De un pueblo de Cataluña a Guatemala, de un bar de Lavapiés al salón-cocina más famoso de la televisión en la serie Friends, el futbolito ha conquistado el mundo; tanto es así que uno de los directores más aclamados de la actualidad, el argentino Juan José Campanella, le ha dedicado su última película Futbolín, que se estrena esta semana en las salas del país.

“La idea era imitar los antiguos futbolines presentes en los bares de España. Campanella siempre aclaró este concepto porque en Argentina la mayoría de los ‘metegoles’, como se conoce allí el futbolín, no tienen brazos”, señala a SINC José María de la Puente, jefe de producción de animación de la película. “Hay muchos tipos de futbolines, con o sin brazos, y con diferentes posiciones de brazos, hasta los más modernos que son más icónicos y mucho menos humanos», describe De la Puente.

La variedad ha acompañado a este juego desde sus inicios, cuando el compañerismo, la rivalidad y la destreza, características propias del balompié, se trasladaron a una tabla a finales del XIX en Francia y Alemania. Sin embargo, no fue hasta 1923, hace 90 años, cuando el británico Harold Searles Thornton patentó el primer prototipo del fútbol de mesa.

“Los orígenes del futbolín pueden suscitar ciertos recelos”, comenta Antonio Osuna, un apasionado del fútbol que ha creado Soccetable, una empresa capaz de convertir futbolines normales en elegantes mesas para salones.

“Si nos ciñéramos estrictamente a las fechas de las primeras patentes, la de Thornton fue la primera en Inglaterra; en 1925 su tío Louis P. Thornton la presentó en EE UU; y no fue hasta 1937 cuando Alejandro Finisterre presentó la suya en España. Los tipos de futbolines patentados son distintos y los dos modelos coexisten hoy día: el inglés de una pierna y el español de dos”, explica Osuna.

La guerra como origen

El diseño español fue ideado por Alejandro Finisterre, apodo de Alejandro Campos Ramírez (1919-2007), durante su estancia en un hospital barcelonés donde se curaba de las heridas sufridas en un bombardeo durante la Guerra Civil. “Los niños mutilados veían cómo los otros jugaban al fútbol y como yo además estaba cojo, y tenía afición por el tenis de mesa, dije: ‘¿Por qué no un fútbol de mesa?’ E hice un plano”, relataba Finisterre en el documental Tras el futbolín.

Tras plasmar su idea en un dibujo, el joven Alejandro habló con un carpintero vasco refugiado en Cataluña para conseguir los materiales y armar el prototipo en Olesa de Montserrat. “Se patentó a principios de 1937 pero en las navidades del 36 ya se jugaba”, rememoraba Finisterre.

Desde entonces, su éxito y expansión fue fulgurante, aunque ni la fama ni el dinero recayeron en Alejandro. Según describía el propio Finisterre, un compañero que huyó a Francia durante el conflicto comenzó a fabricar futbolines en el país vecino. El juego de mesa se popularizó rápidamente y cuando su inventor reclamó sus derechos, todos los carpinteros del país ya lo elaboraban y era imposible entrar en litigios.

Pero no solo en Francia. El nuevo juego, ya sea en su modelo inglés o el español, había conquistado Europa y se expandía por América. Con el paso de los años, el fútbol de mesa, ‘metegol’ o ‘foosball’ se fue depurando y puliendo, desde los detalles hasta las reglas y los materiales, aunque con mínimas variaciones respecto a los prototipos iniciales.

“El futbolín ha sufrido una pequeña evolución. Antes todos se hacían de madera y metal, unos materiales que se fueron mejorando”, describe Juan José Rodríguez, presidente de la Asociación Española de Futbolín. “Hoy en día la revolución está en el plástico porque es un material que no se deforma, no tiene desgaste y, de esta manera, hay menos elementos que influyan en el juego”, asegura Rodríguez. Los futbolines profesionales actuales se realizan con derivados del petróleo y con los muñecos de dos únicos colores diferenciados por equipos.

Del bar a la red

Tras casi cien años de historia, el futbolín se ha instaurado en todo el planeta, con federaciones nacionales e internacionales (este fin de semana se celebra el Mundial de Futbolín en Francia). Las reglas están muy definidas sin apenas variaciones en su estructura. Sin embargo, en pleno siglo XXI, sigue habiendo pioneros que adaptan este tradicional juego a los tiempos que corren.

“El futbolín es un juego grande y poderoso, la gente lo pasa muy bien. Gracias a las nuevas tecnologías, nosotros le hemos dado una vuelta de tuerca para conectarlo a internet y a las redes sociales”, recalca Ignacio Escobar, creador de The Futboling Company, una nueva máquina que adapta las telecomunicaciones, la ambientación y la estética de este juego al mundo actual.

“Se habla mucho del internet de las cosas, pero luego hay pocas máquinas conectadas. Me sorprende que yo haya sido el primero en conectar el futbolín. De aquí a muy pocos años todo estará conectado a la red”, vaticina Escobar.

Este emprendedor comenzó su idea hace cinco años pero no fue hasta 2012 cuando sacó sus primeros modelos. “El futbolín nunca ha sabido innovar, sigue siendo una caja de madera con muñecos. En sintonía con los tiempos actuales le tocaba una revisión”, justifica Escobar.

El estadio del nuevo Futboling es una máquina monocasco, elaborada 100% en España, por un complejo sistema de rotomodelado. No tiene pinturas, disolventes ni pegamento, y se fabrica en polietileno reciclable. “Lleva mucha ingeniería. Quizá no tiene el glamour suficiente, pero si fabricáramos aviones con la misma tecnología, serían muy potentes”, defiende el creador.

El juego posee un software y un algoritmo que, tras darte de alta como jugador, te permite crear tu usuario, avatar y competir en un ranking de toda España. “Antes daba igual quién jugara, quién era tu compañero de equipo y tus contrarios. Eso era tremendamente injusto porque no permite una competición interesante”, subraya Escobar.

Gradas repletas

Para enriquecer la experiencia de la partida, Escobar ha mejorado el rozamiento de las barras, y ha dotado a la máquina de sonido ambiente que abuchea y aclama a los jugadores en función del resultado y la localización. Si la partida es en Madrid, el sonido es propio de los estadios Bernabéu o Vicente Calderón; y si es en Pamplona la ambientación es similar a la escuchada en El Sadar.

Además, posee un sistema por el que las bolas se ponen en juego desde la portería que ha encajado el gol, no desde el tradicional cajetín; hay acelerómetros y hasta el árbitro amonesta a los jugadores. “En los futbolines de madera la gente jugaba pero en nuestras máquinas la gente se engancha. Cada minuto hay una partida”, se alegra Escobar.

En menos de un año, Futboling ha instalado 26 máquinas en universidades y locales españoles en las que se contabilizan más de 2.000 jugadores y 24.000 partidas. Y ahora se encuentra en proceso de expansión para introducirlo en EE UU.

Pero como explicaba Alejandro Finisterre, el poder de atracción del futbolín no parece acabar. “Yo espero verlo hasta en Marte”, señalaba el inventor español.

Fútbol de mesa solidario

El Futboling ideado por Ignacio Escobar tiene un coste de un euro por partida del que un tercio se dona una ONG que el propio jugador selecciona cada vez que juega. “Nuestro interés está en convertir una máquina recreativa en solidaria”, describe Escobar.

Entre las entidades a las que van destinados los ingresos destacan Intermón Oxfam, la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) y Medicus Mundi. “Aunque se podía cuestionar mucho el éxito de nuestra empresa, creo que el Futboling triunfara y se convertirá en una máquina que ayude a la justicia social”, asegura el emprendedor.

A día de hoy, Futboling ha conseguido recaudar más de 10.000 euros en menos de un año gracias a los cerca de 2.000 jugadores registrados por toda España

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