Con la partida de Mateo Oliva culmina una de las etapas más fructíferas y significativas en la creatividad musical en Veracruz y hacia el interior de la Universidad Veracruzana. Nunca en este medio se había dado en una sola persona la conjunción de un talento de incontenible creatividad con la iniciativa que le condujo a generar uno de los organismos más significativos en el contexto de la actividad musical en la máxima casa de estudios del estado: la Orquesta Universitaria de Música Popular.
A la par con ello, su poderosa inventiva le condujo a la creación de los arreglos y transcripciones que habrían de nutrir el repertorio de tan singular conjunto. Cuando se le interrogaba en torno de sus motivaciones, el maestro condensaba todo en unas cuantas frases: “No es Oliva el creador, es la música mexicana lo que nos aporta todo”.
Por si lo anterior fuese poco, su altruismo lo llevó a impulsar el desarrollo artístico de muchos talentos que, de no ser por él, habrían dejado a un lado las inquietudes musicales. Ese listado inicia con el también inolvidable Sergio Martínez y encuentra continuidad en personalidades como el barítono Genaro Sulvarán, por citar sólo dos. El respaldo al violinista Erasmo Capilla fue, en muchos momentos, fundamental para la continuidad de una exitosa carrera que desgraciadamente la tragedia interrumpió.
Después de una incursión hacia el sur de Francia, cuando sus arreglos sinfónicos para música de Veracruz y Tamaulipas fueron premiados con una gran ovación en el Teatro de la Ópera de Avignon, Oliva tomaba las cosas con calma para retomar su labor al frente de su orquesta. Sin aspavientos, sin falsas poses o actitudes de soberbia, el maestro regresaba a su mesa de trabajo para dar continuidad a una tarea que sólo habría de cortar la desventura.
Tenemos, sin embargo, el legado procedente de una mentalidad que de manera absolutamente natural lograba el prodigio de sumar a la riqueza tímbrica de la orquesta sinfónica el vigor de la música vernácula o el son veracruzano, en arreglos de contornos eminentemente rapsódicos. Con ello logró el milagro de elevar el son típico a la categoría de música de concierto.
Para Oliva, el arte popular no se condensaba en un sencillo popurrí o en la sola sucesión de temas. Cada melodía era analizada profundamente antes de ser llevada al papel pautado, en asociación con el tema precedente y con el que habría de seguir, todo en medio de un proceso de desarrollo estético que nos tomaba por sorpresa.
Con todo, el altruismo que era propio del maestro es la herencia que consideramos más importante. Una enorme consideración a las necesidades materiales y emocionales de sus colegas y amigos colmaba aquel corazón clemente. Su eterna inquietud, sumada a la de Roberto Bravo Garzón, se tradujo en fuentes de trabajo para muchos que hoy se benefician de aquella frondosa productividad.
Nos corresponde vivir ahora la consternación por la pérdida, porque observamos impotentes la partida de un artista de enorme trascendencia, sin el cual el arte sonoro en Veracruz ya no será el mismo. Pero también se ha ido un ser humano de enorme sensibilidad, cuya desaparición abre un espacio que habrá de permanecer desocupado por siempre.