Con la ciencia y tecnología hay nuevas herramientas para intervenir física y materialmente en lo vivo, alterando el estado de la naturaleza. Estos nuevos conocimientos orillan a la humanidad a repensar a la vida y al hombre pues de cómo se conciban dependen la cultura y los valores que prevalezcan en la sociedad, sostuvo la filósofa Juliana González Valenzuela.
Los descubrimientos de la biología evolutiva, de la genómica y de las neurociencias ponen en crisis valores centrales de la civilización occidental, indicó la profesora emérita de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien agregó que la filosofía y la bioética deben incorporar estos nuevos conocimientos a su cuerpo de conocimientos para analizar las repercusiones que tendrán en la sociedad.
Para la catedrática integrante de la Academia Mexicana de Ciencias hay tres grandes descubrimientos científicos que han revolucionado la forma de concebir la vida. El primero es el reconocimiento de la evolución de la vida, que se caracteriza por “la lucha por la supervivencia; el cambio, la vida va transformándose y diversificándose en infinitas formas. Esto significa reconocer que las especies no son “esencias” estáticas, cerradas y acabadas en sí mismas”, dijo.
El segundo avance crucial fue el descubrimiento del ácido desoxirribonucléico, la genómica y proteómica, el sustrato bioquímico que es esencialmente igual en todos los seres vivientes y que, a pesar de contener el mismo lenguaje, es fuente de gran diversidad. Esta vida está codificada en un “programa” y está “contenido” en el genoma.
El último y gran avance, en opinión de González Valenzuela, es la visibilidad del cerebro para la ciencia “gracias a las revolucionarias tecnologías que hacen posible verlo por dentro y vivo; es posible estudiar su complejidad, su red neuronal, sus señales eléctricas y se le comprueba como un ‘microuniverso’”.
Ante este panorama, la idea antropocentrista del hombre, en particular, la idea de que fue creado a imagen y semejanza de Dios, se contrapone a la comprensión biológica del ser humano, dando lugar a una “bioética conservadora” y “confesional” que recurre a los dogmas de fe, una verdad revelada y moral inmutable que busca detener, prohibir o postergar la investigación y el progreso del conocimiento científico.
González Valenzuela indicó, durante la celebración del XXV aniversario de la Comisión Nacional de Bioética, que existe paralelamente una concepción de la bioética laica que estudia estos avances desde una perspectiva racional, empírica, autónoma y realista. Desde el origen de la palabra, la ética es autónoma. Las fuentes de la ética no están en el ámbito de los dioses, sino en el interior psíquico de los seres humanos.
Es por ello que la filósofa abogó por una bioética laica basada en “una ética rigurosamente filosófica, racional, objetiva, plural, democrática, que incorpore críticamente los nuevos conocimientos y capacidades de las biociencias y las biotecnologías, sin partir de conceptos teológicos ni religiosos en general. Es preciso admitir que laicidad no significa antireligión, si acaso, simplemente indica no religión, en el sentido de independencia de todo credo y de todo dogma”.
Juliana González Valenzuela manifestó asimismo que la fe no se discute, y esa es la principal razón por la cual no puede existir una bioética conservadora, porque no está dispuesta al debate de ideas, a la crítica, argumentación y comprobación. En cambio, la bioética laica se distingue por la racionalidad, el reconocimiento de que existe la pluralidad y diversidad de perspectivas, la aceptación de la necesidad de la duda, la problematización y la pregunta -inherentes al espíritu filosófico y científico-, y por último, la tolerancia, lo que es equivalente a aceptar y respetar.