La hambruna en algunas regiones de África ecuatorial, la costumbre de acudir al bosque en busca de alimento, prácticas culturales en algunas poblaciones africanas y el manejo inadecuado de las personas infectadas en aldeas y centros de salud, contribuyeron a romper el ciclo silvestre del virus del ébola y con ello propiciar la propagación de esta zoonosis entre seres humanos, cuyos síntomas se manifiestan de 2 a 21 días después del contagio.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el virus del ébola como una enfermedad vírica aguda grave que se caracteriza por la aparición súbita de fiebre, debilidad intensa y dolores musculares, de cabeza y de garganta, seguido de vómitos, diarrea, erupciones cutáneas, disfunción renal, hepática y hemorragias.
Esta enfermedad se detectó en 1976, en dos brotes simultáneos ocurridos en Nzara (Sudán) y Yambuku, cerca del río Ébola (República Democrática del Congo, antigua Zaire).
Los murciélagos frugívoros, en particular Hypsignathus monstrosus, Epomops franqueti y Myonycteris torquata, son posiblemente los reservorios naturales del virus del ébola. Desde los murciélagos el virus se transmite a gorilas, chimpancés u otras especies de primates, y luego a humanos cuando son ingeridos como alimento. Roedores y antílopes posiblemente se infectan cuando consumen alimento (frutas y plantas) contaminado con saliva o excretas de los murciélagos.
Comida, aseo y cultura
Carlos Jiménez, virólogo de la Escuela de Medicina Veterinaria de la Universidad Nacional (Medvet-UNA) comentó que el contagio en humanos se origina con prácticas como la caza de subsistencia de monos enfermos o muertos que consumen como alimento. El contacto con los fluidos del cadáver y el consumo de carne mal cocinada da lugar a un evento zoonótico, en el cual el virus infecta a los humanos. “Luego, la persona infectada lo transmite a otros humanos mediante contacto directo, o a través de secreciones y excreciones (sangre, saliva, semen, vómito, heces, sudor y orina) iniciando de esta forma el ciclo epidémico. Además, este virus tiene la particularidad de atravesar piel intacta o con pequeñas heridas (microtraumas), o ingresar vía conjuntiva u oral con alimentos contaminados o carnes mal cocinadas”, subrayó Jiménez.
Otro factor detonante en la propagación entre las personas son las prácticas culturales, como los rituales mortuorios donde se propicia un contacto muy estrecho con los difuntos, a lo cual se suma el aumento en las poblaciones y la falta de centros de salud debidamente organizados. “En muchas de estas regiones no existen unidades de aislamiento, ni equipo básico de protección para el personal, se carece de los materiales y medicamentos básicos para el tratamiento de los enfermos. Al final, la persona muere a causa del daño multiorgánico y del shock hipovolémico provocado por hemorragias y deshidratación”, acotó Jiménez.
Detalló que para el tratamiento se administran anticuerpos específicos al virus, que son capaces de neutralizarlo, así como fluidos y electrolitos para compensar la pérdida de líquido en el cuerpo. A corto plazo se espera contar con sustancias antivirales y vacunas que permitan el tratamiento y la profilaxis de esta enfermedad.
(UNA/DICYT)