El Estado mexicano perdió el monopolio de la fuerza ante el crimen organizado y, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos y Colombia, en el país “el crimen organizado proviene no de fuera sino de dentro del Estado”, declaró el doctor Sergio Aguayo Quezada.
El investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México, señaló lo anterior en la Mesa redonda: Violencia en México: ¿Por qué?, ¿y ahora qué? realizada en la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
El politólogo y periodista expuso que para entender la situación de violencia del país es necesario comprender lo ocurrido desde hace décadas, por ejemplo, que en el gobierno de Miguel Alemán el narcotráfico no era una amenaza sino fuente de ingresos para los leales y cercanos, pero eso evolucionó y se salió de control.
El resultado “es esa evolución perversa de 1968, ese tránsito de violencia política y criminal”.
Aguayo Quezada sostuvo que su próximo libro abordará historias de agentes del Estado que transitaron hacia el crimen organizado, con el propósito de entender los patrones que llevaron a esta evolución.
Respecto de la geopolítica, “lo que estamos viendo es la evolución del crimen organizado durante un siglo”, pues aunque cambia el estilo de ejercer la violencia, las reglas son las mismas en el crimen organizado colombiano, estadounidense o mexicano.
Todos usan el terror como instrumento para sus fines, es decir, lo que se observa es cómo la violencia “va migrando de país en país en métodos, estilos e intensidad”; en México se ha agravado porque el Estado perdió el control sobre la violencia y no logra recuperarlo.
El también promotor de los derechos humanos mencionó que existen cuatro etapas en la manera de reaccionar ante el crimen organizado: la negación del problema; el reconocimiento desde el Estado o la sociedad.
El también promotor de los derechos humanos mencionó que existen cuatro etapas sobre la manera como reaccionan ante el crimen organizado un Estado y una sociedad. La primera etapa es la negación del problema; la segunda es el reconocimiento.
En el caso de Colombia por ejemplo, fueron los asesinatos de Rodrigo Lara, ex ministro de Justicia; Guillermo Cano, director del diario El espectador, y de Luis Carlos Galán, candidato a la presidencia. Estos asesinatos perpetrados por Pablo Escobar Gaviria hicieron ver a las elites colombianas que era indispensable organizarse para enfrentar al crimen organizado.
La tercera etapa es la formulación de una política y la cuarta la implementación de la misma. México está en la fase del reconocimiento del problema, sin embargo, el crimen organizado no va a desaparecer, ya que se ha buscado fragmentar a los cárteles, como sucedió en Colombia.
Estadounidenses y colombianos se fragmentaron y en la actualidad se están reconfigurando de diferente manera, en tanto que México está en la etapa del reconocimiento derivada primero de la irresponsabilidad del ex presidente Felipe Calderón, quien declaró una guerra sin tener idea de lo que implicaba, pero luego la sociedad se ha movilizado por las matanzas.
El caso de estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, Guerrero, “es la expresión más trágica de la transición mexicana” e impacta porque la sociedad ya quería salir a expresarse contra la violencia y la manera como se dio ese suceso, pero también porque los herederos del liderazgo estudiantil de 1968 que fundó al Partido de la Revolución Democrática entregaron la policía al crimen organizado.
Aguayo Quezada calificó de terrible esa situación, pues en términos generacionales se trata del desplome de la utopía del movimiento del 68.
Esto es el recordatorio de la profunda corrupción y la falta de opciones que tiene la izquierda mexicana, afirmó.
En la Mesa participaron también Mario Patrón Sánchez, director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez; y el doctor Hugo Enrique Sáez Arreceygor, investigador del Departamento de Relaciones Sociales de la Unidad Xochimilco.