La Mesoamérica prehispánica fue el escenario donde tuvo lugar el surgimiento de una cultura milenaria que se desarrolló de manera independiente; además de las aportaciones al campo de la astronomía y la arquitectura, sus habitantes crearon un sistema de cultivo basado en una agricultura sin animales.
De acuerdo con María Teresa Rojas Rabiela, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), mientras que en las civilizaciones del mundo antiguo como China, Mesopotamia o Egipto, la ganadería fue el eje central de su agricultura, en Mesoamérica se desarrolló un sistema de producción agrícola manual que le permitió crear formar propias de cultivar la tierra.
El sistema de trabajo manual, comenta, dio lugar a un conjunto de técnicas y estrategias de manejo que junto con el mejoramiento fitogenético de las especies y la intensificación del uso del suelo por medio de la irrigación y el aterrazamiento, dieron lugar al crecimiento de la capacidad productiva de los pueblos de Mesoamérica.
“Lo distintivo de Mesoamérica es que no hubo domesticación de animales con los cuales los agricultores realizaran las labores del campo y de transporte, que imprimió al desarrollo social y político un sello propio, y la orientó a realizar actividades como la transformación de los paisajes y la organización social y política”, destaca la doctora en ciencias sociales con especialidad en antropología.
Para la investigadora miembro nivel III del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), conocer las claves ambientales, sociales y las técnicas de esta actividad resulta de mucho interés para el país, porque permite entender el funcionamiento y desarrollo de las civilizaciones prehispánicas a partir de sus modestos orígenes.
Por lo anterior, María Teresa Rojas Rabiela ha coordinado investigaciones sobre etnohistoria de la agricultura, del riego y de la tecnología mesoamericana, entre otras líneas. La afirmación sobre el desarrollo de una agricultura sin animales en Mesoamérica es resultado de investigaciones arqueológicas y etnográficas.
Riqueza biológica y la domesticación de plantas
La ubicación geográfica y la diversidad ambiental en que se desarrollaron los pueblos de Mesoamérica permitieron la existencia de hasta 45 tipos de vegetación “que dio como resultado un 20 a 30 por ciento de endemismo de un total de 30 mil especies”, dice.
Aunque el maíz fue la especie más importante de los pueblos de Mesoamérica, uno de los resultados del trabajo manual fue la domesticación de plantas y creación de variedades adaptadas a la diversidad de las condiciones microambientales, tras observar su comportamiento o resistencia a la sequía o exceso de humedad, al frío o al calor excesivo, o bien para satisfacer preferencias de sabor, color u otros de índole alimenticio o simbólico.
La doctora Rojas Rabiela señala que el contacto milenario de las poblaciones de cazadores recolectores con la vegetación propició la domesticación de alrededor de 100 especies de plantas, el mayor conjunto de estas después de China.
Por citar un ejemplo, de acuerdo con la revista Arqueología Mexicana, la gran mayoría de las calabazas que se consumen en el mundo tiene su origen en especies del género Cucurbita, domesticada en México.
Conforme a los hallazgos de semillas de calabaza de 10 mil años de antigüedad en las cuevas de los Valles Centrales de Oaxaca, se estima que se trata de la primera planta domesticada en Mesoamérica.
Para Rojas Rabiela, el proceso de domesticación de plantas fue resultado importante en el proceso civilizatorio de Mesoamérica, cuyo sistema gravitó alrededor del maíz, pero que tuvo otras especies muy de cerca como los chilacayotes, calabaza, quelites, chiles, algodón, magueyes, tubérculos, frutales y plantas de ornato.
Herramientas y técnicas
Los campesinos de la Mesoamérica prehispánica hicieron uso de herramientas con notable destreza: bastones de madera endurecida al fuego, que se empleaba como medio forestal, podas y deshierbes; hachuelas para labrar la madera y cortar árboles compensaban una parte de la elevada acción laboral del cultivo sin animales.
A diferencia de civilizaciones como Mesopotamia, donde se inventó y utilizó la rueda para facilitar el transporte de grandes cargas, los pueblos de Mesoamérica hicieron uso de “máquinas simples”: palancas, cuñas, rampas o planos inclinados. En palabras de la investigadora Teresa Rojas Rabiela, la rueda se utilizó en juguetes, malacates y algunas estructuras de juegos, rituales, pero no en maquinaria rotativa.
“Lo mismo pasó con la fuerza del agua; tampoco se empleó para mover máquinas, lo cual representa un enigma porque muchos de estos desarrollos estuvieron ligados con la ganadería”, comenta la especialista en etnohistoria de la agricultura, del riego, de la organización laboral y de la tecnología mesoamericana.
Consecuencia de la actividad manual
Una de las consecuencias directas de la carencia del ganado en el sistema de agricultura de la región fue el trabajo humano en todas las tareas agrícolas, en la construcción y mantenimiento de las obras de irrigación: zanjas, canales, pantanos, por mencionar solo algunas.
La creación artificial de zonas húmedas como lagunas que se desaguaban para cultivar helechos, así como la construcción de terrazas y bancales para la conservación de la humedad, y la ampliación de la superficie del cultivo en este país montañoso fueron características de los pueblos de esta región cultural.
Entre otros resultados del trabajo manual, se encuentran los bajos rendimientos de las cosechas que escasamente fueron recompensados, aunque los habitantes aplicaban atención y gran cuidado a las tareas, el cultivo de plantas y a las obras de infraestructura.
“Contrario a lo que se pensó por mucho tiempo, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, hoy sabemos que la agricultura de Mesoamérica fue variada y muy alejada de aquella vieja visión de una única y universal agricultura de roza o milpa: itinerante, técnicamente uniforme, sencilla y con predominio del cultivo del maíz”, concluye la especialista.