Manuel Martínez Morales
Si bien las primeras manifestaciones del pensamiento ilustrado surgieron en la sociedad colonial hacia la segunda mitad del siglo XVIII, podemos considerar que Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) es un precursor que representa la ruptura definitiva entre el nuevo pensamiento científico -ya inmerso definitivamente en el paradigma mecanicista- y el pensamiento escolástico y la tradición hermética.
Sigüenza y Góngora destacó como astrónomo, matemático, geógrafo, físico, ingeniero, historiador, poeta y médico. Llegó a ser una de las más destacadas personalidades intelectuales del Nuevo Mundo. Para darnos una idea de la influencia de Sigüenza hacia finales del siglo XVII, mencionemos que ocupó, entre otros cargos, el de Cosmógrafo Mayor y matemático regio en la Academia Mexicana, catedrático de Astrología y Matemáticas en la Universidad de México, Capellán Mayor del Hospital del Amor de Dios, Contador de la Universidad y Corrector General de Libros del Santo Oficio.
En el dominio de la geografía, este notable pensador hizo una determinación sumamente precisa de la posición de la ciudad de México, levantó un plano del Valle de México y de las obras del desagüe y trazó la primera carta general de la Nueva España hecha por un mexicano. Además escribió un Tratado sobre los eclipses del Sol y un Tratado de la Esfera, dejando inédita una obra de agrimensura titulada Reducción de estancias de ganado a caballerías de tierra, ¨hecha según las reglas de la Aritmética y Geometría¨.
El verdadero carácter y significado de la obra de Sigüenza y Góngora se plasma en su trabajo más importante y mejor conocido, la Libra Astronomica y Philosophica, obra publicada en 1690, en la que refiere la agria disputa que sostuvo con el jesuita Eusebio Francisco Kino, de quien dice Eli de Gortari ¨había llegado a nuestro país con grandes ínfulas y un evidente desprecio hacia los mexicanos¨. La polémica se originó en enero de 1681, cuando Sigüenza publica su Manifiesto Philosophico contra los Cometas despojados del imperio que tenían sobre los tímidos, obra en la cual don Carlos se adhiere sin reservas al paradigma de la nueva ciencia, en oposición a las fantasías astrológicas y las supersticiones que se venían propagando con motivo de la aparición del cometa que fue visible en México entre noviembre de 1680 y febrero de 1681. Dice ahí Sigüenza, con gran conciencia científica, ¨que nadie hasta ahora ha podido saber con certidumbre física o matemática, de que o de donde se engendran los cometas¨. A la vez, combatiendo los temores supersticiosos afirma: ¨Ni yo sé por qué razón han de ser infaustos los cometas…¨
Kino -sintiendo que se ponían en duda los dogmas eclesiales- responde a esta obra en forma despectiva sin contar con que Sigüenza, lejos de intimidarse, replicaría con firmeza y
lucidez, exhibiendo las limitaciones del conocimiento del jesuita y su carencia de datos observacionales actuales y precisos, mismos con los que si contaba el científico mexicano.
La obra de Sigüenza muestra ya con claridad algunos de los rasgos que caracterizan al nuevo pensamiento científico, en particular el referido a la posibilidad de conocer objetivamente el mundo, tomado como criterio último de validez la evidencia empírica (observacional o experimental) o la demostración matemática, y el rechazo de todo principio de autoridad, humana o divina, como base de la legitimidad del conocimiento.
El siglo XVII fue pues un siglo de consolidación del régimen colonial, que trajo aparejada la aparición de nuevas identidades, entre las que destacan los criollos quienes, formando parte de la clase dominante, dieron origen a la élite intelectual de la cual surgieron los principales pensadores que introdujeron la ciencia moderna en la Nueva España.
En la larga trayectoria de la ciencia mexicana, existe una continuidad del siglo XVII al siglo XVIII, ya que ni aún en el lapso que algunos estudiosos consideran como el periodo oscuro de la ciencia dieciochesca (de 1700 a 1750) hubo ruptura alguna con los pensadores del primer periodo de asimilación y ejercicio de la ciencia moderna. Lo que se ha denominado la ciencia ilustrada, si bien despunta en México en la segunda mitad del siglo XVIII, no podría entenderse sin el concurso y el legado de los pensadores del siglo XVII, como Carlos de Sigüenza y Góngora.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.