Manuel Martínez Morales
El amor es
trabajo productivo…
permanente.
El pasado es fundamental porque
es la fuente de ese amor.
Podrá ser cierto, como lo afirma Adolfo Bioy Casares en uno de sus cuentos, que la realidad (como las grandes ciudades) se ha extendido, se ha ramificado en los últimos años y ello ha influido en el tiempo: el pasado se aleja con inexorable rapidez. Pero la realidad -la realidad amorosa, sobre todo- en verdad tiene la estructura de un espacio topológico, a su vez conformado por subespacios de distintas variedades, lo cual permite refutar la citada aseveración sobre el tiempo que dice: “el pasado se aleja”, ya que éste permanece siempre a tu alcance si aplicas la transformación topológica adecuada.
Para que me entiendas mejor diré en forma simplista que la topología es una geometría de hule, elástica, que permite cierta clase de transformaciones ante las cuales algunas propiedades de la estructura permanecen invariantes; tal como sucede con nuestro amor, que ha resistido el paso de los años, pues contrariamente a lo que sugiere Bioy Casares, el pasado -el inicio de nuestra relación- parece que fue ayer y no hace XXXX años. El tiempo en esta perspectiva aparece como una línea recta de goma cuyos puntos extremos pueden tocarse mediante la sencilla operación de doblarla.
Por ello te aseguro que nuestro amor forma un subespacio topológico conexo. Un conjunto se dice que es conexo por caminos si todo par de puntos puede unirse mediante un camino. Estos conjuntos están “hechos de una pieza” (los conexos) o “hechos de manera que no tienen piezas totalmente sueltas” (los conexos por caminos). Naturalmente esto es sólo una manera de interpretarlos. Las piezas de un conjunto (los mayores subconjuntos conexos que contiene el conjunto) se denominan “componentes conexas”. Por ejemplo, un puñado de arena sería un conjunto en el que las componentes conexas son cada granito de arena. Un espejo roto sería un conjunto en el que cada trozo de espejo es una componente conexa. Una bola de hierro es un conjunto con una sola componente conexa, es decir, un conjunto conexo. Una rejilla también es un conjunto conexo, formado por una sola componente conexa.
Entonces, aunque nuestro amor fuera del tamaño de un granito de arena, o bien del tamaño del planeta Venus, tendría la misma cualidad: la de estar hecho de una pieza, aun con todas las asperezas que muestra el contorno de la superficie. Si el conjunto presenta asperezas, no por ello pierde su conectividad. Además, como es un espacio topológico, podría aplicarse alguna transformación que pula las asperezas sin perder lo esencial: ayer puede ser hoy, mañana el ayer, y hasta es posible -y aseguro que es así- que presente, pasado y futuro se encuentren en permanente concurrencia.
En tales espacios, la interpretación pseudopoética del charlatán Pablo Colchas -mercader de manuales y cursos de autoayuda- cobra sentido, cuando dice que con los caminos de la conexión se pueden hacer trenzas, rizomas, nudos o incluso enredarse en madejas, permaneciendo inalterado el fuego afrodítico (y afrodisiaco) que une estos puntos abstractos y sufrientes: el uno y el otro.
Por favor disculpa el atrevimiento de compartir contigo esta reflexión provocada por mi escaso conocimiento de tan maravilloso tema como la topología, la cual se define -recurriendo a Wikipedia- como la rama de las matemáticas dedicada al análisis de aquellas propiedades de los cuerpos geométricos que permanecen inalteradas por transformaciones continuas. Es una disciplina que estudia las propiedades de los espacios topológicos y las funciones continuas, interesándose por conceptos como proximidad, número de agujeros y tipo de consistencia (o textura) que presenta un objeto, los cuales le permiten comparar objetos y clasificar múltiples atributos entre los que destacan conectividad, compacidad y metrizabilidad.
En este punto, ya que tanta matemática me abruma y para apaciguar al Blue Demon que me habita, prefiero ceder la voz a Stanislaw Lem, quien en alguna ocasión, con sabiduría topológica, alertó: “Cuando la Inteligencia superior os obsequie con algo que no consigáis comprender, apagará a la vez vuestra inteligencia. Así pues, eso es lo que nos anuncia el letrero de la fábula: que al moveros en esta dirección perderéis vuestras cabezas. En cambio si os dirigís hacia el lado contrario y renunciáis a la inteligencia, os veréis obligados a abandonaros a vosotros mismos, en lugar de tan sólo perfeccionar el cerebro, porque os resultará imposible ampliar lo suficiente vuestro horizonte. La Evolución os habrá gastado una broma lúgubre: su prototipo inteligente se encontraría ya al límite de su desarrollo… Así que progresaríais con la mente a condición de prescindir de vosotros mismos. El ser humano inteligente abandonaría entonces al ser humano natural, por lo que, según nos garantiza la fábula, el Homo naturalis habría de morir”.
Y la conclusión es aterradora pues implica que, o bien nos adentramos en la expansión de la Inteligencia, abandonando los cuerpos, o bien nos convertimos en ciegos acompañados por un lazarillo, o puede ser que nos decidamos por una infecunda subyugación.
Como estas reflexiones sobrepasan (¡aguas!) mi escasa inteligencia, prefiero adormecerme abrazado a ti. Olvida la topología, sintoniza por favor el canal de las noticias, deja el feisbu y arrejúntate tantito para hacernos nudo, que la noche es fría.