El performance latinoamericano tiene una identidad propia y se distingue del diálogo performativo de otras partes del mundo, aseguró Gonzalo Rabanal durante la conferencia “Girar (a México): Trayectos del performance en Chile”, que presentó el 20 de agosto en el Centro de Estudios, Creación y Documentación de las Artes de la Universidad Veracruzana, bajo el auspicio de los Consejos Nacionales para la Cultura y las Artes de Chile y México.

         Gonzalo Rabanal es un fuerte representante del performance en América Latina, inició su trayectoria en 1987 de forma colectiva con el grupo Ángeles Negros, en el 2000 coordinó el proyecto “Deformes” que abrió paso a las Bienales Internacionales de Performance en Chile. Su trabajo se ha presentado en Berlín, Roma, Madrid y diversas regiones de América Latina. Actualmente trabaja en compañía de su familia el proyecto “Carnar”. Durante su estancia en la UV compartió con Universo su perspectiva acerca del performance y su experiencia personal en esta disciplina.

 

Tus inicios fueron en el ámbito de la plástica, ¿cómo das el salto al performance?

Mi formación inicial en el mundo del arte ciertamente se da con el arte visual, donde a través del grabado encontré una conexión con el movimiento del cuerpo, con procesos de serialización de reiteración que después se fueron acoplando a la idea antropológica de Turner, la idea de lo ritual.

Mi trabajo fue tomando cuerpo en un primer momento, desde lo que era el grabado y los desplazamientos del mismo, de las prácticas tradicionales a las prácticas experimentales, en ese momento para mí imprimir 10 veces la palma de mi mano era estar haciendo un grabado y al mismo tiempo entrar en un proceso perfomativo, ver el cuerpo como generador de huellas e indicios.

         Posteriormente entré más de lleno con otras relaciones de corte político, familiar y de la evocación de la memoria.

 

En tu propuesta integras la instalación y el video, ¿esto es influencia de otros proyectos de arte visual?

En Chile el performance no se enseña y hay una relación un tanto conflictiva con la práctica, el trabajo que yo he venido haciendo es de forma personal, influido por mi formación de técnico industrial y de comunicador visual.

         He tenido que construir mi propia teoría, he tenido que ser mi propio maestro, no he tenido quién me diga que me equivoco o que acierto. Desde ahí es que he tenido que construir mi manera de hacer performance. En este sentido, he llegado a la conclusión que el performance es para mí una relación de síntesis en función de una semántica y una dialéctica, también de los materiales, del actuar, del acontecer, del suceder en el acto de performance.

 

¿Esta mezcla surge como necesidad de construir un discurso propio?

Sí, y adquiere distintas formas, yo siempre he dicho que mi trabajo es un performance, he tomado un camino que está lleno de bifurcaciones y accidentes que son parte del performance.

         El performance es una práctica de vida y tenemos diferentes caminos impredecibles, es un trabajo vinculado a la experiencia, aunque en un principio tengamos un plan al enfrentarnos con el propio cuerpo y con el de las personas que uno invita a trabajar surge algo completamente nuevo, es por eso que el sumar distintos elementos es natural dentro del performance y muy puntualmente en mi forma de desarrollarlo.

 

¿Qué es la convivencialidad y cómo aparece en tu obra?

La convivencialidad es algo que no tiene solamente que ver con el entorno y los otros, está más relacionado con las formas de habitar y tiene que ver conmigo. Es decir, nuestro performance se puede situar en un teatro, en una universidad, en cualquier lugar, y es ahí donde nuestro cuerpo habita en esta convivencia de espacios y con las partes del cuerpo. El cuerpo tiene una articulación que permite encontrarse con otro.

         Actualmente mi padre, mi hija y yo trabajamos en una unidad de convivencia que se multiplica con otros invitados a trabajar en nuestro proyecto o con los que se quedan desde el lugar de la mirada y comparten esta unidad emotiva e intencional que yo pongo en acción. Ahí está la eficacia del performance que yo construyo, no es un arte contemporáneo aséptico, es un trabajo caliente que tiene vínculos con la carne, los huesos y la sangre.

         En este sentido la conviencialidad tiene que ver con el nosotros reconociéndonos en los otros, esto permite un diálogo con el público sin importar si estamos en Chile, Bolivia, México o Chipre.

 

En tus inicios estuviste vinculado a la política, ¿cómo surgió esta experiencia colectiva?

Mi trabajo ha tenido varias etapas, inició con el trabajo colectivo donde las ideas son de todos y no hay autoría, ése fue un proyecto muy interesante en la época de la dictadura, se llamó Ángeles Negros, era un colectivo de intervención callejera, nuestra propuesta era de activismo político en la época más dura de la dictadura chilena, era un trabajo de toma por asalto, todos éramos activos militantes de la izquierda revolucionaria, con el paso del tiempo nos desencantamos de la política y los aparatos militares.

         Trabajábamos con el humor y la parodia y ésa era nuestra arma, nos reíamos de la dictadura, de las viejas izquierdas tradicionales y de las nuevas izquierdas que venían y que negociaron la salida de la transición democrática, entonces teníamos tres frentes a quien golpear y el trabajo fue muy lúcido; no nos equivocamos en el sentido de que la nueva izquierda muy ligada a la social democracia logró negociar con la dictadura y heredó la Constitución de 1980.

         Nuestras acciones por lo general eran de interrupción, nunca pedíamos permiso, irrumpíamos inauguraciones, aparecíamos en la calle y en muchas ocasiones nosotros mismos nos auto-delatábamos, llamábamos a la policía y nos tomaban presos a nosotros, a los periodistas, y con eso poníamos en evidencia la teatralidad de los actos policiacos en un sistema dictatorial. Hay que destacar que nosotros teníamos un sistema logístico interesante, contábamos con un cuerpo de periodistas y de seguridad para protegernos. El trabajo político de Ángeles Negros fue muy interesante y una vez que nos separamos fuimos construyendo obras individuales.

 

¿Por qué Ángeles Negros?

Nos hicimos llamar así por el grupo musical, porque era música que escuchaban nuestras madres y en nuestro proyecto colocábamos mucho énfasis en el papel de las madres, a diferencia de ahora que yo pongo énfasis en la presencia del padre.

         Las madres tuvieron un papel muy importante en la época de la dictadura, en el momento en que los padres fueron muertos las madres se hicieron cargo de la casa y se transformaron en un símbolo muy importante que viene a tener eco en las madres de mayo en Argentina, por ejemplo.

         En Chile las madres viudas hicieron un frente de resistencia y nosotros reconocíamos esta presencia femenina en la época de la dictadura como la gran protectora del joven en este caso. Cuando surge el proyecto lo que nos conectaba a nuestras madres era la música con la que se enamoraron.

 

¿Qué impulsa ahora tus proyectos?

El reencuentro con la familia es lo que abordo ahora, durante mi militancia en la izquierda me desligué de mis lazos familiares, finalmente tuve oportunidad de reencontrarme a mí mismo y con mi padre, quien ahora me acompaña y me apoya muchas veces sin saber en qué está metido, mi primer trabajo junto con mi familia fue Maldecir la letra (2000) y desde ese momento surge una energía afectiva en mi propuesta.

         Mi familia está cruzada por la violencia de la dictadura y en el camino he perdido dos matrimonios quedándome como ancla mis hijos, a pesar de eso he tenido el descaro y la fortaleza de acercarme a mis ex parejas e invitarlas a trabajar conmigo y han accedido, hemos hecho trabajos muy fuertes en el sentido de dar cuenta de estos cortes que no tienen que ver con el aburrimiento de la pareja sino con la crisis de los compromisos de cada uno que ocasionaron ruptura.

         Mi hija Valeria se ha sumado a mi proyecto y hemos trabajado juntos un proyecto, se ha sumado a mi proyecto con el que llevo ya más de 10 años y ha modificado el sentido que éste traía, el trabajo era muy masculino y su presencia rompe con eso y lo revitaliza.

 

¿El discurso de tu performance está dirigido a especialistas o es para cualquier público?

Es para todos, es cierto que hay una institucionalidad que le ha cerrado las puertas al performance y no quiere dialogar con él, no se quiere dialogar con el cuerpo, no es en sí con la práctica; las culturas tienen problemas serios con el cuerpo y el diálogo con él, cuando muestras un cuerpo crudo y sin maquillaje genera molestia, ruido y se distancia.

         Las instituciones han creado una serie de prejuicios que no han permitido comprender la esencia del performance, que no está en el lugar del espectáculo sino en un lugar opuesto, en esta oposición el performance opera y muchas veces se auto-sabotea.

         Falta dialogar con el performance y entender que no tiene solamente un fin estético, sino que muchas veces y hoy más que nunca se abre a la comunidad y a la educación. El performance hoy día es un gran instrumento para educar y acceder al saber desde una mirada donde el cuerpo se reconoce como actor, como actuante y como modificador de situaciones. Cerrar el performance a una idea de élite es una persecución del cuerpo.

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