Hay eventos que son determinantes en la vida de una persona, eventos que incluso marcan el rumbo en el desarrollo de un individuo. Cuando Benjamín Ruiz Loyola, un pequeño de nueve años, sufrió quemaduras con ácido nítrico en sus manos y rostro, supo que quería ser químico para comprender qué era lo que le había pasado a su piel y por qué se habían formado sus cicatrices.
Ese fue el primer paso en la gestación de un químico experto en manejo de sustancias peligrosas y armas químicas, quien en enero de este año fue designado miembro del primer comité asesor en educación y divulgación sobre armas químicas de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ).
El acercamiento a las sustancias peligrosas y las armas químicas
Es curioso observar cómo diferentes situaciones alrededor de sustancias peligrosas han marcado el camino del químico Benjamín Ruiz. A pesar que desde los nueve años él tenía claro que sería químico, su interés por las sustancias peligrosas y las armas químicas vino después, mientras se encontraba cursando la licenciatura de química en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“Como estudiante era yo un peligro, demasiado arriesgado, digámoslo así. Fue hasta que empecé a trabajar como maestro que entendí que hay que tener respeto por las sustancias químicas; empecé a trabajar en seguridad, protección y manejo de materiales peligrosos”, narra.
Pero durante la realización de su tesis de licenciatura sufre otro accidente que reafirma —de una vez por todas— su interés en las sustancias peligrosas; sufre una intoxicación al preparar una materia prima en el laboratorio.
Debido a esto el médico le indica que para sanar y proteger su hígado era necesario mantenerse fuera de los laboratorios y de toda sustancia química por lo menos un mes.
“Fue por eso que no me bañé en un mes, el jabón es una sustancia química y no me debía yo bañar, por lo menos ese era el pretexto, ¿no?”, bromea Benjamín Ruiz haciendo referencia a que estamos rodeados de sustancias químicas, incluso el agua es una de ellas.
Durante el periodo en que no pudo entrar al laboratorio pasó mucho tiempo en la biblioteca. Fue allí donde descubrió que las sustancias con que se había intoxicado habían sido utilizadas durante la Primera Guerra Mundial como base para fabricar armas químicas. El interés por conocer todo sobre este tipo de armamento había nacido.
De las armas químicas pasó a las armas biológicas y después a las nucleares. Se adentró en el funcionamiento de toda la gama de armas de destrucción masiva.
Pero su formación sobre sustancias peligrosas y seguridad en el laboratorio no fue solo de carácter autodidacta, Benjamín Ruiz tuvo una educación formal bastante sólida al inscribirse en cursos dentro y fuera de la facultad.
Inspector de armas químicas en Irak
En el año 2002, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) lanzó una convocatoria buscando profesionistas capacitados que quisieran trabajar como inspectores de armas químicas.
Benjamín Ruiz recibe un invitación de la rectoría de la UNAM para participar en el proceso de selección y en enero de 2003 es entrevistado por personal de la ONU y seleccionado para realizar una capacitación de tres semanas en Viena, Austria.
Por su experiencia y desempeño durante dicha capacitación, el químico fue seleccionado para ser parte del grupo de 300 inspectores de armas de destrucción masiva en Bagdad.
“En Bagdad aprendí a decir mi nombre en dos sistemas de árabe, aprendí a qué huelen las jorobas de los camellos… las jorobas de los camellos huelen a nalga de árabe, como es de esperarse”, bromea Benjamín Ruiz antes de detallar algo más serio, las líneas de trabajo que siguió en Irak.
Su primer objetivo como inspector en Bagdad fue verificar que las declaraciones del gobierno de Irak fueran consistentes, es decir, que lo que se mencionaba por escrito correspondiera con lo que se encontraba físicamente en el país.
Como segundo objetivo, Benjamín Ruiz monitoreó las instalaciones de producción de armas químicas y biológicas que habían sido desmontadas y convertidas en espacios de uso civil. Su objetivo era asegurar que estos lugares no se volvieran a utilizar con fines bélicos.
Y finalmente la inspección, que consistió en visitar hospitales y fábricas en búsqueda de armas químicas, además de interrogar a científicos que habían participado en la producción de este tipo de armamento.
Mientras el químico realizaba este trabajo en Irak, comenzó la invasión de los aliados, liderada por Estados Unidos, por lo que tuvo que ser evacuado.
Educando para evitar el resurgimiento de las armas químicas
En enero de este año, Benjamín Ruiz fue seleccionado para formar parte del primer comité asesor en educación y divulgación sobre armas químicas de la OPAQ. Él será uno de los dos representantes de Latinoamérica en este comité, integrado por 15 profesionistas de 15 nacionalidades distintas.
El principal trabajo que se desarrollará será buscar formas de prevenir el resurgimiento de las armas químicas. Esto se realizará a través de mecanismos de educación y divulgación.
“Nunca me dijeron por qué me habían seleccionado, pero creo suponer que hay varios factores. El primero, la experiencia directa con armas químicas, no solo como inspector sino por los muchos cursos que tengo en estos temas; segundo, los 40 años de experiencia como docente, mi involucramiento en cuestiones de educación y la experiencia que tengo como prospecto de divulgador”, explica el químico.
Benjamín Ruiz cree que uno de los blancos más importantes del programa será la incorporación de programas de ética en la educación superior. Motivar a los alumnos a que enfoquen su trabajo en aspectos benéficos, no en aspectos destructivos.
Trabajar con los profesionistas que serán capaces de fabricar armas químicas es fundamental para evitar el uso de la ciencia con fines bélicos, considera.
40 años como docente
Desde la secundaria, Benjamín Ruiz fue descubriendo su vocación como docente. Dar clases a sus amigos y explicarles temas de química, matemáticas y física se le facilitaba y le daba gran satisfacción. Este gusto se conservó durante su formación y en 1972, a los 22 años, comienza a dar clases formalmente en una escuela privada.
Para 1974, a la corta edad de 24 años, ya era parte de la planta docente de la Facultad de Química de la UNAM y allí se quedó.
Después de pasar tres años consolidando su experiencia docente en la UNAM, decide entrar a la maestría en ciencias químicas con orientación en química orgánica. Su objetivo, capacitarse como un mejor docente.
Terminó sus créditos y a pesar de no graduarse por desacuerdos en cuanto a cómo debía realizar sus tesis, considera que aprendió muchas cosas desde el punto de vista teórico práctico y también muchas cosas que no se deben hacer.
Convirtiéndose en un verdadero maestro
De su experiencia desde joven con la docencia, Benjamín Ruiz detecta que existen algunas etapas que se van superando en la labor de facilitador del conocimiento.
“La primera es cuando empiezas, que eres tan inseguro, que eres agresivo con los alumnos, los regañas… pero después te das cuenta de que no es la forma, no es el trato adecuado”.
Explica que tomando cursos de manejo de grupo y de técnicas educativas es cuando un profesor se da cuenta que no se vale decir “¿me entienden?”, sino “¿me explico?”.
Considera también que el verdadero trabajo de un profesor no es repetir cuando alguien no entiende, sino buscar maneras diferentes de transmitir el mensaje, habilidad que según su opinión solo se adquiere con la práctica.
Divulgando la ciencia
Benjamín Ruiz es también un divulgador activo, con publicaciones en revistas, conferencias y entrevistas para medios, el químico trabaja para dar a conocer que la Facultad de Química existe y no pretende morirse aunque ya tenga 100 años.
“A mí siempre me ha gustado escribir, entonces en algún momento de mi vida descubrí que podía escribir, pero que además podía escribir para tratar de hacer la ciencia un poco más fácil, de comunicar temas científicos a un gran público”.
Es por esto que decidió cursar un diplomado en periodismo científico, para tratar de hacer una mejor labor de divulgación. Es así como su pasión por la química se conjuntó con su gusto por la escritura, lo cual además va muy de la mano de la tarea docente.
“A mí lo que me gusta es el ‘rollo’, tratar de poner las cosas fáciles para los demás, lo intento desde los dos ámbitos. Algún día llegaré a ser un gran maestro y algún día llegaré a ser un buen divulgador. A lo mejor cuando me muera van a decir: sí era bueno”, ríe el profesor.
Amor por la docencia
Desde que comenzó su labor como docente en la UNAM, en 1974, Benjamín Ruiz ha interrumpido la enseñanza solo un semestre. Aun, mientras cursaba su maestría seguía laborando como profesor en la Facultad de Química.
En todo ese tiempo nunca ha pensado en dejar la actividad que tanto le gusta. Incluso, el semestre sabático que tomó lo dedicó a la remodelación de la sala de química en el museo Universum de la UNAM, por lo que no se alejó de la divulgación y la enseñanza.
“Tengo la idea de que me voy a morir con un gis en la mano o con un marcador, porque ahora usamos los llamados ‘pintarrones’”, ríe Benjamín Ruiz.
El aburrimiento nunca ha sido parte de su trabajo como profesor, pues trata de hacer las cosas diferentes en cada ocasión y de aprender de los alumnos. Por el momento la jubilación no está en sus planes.
“La mejor manera de mantenerse joven es estar en contacto con gente joven. Si me jubilo y me voy a una casa de retiro, me voy a hacer viejo de volada porque voy a estar con puro viejo igual que yo. Mantener el gusto por la vida se contagia y eso es algo que tienen los jóvenes, que me motivan para seguir tratando de hacerlo cada vez mejor”.