El escritor Juan Villoro compartió fragmentos del libro que prepara sobre la Ciudad de México durante el Tercer Congreso Internacional de Investigaciones Literarias de la Universidad Veracruzana (UV), organizado por el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias (IILL).
Villoro dictó la conferencia “El vértigo horizontal: la Ciudad de México como discurso” el miércoles 19 de junio, en la que leyó algunos textos que integrarán el volumen en el que está trabajando.
“Desde hace bastante tiempo estoy tratando de escribir un libro sobre la Ciudad de México, es un libro que ha ido creciendo más o menos con el mismo desconcierto que su tema, entonces es ya una cosa bastante abigarrada y estoy tratando de darle alguna forma”, comentó.
“Cuando comenzamos a platicar sobre la posibilidad de dar esta conferencia surgieron varios temas y me dio mucho gusto que el escogido fuera éste, entre otras cosas porque me obligaba a poner en claro ciertas cosas.”
Villoro explicó que su obra en proceso es un libro que nació con una voluntad híbrida; “a mí me ha gustado ejercer distintos géneros pero en casi todos ellos he tratado de cumplir con ciertos mandatos de la forma y en este caso el género que se me impuso es forzosamente híbrido: es una mezcla de recuerdos, historias de la ciudad, crónicas y también de cierto impulso ensayístico para captar el fenómeno de la expansión urbana”.
Detalló que en su texto se intersectan y mezclan diversos registros “y justamente estoy tratando de darles forma, esta conferencia tiene cierta condición experimental para mí porque he escogido distintos pasajes del libro que operan precisamente en los diversos registros que contiene la anécdota personal, el ensayo, la crónica. Lo que no aparece en el libro es por supuesto la ficción, trato de acercarme a una mirada de la Ciudad de México que sea una mirada testimonial, ya sea del recuerdo, de la crónica o de la información que puede proveer el ensayo, tomando en cuenta que toda narración que pretenda ser testimonial incluye una subjetividad determinante”.
Este ejercicio consistió en leer partes salteadas de su texto, “que está estructurado como un zapping de géneros donde se va de uno a otro”.
Refirió una anécdota de la infancia en la que hizo enojar a su madre y aprendió una de las lecciones más importantes de su trayectoria literaria: al momento de reprenderlo le empacó sus cosas para hacerlo irse del hogar materno, pues descubrió que su hijo había entablado amistad con una señora que vivía en el mismo edificio.
Entre las cosas que colocó en la maleta iba un frasco que contenía hierro (vitaminas): “Si mi madre se tomaba el trabajo de empacar algo tan preciso no podía estar jugando, fue la mejor y más dolorosa lección literaria de mi vida. Para que una escena sea creíble requiere de algo que no debería estar ahí pero lo está, esa presencia insólita y al mismo tiempo lógica convierte el hecho en algo tan singular que sólo puede ser creíble. Al ver el frasco en la maleta me arrodillé, pedí perdón, juré no amar nunca a otra mujer. Pude seguir en casa.”
El escritor refirió que esta anécdota está presente también en El libro salvaje como un homenaje a las enseñanzas literarias de su madre y “como un tardío deseo de superar el trauma de preferir a otra. A partir de ese incidente dejé de salir al barrio, concebí entonces una fantasía negativa en la que abandonaba la casa y mis padres me extrañaban mucho”.
Cuando se aproximaba la adolescencia regresó a las calles pero con una nueva perspectiva, “sentí que esas calles, plazas, avenidas, cines, tiendas, letreros luminosos y parques desconocidos eran míos, mi familia estaba reducida al mínimo, estudiaba en el Colegio Alemán donde no podía integrarme, hablaba en forma rara pero al descubrir la vastedad del territorio sentí que ahí podía tener acomodo, decidí ser de la ciudad como si no lo fuera antes, decidí amarla y despreciarla como sólo se ama y se desprecia lo que te pertenece, entendería, con una mezcla de asombro y estupor que para alguien desorientado el laberinto es una casa”.
Respecto a la expresión “vértigo horizontal”, explicó: “He usado la frase para la Ciudad de México por una razón similar a la que provoca la ironía; está dejando de ser cierta, tengo la edad exacta de la Torre Latinoamericana, que durante décadas fue el único edificio verdaderamente alto de la Ciudad de México y que apenas ahora es desafiado. En los años sesenta, Mario Pani, uno de los principales arquitectos y urbanistas del país, diseñó la Unidad Habitacional Tlatelolco; a diferencia de lo que había hecho en conjuntos residenciales optó por la verticalidad, al lado la Plaza de las Tres Culturas combinaba los basamentos de la cultura azteca con una iglesia colonial y la Torre de Relaciones Exteriores, obra del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, autor de los edificios con mayor carga simbólica de la capital: el Estadio Azteca, el Museo de Antropología y la nueva Basílica de Guadalupe”.