Manuel Martínez Morales
¿Lo quiere conocer?
¿Ya se le antojó?
¿Nomás no me cree?
Eche un peso en mi sombrero
Acérquese poquito más y hágase esta pregunta
damita, compañero
¡Pregúntese!
¿Amor cuántico?
Hace uno días encontré una nota que hablaba sobre “besos cuánticos”, y mi primera reacción fue imaginar que lo más probable es que se tratara de una charlatanería más, de las que se elaboran empleando términos científicos para estafar incautos. Así, ya se habla de “sanación cuántica” y de “psicoterapia cuántica”, que vaya usted a saber lo que tratan pero seguramente quienes las promueven hacen algún dinero abusando de términos que, en el contexto científico, tienen significados precisos y cuya comprensión generalmente no es fácil, ¡pero qué bien sirven para apantallar ingenuos!
Debo confesar que me equivoqué en esta primera impresión pues la nota referida en efecto trataba de un asunto serio de la física cuántica. Resulta que una investigación realizada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC),
en España, la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y la Universidad de Paris Sud
(Francia) ha observado que el efecto que se produce cuando dos nanoesferas de oro están a una distancia inferior a un nanómetro, en el que el espacio vacío puede cambiar de color, se debe a que los electrones acumulados en las paredes áureas de las nanoesferas pueden experimentar el efecto túnel, lo que reduce la carga de la superficie y modifica su color de rojo a azul.
¡Aabrón…! ¿A poco el vacío tiene color? ¿Sabía usted esto?
Fíjese, amable lector, que el investigador del Centro de Física de Materiales (centro mixto del CSIC y la Universidad del País Vasco) Javier Aizpurua, que ha dirigido la parte española de la investigación, compara esta reducción de carga con la tensión liberada a través de un beso: “Cuanto más se acercan las nanoesferas de oro más carga presentan sus superficies y dicha carga sólo es liberada a través del salto cuántico de sus electrones, del mismo modo que la tensión previa a un beso aumenta según se acercan las caras y se libera cuando finalmente se juntan los labios”.
Entonces, ai’ta el secreto, dice Mané: si uno logra entender este asunto, entonces es posible desarrollar una nueva y exitosa técnica amatoria mediante el truco del “beso cuántico”, que se agregaría al catálogo donde ya se cuentan el beso francés, el beso laico, el polaco y… mejor ahí le paramos. Es más, si uno se pone vivillo hasta sería posible organizar talleres de autoayuda –bien cobrados desde luego- dirigido a todos aquellos amantes frustrados que andan en busca de un remedio para sus males.
(Seguramente nadie sabrá nunca lo que es el beso cuántico si no viene, si no se acerca, si no pone un peso en mi sombrero: damita, caballero, acérquense, y vean por ustedes mismos la asombrosa transformación que sufrirá la persona a quien usted ama, pero que no le corresponde, cuando le aplique la técnica –indolora y placentera- del beso cuántico…. Nomás sígale echando un pesito a mi sombrero…)
Porque, nos dicen los científicos, el acercamiento de las nanoesferas de oro generaría entre ellas un beso virtual, ya que nunca llegan a tocarse, que liberaría de carga a sus superficies y cambiaría el color de la cavidad existente entre ellas. A distancias inferiores a un nanómetro, el vacío existente entre dichas bolas metálicas adquiere color gracias a la interacción de los electrones de su superficie con la luz. El haz los empuja y los hace oscilar, lo que les aporta un color plasmónico rojo que se va
intensificando a medida que se acercan las esferas. Cuando la distancia entre ambas se
reduce por debajo de 0,35 nanómetros, los electrones de sus superficies comienzan a
experimentar el efecto túnel, lo que va transformando el color plasmónico del vacío en azul a medida que se reduce la carga eléctrica.
Imagínese usted diciendo a su novia: “ven acá mi vida, acércate, no tengas miedo, experimentemos el efecto túnel y hasta verás estrellitas de colores plasmooónicos” (o seáse un beso apretadito, de lengüita hasta atrás, pues así ha de ser el beso cuántico, ¿o no?)
El investigador de la Universidad de Cambridge Jeremy Baumberg, responsable del equipo experimental, explica: “Alinear dos nanoesferas de oro es como cerrar los ojos e intentar que dos agujas sostenidas con los dedos se toquen por ambas puntas”. Detalla que para poder predecir los cambios de color obtenidos en el experimento fue necesaria “la fusión de la visión cuántica y clásica del mundo”.
¡Pa’su!
Le aseguro que lo aquí asentado es cierto y que el beso cuántico ha sido aprobado por la Sociedad Mundial de Expertos en Física Cuántica Aplicada al Desarrollo del Erotismo Humano Para Alcanzar la Felicidad, la cual extiende franquicias para que tipos como yo puedan abrir changarros donde se ofrezca al público, mediante módica cantidad, cursos de autoayuda sobre la técnica del beso cuántico.
¿No que la ciencia no es divertida ni placentera?
¡Un pesito para la ciencia, por amor!