Manuel Martínez Morales
En memoria de Raúl Hernández Vega.
Conocer algo significa apropiarse de ello y reconstruirlo conceptualmente en el campo de nuestra conciencia individual, reconstrucción que se da mediada por el contexto sociocultural e histórico en el cual vivimos y teñida por los deseos y obsesiones que nos envuelven. No puedo conocer al margen de la historia, ni existe el conocimiento inocente, es decir, aquel que está libre de toda culpa, de todo matiz subjetivo, de todo prejuicio, de toda mancha ideológica, de toda pasión. Conocer es ubicarse en la arena donde se confrontan los diversos modos de comprender el mundo, donde chocan los distintos paradigmas científicos y filosóficos, donde se vive la tensión esencial entre la tradición y la innovación, entre el conservadurismo y la revoluciones del saber (T. S. Kuhn). Se conoce siempre a partir de un obstáculo que debe remontarse (Bachelard). El conocimiento que se presume ya adquirido, por el individuo o la sociedad, debe someterse a la prueba constante de la experiencia, a la verificación continua, a la crítica pertinaz. No existe el conocimiento definitivo y acabado. Todo esto lo saben bien los científicos y pensadores comprometidos con la ciencia y el conocimiento.
El capitalismo salvaje que hoy se impone en el planeta entero, bajo el disfraz eufemístico de “neoliberalismo” y “globalización mundial”, es el principal enemigo del conocimiento auténtico, lo cual resulta hasta cierto punto paradójico, ya que para su propia reproducción el capitalismo contemporáneo necesita sobre todo de la explotación del conocimiento tecno-científico.
Empero, para mantenerse, el sistema requiere del consenso social, el cual intenta lograr ocultando el origen verdaderamente irracional e injusto de sus principios. Principios irracionales develados por muchos estudiosos de la ciencia económica, no necesariamente marxistas, quienes han demostrado que la economía capitalista no puede sostenerse indefinidamente, sus propias contradicciones provocan una y otra vez crisis económicas que son cada vez de mayor magnitud. Principios además injustos puesto que producen una gran desigualdad social, millones de pobres y centenares de ricos, derivada de la explotación del trabajo –manual e intelectual-, pretendiéndose ocultar por todos los medios posibles que el origen de toda riqueza es el trabajo, y que toda acumulación de capital está basada en la rapiña y el despojo. De ahí que todo conocimiento real, que pretenda verdaderamente llegar al fondo de las cosas es por su naturaleza subversivo, ya que implica el cuestionamiento permanente de lo “que es”, contrastándolo constantemente contra lo “que debe ser”.
Para la ideología dominante, lo “que es” es lo “que debe ser”, por tanto las absurdas proclamas del llamado posmodernismo sobre el fin de la historia y la filosofía, para implicar que no hay alternativa posible, lo “que es” no podría ser de otra manera y por tanto, lo “que es” es bueno y verdadero; lo que verdaderamente se pretende con esta patraña filosófica es abandonar toda búsqueda de conocimiento, toda idea de verdad y de justicia.
Estas ideas las discutía frecuentemente con el doctor Raúl Hernández Vega, a quien tuve el honor de conocer hace muchos años y con quien mantuve una fraternal amistad basada en la comunidad de ideas filosóficas y científicas, en nuestra perspectiva sobre la educación en México y sobre todo en su propia calidez humana. Dondequiera que nos encontrásemos, ya fuese en el Café, en la calle o en reuniones académicas, la conversación siempre derivaba a los mismos tópicos: filosofía, sociedad, ciencia, la libertad humana, las cuestiones del poder.
Don Raúl, licenciado en Derecho, se entregó al estudio de la Filosofía a la edad en que mucha gente está pensando en el retiro. Tuvo la fortuna de tener como tutor a Fernando Salmerón, quien en su momento dio un gran impulso a las humanidades y a las ciencias en la Universidad Veracruzana, manteniendo siempre a la vista la integralidad del conocimiento y del hombre mismo. Hernández Vega continuó después con los estudios doctorales en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, a cuyo término regresó a la Universidad Veracruzana para incorporarse como investigador y docente al Instituto de Investigaciones Jurídicas y a la Facultad de Derecho. Perteneció al Sistema Nacional de Investigadores y publicó un buen número de libros y artículos, cuya temática gira alrededor de la epistemología, la filosofía, el derecho y la sociedad.
Le preocupó sobremanera la relación entre el poder y la sociedad civil, habiendo realizado varios ensayos y libros sobre el tema. La investigación era su pasión y veía con desánimo -así lo comentaba- la excesiva burocratización de la vida académica en las universidades que limita el desarrollo de la investigación y acota los vínculos de ésta con el entorno social. No obstante, el doctor Hernández Vega fue siempre un universitario comprometido con la institución, dirigió numerosas tesis de licenciatura y posgrado y siempre se encontraba presto para atender a quien solicitara su asesoría. Don Raúl, implacable en su posición crítica, siempre puso el conocimiento a prueba.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.