio ecológico de la región, proyectos como el citado ya revelaban un creciente deterioro ambiental en el estado, con manifestaciones como son: la contaminación de ríos, lagunas y litorales; deforestación de amplias zonas boscosas; alteraciones en la distribución, composición y abundancia de flora y fauna, alteraciones climáticas significativas, etcétera. Deterioro que tiene serias consecuencias económicas y sociales, como demuestran los estudios realizados por diversos grupos de científicos, al menos durante las últimas tres décadas.
A mediados de los años noventa, científicos de diversas partes del mundo comenzaron a llamar la atención sobre las alteraciones ambientales y el cambio en el clima planetario producidos por el calentamiento global, que para ese entonces ya era detectable.
Quienes gobiernan el estado –y el país- parecen no entender (o simulan entender para adornar la demagogia con la que encubren su “falta de ignorancia”) la gravedad de la situación.
Dice Henri Lefebvré que el tecnócrata se rodea de los signos del saber, sin poseerlo realmente. Así atestiguamos como los hombres del poder público revisten sus discursos con frases ampulosas y palabras que semejan conceptos, sin serlo en realidad. Creo que el fondo del asunto es la relación entre poder y conocimiento.
En las condiciones actuales del sistema político mexicano, que no me detendré siquiera a describir, el conocimiento científico es absolutamente despreciado en cuanto no sea funcional al mantenimiento del estado de cosas, o en cuanto no se preste al adorno demagógico; “suerte te de Dios y que el saber poco te importe”, parece ser la socorrida máxima de quienes gobiernan el país. Para confirmarlo sólo compruébese el exiguo presupuesto destinado a las actividades de investigación científica y desarrollo tecnológico. Pero el tema va más allá del financiamiento: el poder teme al conocimiento, entre otras razones por la naturaleza crítica del conocimiento científico, pues éste proporciona las herramientas –teorías y métodos- que ayudan a revelar las causas de la desigualdad, la falta de democracia, el origen de la contaminación, el calentamiento global y la devastación ambiental, así como la naturaleza de tantos mecanismos de los que se vale la clase en el poder para mantener su hegemonía. Y también puede mostrarnos los instrumentos mediante los cuales se puede resistir y hacer frente a ese poder.
Ante esta situación, la consideración de las nuevas ciencias es pertinente en cuanto al entendimiento del cambio climático, la devastación ambiental y la relación que guarda el poder con la academia. Por una parte, las ciencias que estudian el clima, la ecología y sus relaciones mutuas pertenecen precisamente al campo de las ciencias de lo complejo pues no es posible comprender el cambio climático y la devastación ambiental, sus causas y sus efectos, más que entendiendo el fenómeno en toda su complejidad: estudiando las diversas articulaciones –en una totalidad- entre clima, medio ambiente, el contexto social presente, las relaciones de poder, el papel de los científicos y del Estado.
En un sistema complejo como el aludido, el observador es a la vez un “agente” dentro del sistema; es decir sus observaciones y sus acciones en el sistema tienen un efecto en la forma en que lo comprende (al sistema) e interviene en él. El comportamiento de las “partes” que componen el sistema complejo no explica completamente el comportamiento del sistema; sino que este comportamiento “global” del sistema contribuye a la explicación del comportamiento de las partes.
Si pienso que fui hecho para soñar el sol, y para decir cosas que despierten amor, como es posible que duerma entre saltos de angustia y dolor…….
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.