EFE
Pequeños sapos han abierto el camino en Ecuador a la biomedicina a través de un ambicioso proyecto de investigación que pretende encontrar en ellos remedios para distintas enfermedades. El centro Jambatu, dedicado al estudio de anfibios, es la punta del ovillo de una gran propuesta de largo alcance, que ha unido a la iniciativa privada y al Estado para alcanzar un fin: descubrir medicinas efectivas contra enfermedades que azotan a la humanidad.
Ese centro está situado en San Rafael, uno de los atractivos valles aledaños a Quito, donde los anfibios han encontrado un refugio y los investigadores una mina de conocimientos. Jambatu, que pertenece a la fundación privada Otonga, debe su nombre al vocablo quichua para designar a los anfibios, especialmente algunas especies andinas que se encuentran en peligro de extinción.
En Ecuador, pequeños sapos han abierto el camino a la biomedicina a través de un ambicioso proyecto de investigación que pretende encontrar en ellos los remedios del futuro.
El centro Jambatu, dedicado al estudio de anfibios, es la punta del ovillo de una gran propuesta de largo aliento, que ha unido a la iniciativa privada y al Estado para alcanzar un fin: descubrir medicinas efectivas contra enfermedades que azotan a la humanidad.
Ese centro está situado en San Rafael, uno de los atractivos valles aledaños a Quito, donde los anfibios han encontrado un refugio y los investigadores una mina de conocimientos.
Jambatu, que pertenece a la fundación privada Otonga, debe su nombre al vocablo quichua para designar a los anfibios, especialmente algunas especies andinas que se encuentran en peligro de extinción.
El subsecretario de Patrimonio Natural del Ministerio de Ambiente, Miguel Sáenz, destacó la puesta en marcha del proyecto de conservación de anfibios que, además de proteger especies amenazadas, permitirá la realización de investigaciones en busca de productos biomédicos.
Y es que Ecuador posee en su territorio un 9 por ciento del total de especies de anfibios en el mundo, con cerca de 600 familias de ranas, 546 de ellas ya identificadas.
El estudio de ranas, según Sánez, abre una oportunidad de oro para el país, pues puede constituirse en la «punta de lanza» para el cambio de matriz productiva en ea que está empeñado el Gobierno ecuatoriano, sobre todo con el uso de recursos genéticos.
El subsecretario cree firmemente en encontrar la respuesta a grandes enfermedades en las secreciones de los lomos de los sapos.
Para él, la riqueza natural de Ecuador, un país considerado entre los más megadiversos del planeta, permite ver que el desarrollo, «bajo un concepto de conservación, es factible y posible», y también necesario.
María Dolores Guarderas, coordinadora del centro Jambatu, no sólo afirma que «es necesario investigar qué se tiene en Ecuador», sino considerar que «ahí está el futuro».
Ella no duda en que se puedan encontrar productos biomédicos, incluso con fines comerciales, pero sabe que ese es un camino largo y de mucho compromiso.
El camino hasta obtener biomedicinas «tardará 20 ó 30 años más», pero «es necesario comenzar por hacer esta investigación y fortalecer la conservación de los recursos de donde provendrían las medicinas del futuro», apostilló Guarderas.
Por eso mima a los sapitos del laboratorio que parecen jugar con ella, muchos de los cuales serán sometidos a las investigaciones científicas que también se realizan en la Universidad Regional Amazónica «Ikiam», ubicada en el corazón de la selva ecuatoriana y dedicada a la investigación de la biología ambiental.
Luis Coloma, director del centro Jambatu es también investigador de «Ikiam» y para él, las ranas y sapos representan un universo de conocimiento.
«Se dice, en general, que las ranas son boticas ambulantes, tienen muchísimos recursos químicos de interés biomédico», señaló Coloma al poner como ejemplo sustancias obtenidas de las secreciones de sapos que son cien veces más potentes que la morfina, sin efectos secundarios y que por su potencia no tienen aún aplicación en humanos.
También un biomarcador para el alzheimer es otro de los ejemplos de investigaciones basadas en las secreciones de los anfibios.
El proceso para obtener productos biomédicos, según Coloma, es complejo y largo. «Se necesitan recoger ranas o criarlas en laboratorio, se estudian las moléculas de las pieles, se las sintetizan, se las somete a pruebas bacteriológicas en microorganismos, animales y finalmente en humanos».
Este es «un proceso que puede durar décadas» y que requiere de «numerosas investigaciones antes que el producto pueda ser comercializado», agregó el científico.
Apasionado de lo que hace, Coloma señala que las pieles de los sapos tienen «glándulas que les protege de virus, hongos, bacterias», defensas que los pequeños anfibios han desarrollado a lo largo de su evolución.
Pero no sólo las ranas son para él fuente de conocimiento.
«Cada centímetro cuadrado de este país está lleno de bio-organismos con potenciales biomédicos» pero, por ejemplo, «toda la vida bacteriana es prácticamente desconocida» para la ciencia en Ecuador, se lamenta Coloma que, no obstante, está seguro de que el desarrollo de la biomedicina atraerá a muchos jóvenes, como a quienes dicta cátedra en Ikiam.