Héctor Cerezo Huerta
“El amor es libre; no puede existir en otra atmósfera afectiva”
Enamorarse, amar, apasionarse, demandar intimidad, aprender, disentir, acordar, cuidar, preocuparse por el otro y tolerar sus diversas expresiones ideológicas y afectivas son la clave del amor profundo y una exigencia insatisfecha por la mayoría de las parejas de nuestro tiempo. El amor no instrumentaliza, fomenta la empatía y construye un sistema de relación igualitaria en la que existe una distribución equitativa de las tareas, responsabilidades, toma de decisiones, libertades y derechos que cada uno puede y debe tomarse. Sin embargo; amantes vacíos, egoístas irracionales y pragmatistas que idealizan al amor son el denominador común en la plenitud de la época post-contemporánea ¿Dónde están los amantes críticos, reflexivos, libres y autónomos capaces de pensar por sí mismos, de comprender el sufrimiento y éxtasis ajeno y poseer una mirada crítica sobre su forma peculiar de amar y de ser amados?
Nuestras formas de amar están guiadas por supuestos sociales y culturales ficticios, irracionales e imposibles de cumplir que orientan la vida de hombres y mujeres, es decir los mitos del amor romántico constituyen una ideología dominante basada en la pareja monogámica, patriarcal, heterosexual, orientada a la procreación, sustentada en la exclusividad, en la mitificación del amor y del matrimonio que diseña un mundo afectivo donde se dispersa el Yo, el Tú y aparece un simbiótico “nosotros” que, para legitimarse exige adicionalmente la benevolencia de la Iglesia y el Estado. Un verdadero “egoísmo a dúo” como lo denomina Lawrence (1997) o peor aún; una relación romántica basada en la noción de propiedad privada y generada por el terrible miedo a la soledad (Fabretti, 1978), situación acrecentada por el individualismo inherente a los tiempos actuales. Tanto engaño afectivo mutuo sólo es concebible en el marco de una mitología sólidamente instaurada.
Una pareja -sin importar su naturaleza o carácter- no es un complemento; es un suplemento. Es decir, idealmente los vínculos amorosos debieran tener una función de “nutrición” afectiva, cognitiva y relacional para todas las personas involucradas. Amar implica tejer compromisos, no vínculos esclavizantes, amar es sinónimo de tocar, sentir y crecer al lado de personas afines a tu ideología, intereses y proyectos de vida. Amar también es reclamar tu derecho al gozo, al erotismo, al placer, la genitalidad y la autorrealización.
En este contexto, amar libremente implica la disolución de las formas eróticas constituidas, la posibilidad y responsabilidad de tener múltiples relaciones eróticas, afectivas y/o sexuales. Se relaciona con el hecho de amar a varias personas al mismo tiempo con diferentes intensidades y propósitos -conducta que ejercemos cotidianamente- pero que al momento de establecer pareja nos limita. El establecimiento de relaciones amorosas libres, honestas y sanas nos permite reflexionar, deliberar y tomar decisiones amorosas que quizás puedan ser moralmente reprobables, pero éticamente correctas. El amor libre nos susurra al oído que la fidelidad absoluta resulta insostenible, que la monogamia impuesta como la única y verdadera forma legítima de amor es una ilusión y que los deseos, el goce, el erotismo y el ejercicio de una sexualidad responsable y honesta es viable si está presente una “brutal” honestidad y actitud para el consenso.
El amor libre no sólo abandera la figura del cambio en las concepciones y prácticas amorosas; intenta también dar cuenta de la precariedad, contradicción, multiplicidad y complejidad de los vínculos eróticos en una sociedad individualista, neoliberal y postmoderna que parece privilegiar los amores flotantes, transitorios, libres de compromiso y sin responsabilidad hacia el otro. En este sentido, aquel que decide construir un vínculo amoroso libre, lo realiza de modo honesto, voluntario e informado partiendo de premisas afectivas, cognitivas y conductuales diametralmente opuestas a las relaciones tradicionales, pues asume un vínculo libreamoroso como un compromiso ético que alivia la presión cultural al considerar que una pareja debe cubrir todas nuestras necesidades y cumplir todas nuestras expectativas.
El amor libre se ha concretado en vínculos alternativos y ha logrado colocar “letreros” para generar identidad y proporcionar sentido a formas diferentes de hacer amor, ejercer el deseo y el acompañamiento afectivo. Así pues, en diversos países, culturas y escenarios han irrumpido los amigantes, las parejas DINK (Double Income No Kids), los vínculos LAT (Living Apart Together), las relaciones jerárquicas primarias y secundarias, el poliamor e incluso hasta aquellos que se adhieren al intercambio de pareja. Una «etiqueta» no reduce ni limita; más bien visibiliza y comunica que ningún amor es ilegal y que otras formas consensuadas de quererse son posibles, que están aquí, que se están ejercitando, que son suficientes –no muchos- y que aparecieron como una respuesta necesaria al amor patriarcal y cosificante que idealiza relaciones amorosas que al principio tienen tintes románticos, después asume tonos de comedia y drama, y finalmente concluyen en verdaderas tragedias.
Cabe señalar que esta descripción no es exhaustiva pues existen otras tantas configuraciones y vínculos, tales como las relaciones abiertas, las sociedades de convivencia o la unión libre. Y en todos estos casos, las personas jamás renuncian a la intimidad, a la convivencia, al erotismo, al compromiso emocional y a la fidelidad consigo mismo. El amor libre critica el mito de la monogamia dogmática y nos invita a reflexionar las profundas limitaciones de las creencias irracionales que nos indigestan y programan para establecer vínculos amorosos suponiendo que sexo y amor vienen en el mismo paquete de pareja, que el matrimonio es el destino final del amor, que el amor es eterno, que las parejas son medias naranjas, que la tóxica concepción de príncipes y princesas garantizan la fidelidad perpetua, la pureza y las familias de catálogo.
Lo peor que puede sucedernos es permitir que estas creencias irracionales y mandatos del amor que nos hemos “tragado” -y no debatido- se profundicen en nuestras mentes y se enraícen en nuestras vidas, exigiendo que todos los demás las tengan, pues si no es así, asumimos que tal vez dicha relación no valga la pena, pues nos resulta extraña, diferente y no se apega a aquellos parámetros que consideramos valiosos.
¿Cómo entender una relación entre amigos que mantienen una atracción importante y que de alguna forma han establecido como sus derechos la intimidad, la confianza, la comunicación, la exploración afectiva y la convivencia mediante encuentros relativamente esporádicos y por ello no se consideran como una pareja formal u oficial y tampoco exclusivamente como amantes y quizás menos aún se visualicen como potencial pareja pues quizás, alguno de ellos o ambos tienen una pareja formal? ¿Cómo explicar la posibilidad de sostener más de una relación íntima, duradera, simultánea, amorosa y sexual con el pleno consentimiento de todas las personas involucradas?
Crecer en un ambiente dominado por la economía capitalista aderezado por una educación familiar rígida nos enseña ciertas lecciones psicológicas difíciles de olvidar: Cualquier cosa de valor sólo está disponible en dosis limitadas. Exige lo que es tuyo, antes de que te dejen solo y sin nada. Aprendemos a medir compromiso, amor y afecto en términos de cuánto es que los otros están dispuestos a sacrificar por nosotros, sin imaginar que el amor y el placer pueden multiplicarse cuando son compartidos. Más terrible aún, la violencia en nombre del amor se sustenta en las premisas de exclusividad, perdurabilidad y dependencia. Y las violencias «amorosas» no son algo aislado, son una verdadera pandemia en las sociedades consumistas.
¿Quién está dispuesto a infectarse de una idea? No eres príncipe, ni princesa de nadie; menos aún complemento de un ser en permanente carencia. ¿Quién se atreve a derrumbar la fantasía afectiva de sus amantes al confirmarles que no son su “media naranja” y que es su interés construir mejores fronteras y límites propios? ¿Quién se atreve a experimentar y ejercer nuestro erotismo de formas abiertas y creativas y diseñar acuerdos comunes, compromisos, límites, derechos y riesgos asociados a la madurez emocional? Quizás el problema no es la elección; sino la apertura, no poseer, sino compartir. ¿Quién podría aceptar ser un “mutante” del amor tradicional y asumir con responsabilidad ser un enemigo de la cosificación amorosa? …Yo lo asumo ¿y tú?
Referencias
- Fabretti, C. (1978). Contra el amor. En Revista El Viejo Topo. Extra: ¡Oh! El amor. (17), 40-43. Madrid, España.
- Lawrence, H. (1997). Sons and lovers. New York: Wordsworth Classics.
Héctor Cerezo Huerta: Doctor en Psicología Educativa y del Desarrollo por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor-Investigador del Departamento de Formación Ética del Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla. Profesor-Instructor de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, UNAM. Experto en Formación pedagógica y Psicología basada en evidencias. Soy UNAMor verdadero.
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