El futuro no va a ser verde, confortable
ni sostenible para diez mil millones de personas,
tampoco habrá pértigas para saltar al otro lado,
no hay otro lado, ni milagro,
ni campo en el que cultivar tu propia comida,
ni reductos de vida
donde sobrevivan la belleza, la sensibilidad,
la empatía.
Hemos fracasado.
Antonio Orihuela: El amor en tiempos del despido libre.
No fue posible suplantarme aquella noche, ni hubo tiempo de ensayar la máscara. Asomaste en el vendaval del trago fiero y me sorprendiste, transparente de alcohol, aquella noche. Es por eso tal vez que no me crees cuando te hablo del niño y el mar, y de que acercarse a la ciencia es hacerlo como el niño que con asombro y alegría, sin temor alguno, ve por primera vez el mar y se acerca corriendo a su encuentro, atraído por su inmensidad y belleza. Ignorando, en ese momento, la poderosa fuerza de las aguas marinas que podrían arrastrarlo hasta sus oscuras profundidades donde se encontraría con peces carentes de ojos. Peces ciegos que a veces aparecen en pesadillas, torturando mis noches. Criaturas inocentes como el niño, que solamente conocen ese mundo y no tienen idea de la luz, ni de las gaviotas, las diatomeas ni de nada de lo que existe y acontece en la superficie terrestre. Carentes de profetas o visionarios que les hablen de esos otros mundos.
Por eso creo que tal vez somos como esos peces, que no vemos otros mundos pues no alcanzamos a ver más allá de lo que nuestros limitados sentidos captan, y puede ser que el poeta Antonio Orihuela tenga razón cuando dice que el petróleo ha ganado, los Mall han ganado, la alienación ha ganado, la indiferencia ha ganado, el fascismo ha ganado. El capitalismo ha ganado.
Ello no obstante, trato de mantener alguna esperanza aún cuando parece no haber razones para tenerla, pues si las cosas son como Orihuela afirma, ni siquiera los peces ciegos en el fondo del océano la tienen. El futuro no va a ser verde, confortable ni sostenible para diez mil millones de personas, tampoco habrá pértigas para saltar al otro lado, no hay otro lado, ni milagro, ni campo en el que cultivar tu propia comida, ni reductos de vida.
Me engaño a mí mismo tejiendo ilusiones como la del niño inocente frente al mar y digo que podemos retornar a esa inocencia, aunque te rías de mi.
Nuestra casa son los otros./ Cuando descubramos esto, tan simple, empezaremos a militar en el amor, cuando descubramos esto,/ tan simple./ donde sobrevivan la belleza, la sensibilidad,/ la empatía.
Tengo fijación por la imagen de ese niño, asombrado por todo lo que descubre, cómo ese mar majestuoso que lo llama y al que se acerca con inocente alegría. Tal vez porque me recuerda los momentos en que me ha embriagado en forma similar el llamado de la ciencia. Es posible que el capitalismo esté ganando las batallas más recientes, pero no sobrevivirá a sí mismo. Aunque algunos dicen que luchar ya no tiene sentido, otros sostenemos que abandonar la lucha tampoco tiene sentido.
Me debato entre el niño y el mar y la poesía de Orihuela, considerando la plausibilidad de lo afirmado por este último: de ahora en adelante, tendrás que encontrar tus propios motivos para vivir, para dar sentido a tu vida, para la compasión, para sostener los vínculos, para seguir llamándote humano, porque esto se acaba y no vamos a dejar en herencia sino escombros, y habrá que levantar, sobre ellos, la vida.
Poesía de la conciencia se llama. El niño y el mar es también imagen viva de esta necesaria conciencia, esencial en este momento histórico para la conservación de la vida -de todo género- en este planeta, incluyendo diatomeas y abisales peces ciegos, especies como todas las otras, coevolucionando con la especie humana.
Lo que hemos hecho mal/ es no haber hecho nada,/ no preocuparnos, no comprometernos, no vincularnos,/ no luchar contra quienes nos hacían la guerra./ Haber sido complacientes,/ resignados,/ indiferentes al dolor de los otros./ Creíamos que el mal que hemos hecho/ por acción y omisión/ no nos alcanzaría.
Aquí está.
(Foto: David Sudan)