El mundo registra un resurgimiento del racismo, políticas xenofóbicas y proliferación de las más diversas entidades colectivas que reivindican la idea de comunidad y sus particularidades culturales, considera el doctor Joel Flores Rentería, profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
En el artículo Comunidad y Violencia, publicado en el número 46 de la revista Política y Cultura, editada por la UAM, expone que estos sentimientos adversos renacen como producto de las interrogantes que plantean las trasformaciones políticas, culturales y económicas del fin del siglo XX.
En ellas inciden la caída de la Unión Soviética y la conclusión de la Guerra Fría, los procesos de globalización y los problemas de gobernabilidad y representación política, la erosión del Estado Nacional y la crisis de los antiguos paradigmas que difícilmente dan cuenta de la complejidad de las sociedades, así como las olas migratorias a las grandes potencias.
El doctor en Ciencia Política plantea que la identidad cultural se ha convertido en la principal herramienta para la lucha social y política, que en nombre de la comunidad se reclaman para sí derechos diferenciados, específicos y relativos a la problemática de cada grupo social.
De la originalidad y autenticidad de la cultura devienen valores que permiten la cohesión social, y en torno a éstos se construyen identidades excluyentes que niegan toda posibilidad de interacción y diálogo entre comunidades distintas.
El discurso de igualdad de las culturas, lejos de desembocar en un verdadero diálogo, ha generado y difundido un peligroso enfrentamiento entre comunidades, en lugar de dar paso a la interacción, el acercamiento y el enriquecimiento mutuo de las culturas, que ha llevado a una especie de narcisismo, en la que cada cultura se encierra en sí misma.
Incluso los principios anteriormente considerados como universales de la cultura occidental, llevan en sí reivindicaciones particulares.
El académico del Departamento de Política y Cultura de la Unidad Xochimilco añade que los valores universales que antaño permitieron la comunicación y la transculturación entre diferentes civilizaciones, hoy han desaparecido, en su lugar se erige la reivindicación de las particularidades culturales: la originalidad y la autenticidad de la cultura, misma que se deja ver como fundamento y esencia de cada comunidad.
“Los anhelos de preservar una cultura original y auténtica, pura, hacen resurgir la intolerancia y las políticas xenofóbicas que fundamentan los movimientos racistas”, y en casos extremos el genocidio, tal como lo ilustra la historia reciente de la ex Yugoslavia y de Ruanda.
En este contexto, la violencia y la comunidad se entrelazan, esta última ha sido introyectada por los sujetos que une como una propiedad, un ámbito o un conjunto de cualidades que determinan su forma de existir, y al mismo tiempo, los califica como pertenecientes al mismo conjunto social.
El especialista en Teoría Política, nacionalismo, ciudadanía y democracia e identidad y tolerancia, indica que las comunidades encuentran su identidad y diferencia en sus raíces culturales.
“El culto a la originalidad y autenticidad de la cultura ofrece al imaginario colectivo de los pueblos modernos la cristalización de la tan anhelada sociedad igualitaria. Los legítimos integrantes de la comunidad comparten un origen común, elemento que los hace iguales y posibilita la cohesión social, pues congrega a los individuos en torno a un patrimonio común”, explica.
Es decir, agrega, “todos son igualmente descendientes de una estirpe de hombres portadores de una cultura específica, con valores y virtudes propias, los cuales transmiten a su progenie”.
En ese sentido, la diversidad de los grupos sociales reside en la cultura y no en los individuos. Es la cultura la que hace a los pueblos diferentes y a los individuos iguales al interior de un mismo pueblo o comunidad.
“La idea de raza ofrece a los pueblos modernos un origen común, una cultura originaria, que les da cohesión e identidad, pero que termina por convertirlos en masa, en una comunidad de individuos anónimos, porque la idea de raza borra toda cualidad individual, decreta la identidad entre el individuo y la comunidad, abriendo así las puertas, en casos extremos, a los nacionalismo exacerbados y al genocidio”, concluye.