Sirenita de estanque,

olvídate del manatí que estafó tus escamas…

Busca al amo de las máquinas, al infame poeta que

trueca la palabra en transistores, pídele que mude tu cola de pez

por una prótesis de látex y sololoy.

Advertido por la diosa Circe de lo peligroso que era el canto de las sirenas, Ulises ordenó tapar con cera los oídos de sus remeros y se hizo atar al mástil del navío. Si por el hechizo musical pedía que lo liberasen, debían apretar aún más fuerte sus ataduras. Gracias a esta estratagema Ulises fue el único ser humano que oyó el canto y sobrevivió a las sirenas, que devoraban a los infaustos que se dejaban seducir.

            Nada tonto Ulises, quiso gozar del seductor canto de las sirenas pero, amarrado al mástil del navío, se salvó de ser devorado por esos enigmáticos seres. No sólo el canto de las sirenas es seductor, lo mismo podría afirmarse de la voz de las mujeres cuando toman la palabra sin permiso.

            Hay que reconocer que hombres y mujeres somos iguales pero diferentes. A mi me ha bastado saber que las hormonas son diferentes en hombres y mujeres y, por tanto, los llamados neurotransmisores -que regulan la actividad del cerebro y el sistema nervioso- son también diferentes, de lo que infiero que la percepción del mundo de las mujeres es ligeramente distinta a la percepción de los varones. Y me agrada comprobarlo pues entonces resulta cierto que hombre y mujer se complementan, y no solamente para la procreación.

            En el caso particular de la actividad científica moderna, las mujeres han sido tradicionalmente marginadas, existiendo incluso en algunas épocas la creencia de que las mujeres no estaban facultadas para la investigación científica. Durante todos mis años de formación científica tuve muy pocas compañeras de estudios o maestras; la gran mayoría de los estudiantes y profesores pertenecíamos al sexo masculino, y nadie parecía extrañarse por eso.

            He podido constatar que las mujeres son tan productivas y eficientes como los hombres con la cualidad añadida de que, al percibir las cosas un poco diferentemente, tienen una capacidad creativa peculiar que debe ser reconocida.

            Hay que añadir que el conocimiento, en particular el devenir histórico de las matemáticas, la alquimia, la medicina, la química moderna, la astronomía, la computación y la teoría de la evolución, entre otras disciplinas científicas, no sería el mismo sin un puñado de mujeres precursoras en estos campos de la ciencia.

En la década del 50, cuatro científicos, tres hombres y Rosalynd Franklin, descubrieron la evidencia del ADN. Años más tarde, ellos recibieron el Nobel, mientras que Rosalynd -que ya había muerto y que había conseguido la misteriosa «fotografía 51» en la que se observaba la figura X- fue olvidada en todas las menciones científicas de entonces.

O Ada Byron –también conocida como Lady Lovelace- que, a mediados del siglo XIX, delineó el primer lenguaje de computación y creó conceptos como el de iteratividad, cien años antes de que se crearan las computadoras.

Como éstas, hay muchas otras historias de mujeres olvidadas  que, en distintas épocas y lugares,  han contribuido significativamente al desarrollo del conocimiento, particularmente al de la ciencia moderna.

Ha sido hasta tiempos recientes que investigadores –en su mayoría mujeres- se han dado a la tarea de rescatar del olvido a estas mujeres y traer a la luz sus importantes aportaciones científicas.

Una de estas investigadoras es María Angélica Salmerón Jiménez, académica que ha dedicado varios años de trabajo a investigar, rescatar y difundir las historias de la vida y obra de muchas de estas mujeres. En su libro El canto de las sirenas, publicado por la Universidad Veracruzana, Angélica Salmerón contribuye a ampliar el horizonte científico a través del conocimiento y comprensión de la ciencia hecha por mujeres en una travesía que abarca varios siglos.

Un selecto grupo de 16 científicas de muy diversas épocas y lugares se dan cita en el volumen citado, cuyo afán se resume así: recuperar su memoria y divulgar lo que ellas descubrieron en su labor de exploración: Teano, María la Hebrea, Hipatia, Trótula, Hildegarda de Bingen, Oliva Sabuco, Isabel de Bohemia, sor Juana Inés de la Cruz, Anna Maria Sibylla Merian,  Mary Wortley Montagu, Carolina Herschel, Mary Shelley, Ada Lovelace, Clemence Agustine Royer y Sofía Kovalevskaya, entre otras. Conocerlas a ellas es profundizar, en más de un sentido, en el mundo científico y tecnológico que habitamos.

Así que si usted, cual moderno Ulises se ata bien al mástil para no extraviarse con el canto de las sirenas, entonces asista a la presentación del libro mencionado, el próximo martes 30, a las 16 horas, en el Salón de Actos de la Prepa Juárez, en el marco de la Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

Los comentarios están cerrados.