Una investigación que publica la revista PNAS muestra que el mayor arrecife de coral del mundo, que se localiza en Australia, ha perdido en 27 años más de la mitad de su extensión. Si la tendencia se mantiene, podría volver a reducirse a la mitad en 2022.
La disminución de este arrecife coralino se debe a tres causas principales: los ciclones tropicales (48%), a las estrellas de mar corona de espinas, Acanthaster planci, (42%) que se alimentan de coral, y al blanqueamiento (10%). Sin embargo, el patrón de disminución varía entre regiones.
“Existen diferencias claras entre la historia de las tres regiones del arrecife. La menos afectada es la remota zona del norte, que está escasamente habitada y con ligera actividad humana. Además, esta región ha experimentado pocos ciclones y escasos brotes de poblaciones de corona de espinas”, explica a SINC Katharina Fabricius, del Instituto Australiano de Ciencias Marinas (AIMS, por sus siglas en inglés), coautora de la investigación.
Las otras dos partes más afectadas del arrecife son la zona sur, que está bajo presión por el desarrollo costero y agrícola, y que se ha visto afectada por las coronas de espina y por los ciclones; y la zona central, que tiene una agricultura más intensiva y de pastoreo. También ha sufrido en el pasado reciente tres ciclones severos, decoloración en dos ocasiones y brotes intensos de esta especie de estrellas de mar.
“El estudio se basa en el programa de monitoreo de arrecifes más completo del mundo. Este programa inició la vigilancia de más de 100 barreras de coral en 1985 y desde 1993 ha incorporado mediciones anuales detalladas de 47 arrecifes», declara Peter Doherty, uno de los creadores del programa e investigador en el AIMS.
Salvar al arrecife de la plaga de “corona de espinas”
Los datos recopilados muestran que los arrecifes pueden recuperar su cobertura de coral después de estas perturbaciones, en un período de entre diez y veinte años. Actualmente, los intervalos entre estos fenómenos son generalmente demasiado cortos como para una recuperación completa y esto es lo que causa las pérdidas de coral a largo plazo.
“No podemos detener las tormentas, y el calentamiento del océano –la causa principal de la decoloración de los corales– es uno de los efectos más críticos del cambio climático global. Sin embargo, podemos actuar para reducir el impacto de la corona de espinas”, declara John Gunn, director general del Instituto Australiano de Ciencias Marinas (AIMS).
Estas estrellas son un tipo de depredador que se alimentan únicamente de coral vivo, “unos 10 m2 por año”, apunta Fabricius. El estudio muestra que, en ausencia de la corona de espinas, la cobertura de coral se incrementaría en 0,89% al año, por lo que incluso con pérdidas por ciclones y blanqueamiento, existiría una lenta recuperación.
Esta estrella de mar es nativa de la Gran Barrera de Coral y otros arrecifes del Indo-Pacífico. Sin embargo, los modelos muestran que en las regiones afectadas por la actividad humana, los brotes de la población son mucho más comunes que en los arrecifes que no están alterados, “especialmente por el deslizamiento de fertilizantes y otras fuentes de nutrientes de las tierras usadas para la agricultura”, asegura la experta.
Debido a sus enormes efectos en el ecosistema de coral, la estrella de mar ha sido declarada «plaga nativa» durante una reunión reciente del Comité de Expertos organizado por la AIMS.
«En AIMS redoblaremos nuestros esfuerzos por comprender el ciclo de vida de la estrella corona de espinas, para predecir y reducir las explosiones poblacionales periódicas de esta especie. Está claro que un factor importante es la calidad del agua, y tenemos la intención de explorar opciones para una intervención más directa sobre esta plaga nativa», concluye John Gunn.
Los investigadores pasaron más de 2.700 días en el mar y se han invertido cerca de 50 millones de dólares en el programa de monitoreo para realizar este trabajo.
Referencia bibliográfica:
The 27–year decline of coral cover on the Great Barrier Reef and its causes Glenn De’atha, Katharina E. Fabricius, Hugh Sweatman, and Marji Puotinen PNAS doi/10.1073/pnas.1208909109.