Tras un vertido de petróleo en el mar, los restos de crudo permanecen en el medio ambiente durante años. Un equipo de investigadores estadounidenses ha demostrado que ciertos tóxicos afectan a las células del corazón de los atunes, haciendo que los latidos se ralenticen y su ritmo se vuelva irregular, lo que puede producir un paro cardíaco.
Estos compuestos son los hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAH en sus siglas en inglés) cuyo efecto nocivo ya se había comprobado en larvas y juveniles, aunque no se conocía su mecanismo de acción.
El nuevo estudio, publicado esta semana en Science, es el primero en describir cómo los componentes del crudo afectan al funcionamiento de las células cardíacas de los peces.
“La habilidad de una célula del corazón de latir depende de su capacidad de mover iones, como el calcio y el potasio, dentro y fuera de sus membranas”, explica Barbara Block, una de las autoras e investigadora de la Universidad de Standford.
El tránsito de moléculas al que alude Block se produce a través de unos canales que conectan el interior de la célula con el exterior. Es en este punto donde los tóxicos del crudo producen su efecto, bloqueando los poros por los que circula el potasio.
Al alterar este mecanismo, común a todos los vertebrados, el corazón modifica su funcionamiento. La velocidad de los latidos disminuye y se producen arritmias que pueden desembocar en un infarto.
El vertido de Deepwater Horizon
El trabajo, en el que también participa la Administración Nacional y Atmosférica estadounidense (NOAA en sus siglas en inglés), forma parte del programa de Evaluación del Daño en los Recursos Naturales que se lleva a cabo desde el hundimiento de la plataforma petrolífera Deepwater Horizon.
La catástrofe, que tuvo lugar en abril de 2010 –durante la época de ovulación de los atunes– vertió al mar unas 779.000 toneladas de crudo en el Golfo de México. Aún hoy se considera uno de los mayores vertidos de petróleo de la historia.
Basándose en las circunstancias del suceso y conociendo algunas de sus consecuencias en la población de atunes de la zona (profundamente reducida desde entonces), los investigadores reprodujeron las condiciones en el laboratorio.
Utilizaron células cardíacas de dos especies de atunes: el atún rojo del atlántico (Thunnus thynnus) y el atún de aleta amarilla (Thunnus albacares) y las expusieron a bajas concentraciones de petróleo, como las que habrían experimentado los animales a los que afectó el desastre de 2010.
Después midieron su respuesta y comprobaron cómo las células modificaban su intercambio iónico, produciendo la descoordinación de los movimientos de contracción y la ralentización del músculo cardíaco.
“Nuestros hallazgos demuestran que los químicos derivados del petróleo amenazan las poblaciones de peces y otras especies en hábitats costeros y oceánicos”, recalca Nat Scholz, científico de la NOAA.
Además, como el funcionamiento de las células del corazón de los atunes es similar al de cualquier vertebrado, Scholz advierte de que “es posible que los PAH estén produciendo el mismo efecto en otros animales, incluidos los humanos”.
El estudio alerta sobre este posible riesgo para la salud que supone la exposición a los PAH, considerados cancerígenos. Estos compuestos son uno de los contaminantes más frecuentes producidos por la combustión incompleta de madera, los combustibles fósiles e incluso el tabaco.
Referencia bibliográfica:
Fabien Brette, Ben Machado, Caroline Cros, John P. Incardona, Nathaniel L. Scholz, Barbara A. Block. “Crude Oil Impairs Cardiac Excitation-Contraction Coupling in Fish”. Science, 13 de febrero de 2014.