Claude Lorius, el glaciólogo más famoso del siglo XX, y climatólogo, nació el 25 de febrero de 1932 en Besazón, Francia. Es reconocido por sus estudios de la composición de los gases inclusivos del hielo polar, indicando los climas antiguos de la Tierra (paleoclimas).
Claude Lorius en 1985 encontró unas muestras de hielo en el lugar más frío del mundo, que demostraban por primera vez la implicación del ser humano en el cambio climático actual.
Sus inicios en la glaciología se dieron en 1957, cuando empezó la primera expedición en la que participó en la Antártida. En 1955 en la facultad de Física de la Universidad de Besançon (Francia), colocaron un mensaje en busca de futuros glaciólogos:
“Buscamos jóvenes estudiantes para participar en campañas organizadas para el Año Geofísico Internacional (1957-1958)”.
En ese momento, su pasión aún no era el hielo, sino el fútbol. “Mi ambición era la de seguir el camino de mi hermano Pierrot, que se había convertido en portero profesional en el equipo de Sochaux y en el de Francia”, recalca en su web (www.claude-lorius.com) el científico, muy solicitado desde que a finales de octubre de 2015 se estrenó en Francia la película documental sobre su vida La glace et le cien (El hielo y el cielo), dirigida por Luc Jacquet.
A mediados de los años 50, la idea de viajar a la Antártida era, para cualquier joven, sinónimo de aventura, tras los pasos de otros grandes exploradores como el noruego Roald Amundsen –cuya expedición alcanzó por primera vez el polo sur– o el británico Robert F. Scott –que murió en el continente helado–, que antes que ellos habían dejado allí las primeras huellas.
Su primer contacto con el hielo y el frío extremo no fue del todo fácil. Durante el año 1957 vivió en una base aislada del mundo junto a dos compañeros a una altitud de 2.400 metros y soportando temperaturas que podían descender por debajo de los -60 ºC.
Con sus propias manos y la fuerza de sus brazos, cavaron pozos de varios metros de profundidad para medir las variaciones de temperatura y la velocidad del viento. Gracias a ello, pudieron recoger y analizar al microscopio sus primeros testigos de hielo (muestras cilíndricas) para datar las capas de nieve. Con esto se crearon los primeros archivos del hielo, dando un gran impulso a la glaciología..
En la campaña de 1962 a 1965 en Tierra Adelia (Antártida oriental) cerca de la base francesa Dumont d’Urville, el científico hace su primer gran descubrimiento. Perforaciones de hasta los 200 metros de profundidad permiten rescatar hielo de unos 20,000 años de antigüedad. Los experimentos realizados demuestran que ese hielo se ha movido poco –unos metros por año– y que viene de lejos –ha recorrido de 600 a 800 kilómetros–.
Una noche de 1965, al volver de una exploración, Lorius introdujo un trozo de ese hielo antiguo en su vaso de wiski. Del agua se escaparon burbujas de aire a la vez que el hielo se derretía. Fue en ese momento que tuvo la intuición de que ese gas podía contener información susceptible de reconstituir la atmósfera del pasado.
Cuanto más se perforaba, más antiguo era el hielo. En la campaña de 1984, en plena Guerra Fría, el equipo de Lorius se unió a soviéticos y estadounidenses en la base soviética de Vostok, en el punto más frío del planeta, donde se registró la temperatura del aire más baja (-89.2ºC, el 21 de julio de 1983) para analizar testigos de hielo extraídos a más de 2,000 metros de profundidad. Los análisis revelaron 150,000 años de historia del clima y de la composición de nuestra atmósfera.
“Pusimos en evidencia por primera vez la relación entre el clima de la Tierra y la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera”, indicó Lorius. El hallazgo, que se publicó en la revista Nature en 1987, demostró que el calentamiento global actual está asociado a las actividades humanas que liberan gases de efecto invernadero como el CO2 y el metano.
En las campañas posteriores se halló hielo de 420,000 años de antigüedad (en 1998) a una profundidad de 3.623 metros y de 800,000 años de antigüedad a una profundidad de 2,871 metros en las perforaciones de Tierra de la Reina Maud en la Antártida oriental en 2004.
“El vínculo entre clima y gases de efecto invernadero sigue siendo evidente a esta profundidad y demuestra que desde hace 800,000 años nuestra atmósfera no ha tenido unas cantidades de CO2 y metano tan elevadas como las actuales”, comentó Lorius.
Gracias a los testigos de hielo, el glaciólogo ha demostrado que “sobre todo la cantidad de CO2 está íntimamente ligada a las variaciones naturales del clima y ha desempeñado un gran pape.