Manuel Martínez Morales
Un día que andaba en el campo
Me encontré con el eterno
Me dijo que el que no cante y baile
Se va ir al infierno
Como yo sé ver profundo
Suelo ver la realidad
Veo dar vueltas a este mundo
Y muy triste a la humanidad.
Juan Gabriel: El principio
Ya ni ánimo de andar en el campo, así que sin esperanza de encontrarme con el eterno me consuelo escuchando música, o cantando y bailando, no sea la de malas y acabé yo en el infierno según Sangrabiel. Y estando en esas, me encuentro con la pregunta de los 64 mil euros, cuya respuesta tal vez encierra el alivio a mi desánimo: ¿Qué ocurre cuando los esclavos ya no llevan cadenas físicas sino que ellos mismos se fuerzan hasta la extenuación?
Me entero que la pregunta surge en la mente de un agudo observador de la realidad quien asegura que ya se cuentan en buen número los países de ciudadanos cansados. Se trata del filósofo Byung-Chul Han, alemán de origen coreano quien afirma que la sociedad está sufriendo un silencioso y profundo cambio debido a una razón concreta: el exceso de positividad nos está conduciendo a una sociedad del cansancio porque creemos falsamente que podemos con todo y esa doctrina produce seres agotados, fracasados y depresivos. Byung-Chul Han denuncia que “el esclavo de hoy es el que ha optado por el sometimiento”. Y lo ha hecho a cambio de un modo de vida escasamente interesante, “la mera vida, frente a la vida buena”, dice, casi pura supervivencia.
Uno de sus mensajes es “Disfruta más y te irá mejor. Todos nosotros deberíamos jugar más y trabajar menos. Entonces produciríamos más” porque solo en esta sociedad, el ejecutivo mejor pagado trabaja como un esclavo y aplaza el ocio indefinidamente. Afirma que, hoy en día, aún si carecemos de tiranos que nos exploten, los tiranos somos nosotros mismos. Y esta explotación a la que nos sometemos es mucho más nociva que la externa, ya que se ayuda del sentimiento de libertad. Además, también es más eficiente y productiva, porque nosotros mismos decidimos voluntariamente explotarnos –generalmente en beneficio de otros- hasta la extenuación.
Según Juan Gabriel, la humanidad:
Sufre, pide y llora/ Porque está perdida/ No sabe de dónde viene/ Quien es y a donde va
Por tanto, el divo de Juárez y el filósofo coreano coinciden aconsejando disfrutar más para vivir mejor pues, dice Byung-Chul Han: “Retomando la idea hegeliana de la dialéctica del amo y del esclavo, a cambio de eso, el hombre cede su soberanía y su libertad. Pero lo más llamativo es que el propio amo ha renunciado también a la libertad al convertirse en explotador de sí mismo. Ha interiorizado la represión y se ve abocado al cansancio y la depresión. Pero el cansancio y la depresión no se pueden interpretar como alienación, en el sentido tradicional marxista. “Solo la coerción o la explotación llevan a la alienación en una relación laboral. En el neoliberalismo desaparece la coerción externa, la explotación ajena. En el neoliberalismo, trabajo significa realización personal u optimización personal. Uno se ve en libertad. Por lo tanto, no llega la alienación, sino el agotamiento. Uno se explota a sí mismo, hasta el colapso. En lugar de la alienación aparece una autoexplotación voluntaria. Por eso, la sociedad del cansancio como sociedad del rendimiento no se puede explicar con Marx. La sociedad que Marx critica, es la sociedad disciplinaria de la explotación ajena. Nosotros, en cambio, vivimos en una sociedad del rendimiento de autoexplotación. El hombre se ha convertido en un ANIMAL LABORANS, verdugo y víctima de sí mismo, lanzado a un horizonte terrible: el fracaso”.
Difiero con este filósofo en cuanto a que la coerción externa, la explotación ajena, desaparece en el neoliberalismo. Me parece más bien que se exacerba hasta alcanzar niveles nunca antes vividos por la humanidad; pero cierto es que la interiorización de esta explotación, inducida por la alienación propia del capitalismo y el adoctrinamiento ideológico diseñado e implementado a través de la educación formal y los medios de comunicación de masas, nos conduce a esa especie de “autoexplotación”, acompañada de una aceptación dócil y “racionalizada” de ésta y de la explotación por otros. Llegamos al punto en que la guerra y la terrible violencia que caracterizan al neoliberalismo nos parecen aceptables. Para muestra un botón: el no a los acuerdos de paz en Colombia.
Sin embargo, el filósofo conoce de la vida, sabe de lo que afirma pues –según sus propias palabras- dejó su carrera en la metalurgia para trasladarse a Alemania e iniciar un proceso de aprendizaje de nuevas materias que le permitieran comprender los problemas que aquejan al hombre de hoy. Subraya Han: “La depresión es una enfermedad narcisista. El narcisismo te hace perder la distancia hacia el otro y ese narcisismo lleva a la depresión, comporta la pérdida del sentido del eros. Dejamos de percibir la mirada del otro. En uno de los últimos textos que he escrito insisto en que el mundo digital es también un camino hacia la depresión: en el mundo virtual el otro desaparece. ¿Hay posibilidades de vencer ese estado depresivo? La forma de curar esa depresión es dejar atrás el narcisismo. Mirar al otro, darse cuenta de su dimensión, de su presencia. Porque frente al enemigo exterior se pueden buscar anticuerpos, pero no cabe el uso de anticuerpos contra nosotros mismos”.
Pues en efecto no miramos al otro, y si acaso nos enteramos que hace unos días una niña murió de hambre en el norte del país, pesando 10 kilos a la edad de 10 años, lo asumimos como cualquier otro evento, como los brutales ataques contra el ejército mexicano que premonizan una escalada de la violencia sin precedentes en nuestro país. Dejamos de mirar al otro, compadecerlo. Como si lo que ocurre a otros ocurriera en otra dimensión, en un universo paralelo al real donde creemos encontrar, virtual o imaginariamente, nuestra zona de confort.
Puesto que, asegura Han, “la violencia, que es inmanente al sistema neoliberal, ya no destruye desde fuera del propio individuo. Lo hace desde dentro y provoca depresión o cáncer”. La interiorización del mal es consecuencia del sistema neoliberal que ha logrado algo muy importante: ya no necesita ejercer la represión porque esta ha sido interiorizada. El hombre moderno es él mismo su propio explotador, lanzado solo a la búsqueda del éxito. Siendo así, ¿cómo hacer frente a los nuevos males? No es fácil, dice. “La decisión de superar el sistema que nos induce a la depresión no es cosa que solo afecte al individuo. El individuo no es libre para decidir si quiere o no dejar de estar deprimido. El sistema neoliberal obliga al hombre a actuar como si fuera un empresario, un competidor del otro, al que solo le une la relación de competencia”.
Por ello el filósofo aconseja disfrutar más, trabajar menos, lo que nos vuelve más productivos, lo cual es complementado por el filósofo de Juárez en su canción:
Yo no quiero verles tristes/ Yo quiero verles alegres/ No quiero verles sufriendo/ Contentos yo quiero verles./ Yo no quiero que me pidan/ Porque todo les he dado/ Quiero que canten y bailen/ Porque así estoy a su lado/ Pedir no es bueno, dar si/ Yo quiero que cante y baile
Todo aquel que cree en mí/ La música viene del cielo/ Y la canción viene del hombre/ La alegría nace del suelo…
Para precisar lo que sugiere, el pensador alemán-coreano recurre a Jean Baudrillard: el enemigo exterior adoptó primero la forma de lobo, luego fue una rata, se convirtió más tarde en un escarabajo y acabó siendo un virus.
Consecuente con lo dicho, me recuesto relajadamente en mi diván favorito disfrutando de algún blues interpretado en la dulce voz de Billie Holiday. Y, al menos por un rato, dejo de lado las preocupaciones del trabajo. A ver si así produzco más. ¡Bah!