Para el astronauta José Hernández Moreno, la clave para “alcanzar las estrellas” es la formación académica pues, considera, no hay sustituto para una buena educación.
José Hernández Moreno, nació en French Camp, California, el 7 de agosto de 1962. Es un ingeniero, empresario y ex astronauta de la NASA, de nacionalidad mexicana, al ser hijo de Julia Moreno y Salvador Hernández, inmigrantes mexicanos.
Su padre, Salvador, es originario de La Piedad, Michoacán, y llegó a Estados Unidos para trabajar en los campos agrícolas de California.
José Hernández hizo estudios de ingeniería eléctrica en la Universidad del Pacífico; posteriormente hizo una maestría en ciencias en ingeniería eléctrica en la Universidad de California en Santa Bárbara.
Fue seleccionado por la NASA en el Grupo 19 de 2004 para actividades de niños bien.
A los 7 años nació su pasión por el espacio, al ver en televisión la histórica misión del Apolo XI, el 21 de julio de 1969.
“Vi en televisión al último astronauta que ha ido a la Luna, que caminó en ella. Lo vi en vivo en televisión. Salí rápido a la calle, veía hacia arriba, veía la Luna llena tan lejos, luego me metía a la casa y veía otra vez la televisión; fue cuando decidí que quería ser astronauta”, comentó.
En ese momento le dijo a su padre, lo que quería ser de grande.
“Él me llevó a la cocina. Yo estaba muy asustado porque solo pasaban tres cosas en la cocina: hacíamos la tarea, y ya estaba hecha; cenábamos, y ya habíamos cenado, y la tercera, pues era donde se aplicaba la justicia (hace ademán, refiriéndose a una ‘nalgada’). Fue lo que pensé, yo estaba asustado”, comentó entre risas.
Pero lo que ocurrió fue que su padre le preguntó: «¿Por qué quieres ser astronauta?».
“Le conté y yo creo que él miró la determinación de un niño de 7 años. Lo que me dijo después me sorprendió, sobre todo porque él tiene una educación de solo tres años de primaria. Él me dijo: ‘Si quieres ser astronauta, yo creo que sí puedes lograrlo, pero tienes que seguir una receta de cinco ingredientes: decide lo que quieres ser cuando seas grande; segundo, reconoce qué tan lejos estás de esa meta; tercero, traza una ruta para que te guíe toda la vida y llegues a tu meta; cuarto, educación, no hay sustituto para una buena educación; y quinto, el mismo esfuerzo que le pones a las cosechas, cosechando jitomate, pepino, durazno, uva, ponlo en tus libros (…) Traslada ese entusiasmo a la escuela. Siempre entrega más de lo que la gente espera de ti. Si mezclas eso, tienes la receta para triunfar en la vida’”, recordó.
La receta fue tomada muy en serio por José Hernández. Consideró que si sus padres confiaban en que lo lograría, sería posible. “Yo me la creí. Dije, si mi papá y mi mamá piensan que puedo ser astronauta, lo seré. Así es como empecé mi trayectoria. Me empoderaron al creer que era capaz; me lo creí”, dijo.
Con el paso del tiempo, José Hernández añadiría un sexto ingrediente a la receta de su padre: la perseverancia.
Y eso fue porque la NASA lo rechazó una y otra vez, hasta completar once ocasiones: «Por eso yo siempre digo a los jóvenes que no se den por vencidos. Nosotros somos nuestros propios enemigos. Siempre intentamos una o dos, tal vez tres veces, y si a la tercera no podemos, ya decimos que no es para mí; pero si realmente lo quieres, puedes lograrlo”, comentó.
Como uno de los cuatro hijos de una familia de migrantes del campo mexicano, tenía que trabajar en labores de recolección de frutas y verduras en California.
Su segunda motivación para ser astronauta ocurrió cuando estaba recolectando verdura en Stockton, California, y escuchó en la radio de transistores que el latinoamericano de origen costarricense Franklin Chang-Díaz había sido seleccionado para el programa de astronautas de la NASA y sería el primer latino en el espacio y el primer americano no estadounidense en volar al espacio y el primer cosmonauta costarricense.
Ese día estaba con el azadón limpiando una fila de remolacha azucarera en un campo de cultivo cerca de Stockton, California, cuando escucho la noticia.
El entonces estudiante de educación superior volvió a pensar: Quiero viajar al espacio.
Hernández no aprendió inglés hasta que tenía 12 de edad. Pasó la mayor parte de su infancia en lo que él llama el Circuito California viajando con su familia desde México hasta el sur de California cada marzo y trabajando en el área de Stockton hasta noviembre; cosechando fresas y pepinos en las granjas a lo largo de la ruta. Entonces regresaban a México en Navidad e iniciaban el ciclo de nuevo en la siguiente primavera. Hernández dice a algunos niños le puede parecer divertido viajar, pero yo tenía que trabajar y no estaba de vacaciones.
Un alumno sobresaliente
De lunes a viernes, José se encontraba comprometido con la escuela y con obtener buenas notas; mientras que los sábados y domingos eran destinados a trabajar en el campo. Más tarde comenzó sus estudios de ingeniería eléctrica en la Universidad del Pacífico; posteriormente, hizo una maestría en ciencias en ingeniería eléctrica en la Universidad de California en Santa Bárbara.
“Sabía que requería estudios de posgrado, entonces comencé a estudiar posgrado. También me di cuenta que todos los astronautas eran pilotos aviadores, entonces tomé lecciones. Luego supe que también eran buceadores, entonces me certifiqué y seguí preparándome más y más para ser atractivo para la NASA. Año tras año trataba de mejorar mi posición a los ojos de la NASA, que vieran que sí era viable que me eligieran como astronauta. Durante esos once años pensaba: qué hice este año para acercarme a la meta, qué hice para aspirar a ser astronauta; cada año escogía un tema, lo sacaba adelante y lo añadía a mi currículum”, narró.
Luego de varios “no” de la NASA, José Hernández continuaba sumando aptitudes y títulos universitarios a su hoja de vida.
“Las primeras veces que la NASA me decía que no, me ‘agüitaba’, me ponía triste. Decía, ‘qué gachos que no me quieren’. Después, con el paso de los años, comencé a reflexionar: qué es lo peor que puede pasar si la NASA no me selecciona, entonces pensé: por querer ser astronauta tengo mi licenciatura en ingeniería, estudios de posgrado en ingeniería, soy piloto, buceador, sé hablar ruso, tengo un trabajo bien ‘cañón’ como ingeniero destacado, entonces esto no es un mal premio de consolación. Ya cuando dejé de aferrarme tanto, fue cuando se empezaron a dar las cosas. Nunca lo vi como tiempo perdido porque el premio de consolación era algo que me encantaba”, dijo.
Al poco tiempo recibió la noticia de haber sido seleccionado por la NASA en el Grupo 19 de 2004 para actividades espaciales.
“Estaba en mi oficina cuando recibí una llamada. Se siente como haberse ganado la lotería. Dije: ‘Finalmente, llegué’. Sentía que ya era tiempo, desde cuándo me sentía listo, pero como hay mucha competencia, hay más de 18 mil personas que se postulan para unas doce posiciones. Es muy pesado”, comentó.
Su primer vuelo, dijo, fue a 25 mil kilómetros por hora. “Las palabras no hacen justicia a lo que siente uno. Primero, el despegue, es un viaje de ocho minutos y medio; te vas de cero kilómetros por hora a 25 mil kilómetros por hora en ocho minutos y medio. Al llegar allá, a los ocho minutos y medio, le vas dando vuelta una vez cada 90 minutos. Por primera vez me quité el cinturón de seguridad, comencé a flotar y luego te empujas, ves por la ventana el mundo de una perspectiva que muy pocos seres humanos tienen el privilegio, yo creo que somos unas 400, de siete mil millones de personas; para mí es algo increíble”, comentó.
Durante ese tiempo, añadió, pensaba en los campos agrícolas de California y todo el tiempo transcurrido para llegar a ese momento en el espacio.
“Pensaba en los campos verdes, que hace 20 años estaba ahí abajo, buscando pepino por 50 centavos la cubeta, y ahora estoy en el espacio; pensaba, qué gran oportunidad he tenido. Sí ha costado mucho trabajo, pero estoy muy agradecido”, recordó.
Alcanzando las Estrellas
Ante la culminación de los viajes espaciales en transbordador, José Hernández creó la fundación Alcanzando las Estrellas en 2006, en California. La fundación se dedica a fomentar el interés por la ciencia, la tecnología, ingeniería y matemáticas en los jóvenes. Comienza apoyando a niños de 10 años, debido a que fue a esa edad cuando nació su sueño de ser astronauta. Ahora busca despertar la inquietud científica en los niños.
“Tenemos también otro programa, una academia de verano en la universidad. Tenemos estudiantes, desde séptimo hasta el último grado de preparatoria. Por seis semanas están en un campus de una universidad, los exponemos a un ambiente universitario, les damos cursos de ciencia y matemáticas para reforzar esas materias. Damos becas a estudiantes, a primera generación que irá a la universidad. La mayoría de estos jóvenes es latino. Les damos becas parciales para que puedan realizar sus estudios como hice yo”.
Actualmente, añadió, han sido becados cerca de mil 500 estudiantes y 250 en la Academia de verano. Ofrece de 10 mil a 50 mil dólares al año en becas estudiantiles. La condición es que se trate de niños en condición de migrantes, que se trate de la primera generación de una familia en Estados Unidos.
“El requisito es que tengan buenas calificaciones, que estén interesados en la ciencia, ingenierías o matemáticas, y que sean primera generación; que sus papás no hayan ido a la universidad”, dijo.