Destellos, imágenes informes, una enorme sombra blanca desplazándose ágilmente por el fondo marino; el insomnio avanza desganado, buscando el reposo. Pero la vida es movimiento, alucine, transformación de la materia en energía para continuar la navegación en busca del alimento que permita renovar y repetir el ciclo; como hace el gran tiburón blanco, al igual que cualquier otro ser vivo.
El gran tiburón blanco existe desde el Mioceno, afirma Mario Jaime Rivera, notable poeta y científico por hobby –según confiesa él mismo– dedicado por años al estudio de esta especie. Los fósiles más antiguos conocidos del tiburón blanco datan de hace unos dieciséis millones de años. Sin embargo, la filogenia del gran tiburón blanco sigue siendo objeto de debate. La hipótesis original de los orígenes del tiburón blanco es que comparte un ancestro común con un tiburón prehistórico, como el megalodón.
La evolución y vida presente del tiburón blanco se vuelven una fascinante y poética historia en voz de Jaime Rivera quien, además de ser reconocido con diversos premios por su obra literaria que incluye poesía, novela y dramaturgia, en 2012 recibió el Premio Internacional de Divulgación de la Ciencia Ruy Pérez Tamayo. Y en forma inusual e interesante hace converger poesía y ciencia en buena parte de su obra. Lo cual se refleja en los títulos de sus obras, como son: Tiburones, supervivientes en el tiempo (FCE, 2012), Ontología del Caos (Fondo Editorial del H. Ayuntamiento de Mérida, 2010) y La luz no envejece (Ediciones Samsara, 2008). Otros títulos pueden encontrarse en las antologías El mar de los poetas (Kallem Kelun y Calíope editores, 2009) y Calemburetrécanos, Antología de groserías y doble sentido en la poesía mexicana (Editorial Liber, 2008), entre otras.
Los tiburones blancos –relata Mario Jaime en la conferencia impartida en la pasada FILU– se caracterizan por su cuerpo fusiforme y gran robustez, en contraste con las formas aplastadas que suelen lucir otros tiburones. El morro es cónico, corto y grueso. La boca, muy grande y redondeada, tiene forma de arco. Permanece siempre entreabierta, dejando ver al menos una hilera de dientes de la quijada superior y una o dos de la inferior, mientras el agua penetra en ella y sale continuamente por las branquias. Si este flujo se detuviese, el tiburón se ahogaría y se hundiría, ya que al no poseer vejiga natatoria se ve condenado a estar en continuo movimiento para evitarlo.
El tiburón blanco vive sobre las zonas de plataforma continental, cerca de las costas, donde el agua es menos profunda. Es en estas zonas donde la abundancia de luz y corrientes marinas genera mayor concentración de vida animal, lo que para esta especie equivale a mayor cantidad de alimento. Sin embargo, están ausentes de los fríos océanos ártico y antártico, a pesar de su gran abundancia en plancton, peces y mamíferos marinos. Los tiburones blancos tienen un avanzado metabolismo que les permite mantenerse más calientes que el agua que les rodea, pero no lo suficiente como para poblar estas zonas extremas.
Áreas con presencia frecuente de tiburones blancos son las aguas de las Antillas Menores, algunas partes de las Antillas mayores, el Golfo de México hasta Florida y Cuba, la Costa Este de EU, la franja costera del sur de Brasil, la franja costera del Pacífico desde Baja California hasta el sur de Alaska, donde llegan en años anormalmente cálidos.
Los tiburones blancos difieren bastante de ser simples “máquinas de matar”, como sostiene la imagen popular que se tiene de ellos. Para poder capturar los grandes mamíferos marinos que constituyen la base de la dieta de los adultos, los tiburones blancos practican una característica emboscada: se sitúan a varios metros bajo la presa, que nada en la superficie o cerca de ella, usando el color oscuro de su dorso como camuflaje con el fondo y volviéndose así invisibles a sus víctimas. Cuando llega el momento de atacar, avanzan rápidamente hacia arriba con potentes movimientos de la cola y abren las mandíbulas. El impacto suele llegar en el vientre, donde el tiburón aferra fuertemente a la víctima. Si ésta es pequeña, como un león marino, la mata en el acto y posteriormente la engulle entera. Si es más grande, arranca un gran trozo de la misma que ingiere entero, ya que sus dientes no le permiten masticar. La presa puede quedar entonces muerta o moribunda, y el tiburón volverá a alimentarse de ella arrancando un pedazo detrás de otro.
Tanto al cazar, como en el resto de su vida, el gran tiburón blanco suele ser solitario. Ocasionalmente se ven parejas o pequeños grupos desplazándose a la búsqueda de alimento, labor que los lleva a recorrer cientos de kilómetros. Aunque preferentemente nómadas, algunos ejemplares prefieren alimentarse en ciertas zonas costeras, como ocurre en algunas regiones de California, Sudáfrica y especialmente Australia.
Como sorpresas tiene la vida, el poeta Mario Jaime Rivera se transforma en un tiburón blanco y relata la vida de éste, desde el útero hasta la muerte, en su magnífica novela Sangre en el zafir. Pasión y muerte de un gran tiburón blanco. Obra que mereció el Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia 2013, y de la cual algún crítico sentenció que se trataba más bien de un largo poema en prosa. Creo que tiene razón, pues considere sólo este breve fragmento de la obra:
“Antes de dormir, con los ojos inútiles abiertos, sueñas que ya ha pasado esto, en otros mundos iguales, y que todos sus protagonistas son tú mismo. Suspiras branquialmente.”
Para quienes tengan dudas sobre este feliz y eficaz encuentro entre poesía y ciencia, menciono que Mario Jaime Rivera es reconocido en su especialidad –Biología Marina–, a la que se dedica por hobby: es miembro del SNI, nivel III.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.
(Si le interesa adquirir un ejemplar de la novela mencionada diríjase a: [email protected]).