Manuel Martínez Morales
Pedí, casi supliqué tener un hermoso sueño que me hiciera dormir serenamente en la profundidad de la noche. Un sueño como el de ser la saeta mencionada por Borges:¿Qué arco habrá arrojado esta saeta que soy? ¿Qué cumbre puede ser la meta? Soñar con la mano de mi madre acariciando mi cabeza, como solía hacerlo desde que yo era niño y hasta mi vida adulta, cuando veía a través de mi mirada, o adivinaba que algún hoyo negro cruzaba por mi corazón.
Soñar con algo que me devuelva a mi condición humana, frágil y vulnerable. Y aquella noche, en el sueño fui la saeta que, atravesando paisajes sombríos, arribó a lo que podía ser su meta: una modesta casa en construcción, obra negra solamente, aislada en medio de un solar. Dentro, en medio de materiales de construcción apilados aquí y allá se encontraba el maestro dirigiendo la obra, acompañado de tres laboriosos albañiles: un joven, un hombre adulto y una mujer mayor. Todos me recibieron con una sonrisa y al ser presentados estreché sus manos, rudas y cubiertas de mezcla y arena, excepto la del hombre quien se disculpó diciendo que su mano estaba sucia, dirigiéndome una amable sonrisa.
Conversando con el maestro, hablamos de libros antiguos por ambos conocidos y discutimos algunas de las ideas en éstos expuestas, concordando en que había que retomarlas pues continuaban vigentes. Y que habría que exponerlas y someterlas a examen ante los jóvenes estudiantes, ya que se referían a problemas fundamentales sobre los principios y postulados que cimientan las teorías de las ciencias modernas.
La exaltación que me sacude cada vez que me dejo llevar por lo que la vida -real o soñada- me ofrece, hizo que despertara con el entusiasmo del marino que después de meses de navegar por los siete mares por fin divisa tierra firme: lo que parece ser la orilla de la razón.
Ahora contemplo el hermoso tríptico frente a mi escritorio representado un cerrado pero hermoso bosque en tanto escucho a Caro Emerald cantar Paris (Solitarily there is one quest/ To my cause I will devote/ All my passion, note for note/ To create and fill this emptiness), y mi pensamiento discurre sin control entre la teoría de la relatividad y la geometría de conceptos, temas científicos de los que tal vez estoy enamorado desde que me encontré con ellos. Amor a primera vista, como dicen deben ser los amores entre nosotros, simples y endebles mortales, y el laberíntico y complicado mundo del conocimiento.
El travieso Stephen Hawking solía decir: “la ciencia no es sólo una disciplina de la razón, sino también del romance y la pasión”. Frase que no entendí cabalmente hasta que finalmente comprendí que soy la saeta que el arco arrojó a la orilla de la ciencia. Donde ésta se funde con la marea del amor y la pasión, encontrando la belleza que se desprende al interrogarse por el misterio de lo desconocido. Vivirlo para creerlo.
Ahora –pregunto al maestro- ¿cómo hacemos para conducir a los jóvenes a esta atractiva orilla? ¿Acaso requerimos otro nuevo modelo educativo, o comenzamos por invitarlos a escuchar y bailar “One more brick in the wall”, de Pink Floyd y a ver qué sale?
Entonces recordé que un día, siendo yo joven aún, mi tío padrino, que desde niño fue mi protector y mentor, me dijo: “Los soñadores somos como aquellos primeros peces que sacaron la cabeza del agua y contemplaron otros paisajes. Cuando comentaron esto a sus iguales bajo el agua no les creyeron, pero luego hubo otros cuantos que hicieron los mismo, y luego otros y otros hasta que algunos -¿por casualidad?- brincaron a tierra firme; algunos murieron, otros treparon árboles y así hasta que en el transcurso de la evolución aparecieron los primeros anfibios sobre el planeta. Así somos los soñadores. Si eres un soñador sufrirás. Cuídate.”
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.