Manuel Martínez Morales
En realidad lo que se esconde tras la reforma educativa, y la motiva, es una profunda crisis del modelo neoliberal no solamente en la esfera económica, sino en los dominios de la política, la cultura y la educación. Los amos del mundo están moviendo todos los hilos posibles para evitar una catástrofe del modelo y mueven sus piezas en todos los frentes para al menos amortiguar la debacle.
El punto álgido de la transición cultural hacia el neoliberalismo se registra en los años setenta. En un artículo de reciente aparición, Fernando Escalante ensaya una mirada a esa década en que se derrumbó el Estado de bienestar, que había sostenido el pacto social de la posguerra, y que fue el preludio a la implantación del neoliberalismo.
El programa neoliberal, dice Escalante, se perfila en sus rasgos generales a fines de los años treinta, principios de los cuarenta, y siempre va a conservar algo del aire apocalíptico, de fin del mundo, de aquella época. Su momento de mayor vitalidad intelectual está en los años cincuenta, en los sesenta, cuando escriben lo fundamental de su obra Hayek, Friedman, Bruno Leoni, Buchanan, Gary Becker, cuando en Alemania se ensaya la “economía social de mercado”. No obstante, a lo largo de todo ese tiempo es prácticamente marginal en el espacio público.
En la larga posguerra europea, a partir de 1945, en los países centrales se construye un Estado de bienestar generoso, eficiente, que permite a la mayoría un nivel de vida que hubiese sido inimaginable unos pocos años antes. El régimen fiscal y el acceso al consumo masivo producen, además, una mayor igualdad material. En resumen, el modelo keynesiano funciona: mercados regulados, fiscalidad progresiva, intervención estatal, contratos colectivos, seguridad social, políticas contracíclicas. Crecen la educación pública, los sistemas de salud pública, se introduce el seguro de desempleo, aumentan los salarios, sin que ninguna de las sociedades europeas desemboque en el infierno totalitario que auguraba Hayek en Camino de servidumbre. O sea que la amenaza no resulta creíble, y fuera de algunas universidades, algunos centros de estudio, no se le presta mayor atención.
Por otra parte, en la periferia domina de modo absoluto el desarrollismo, en cualquiera de sus versiones. En todas partes se impone la idea de que el Estado se haga cargo de promover el desarrollo, combatir la pobreza. La alternativa es muy real. La situación cambia, casi de la noche a la mañana, en los años setenta. Se produce entonces el giro decisivo.
Mientras tanto, en la periferia ha hecho crisis el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, que era una de las piezas clave del desarrollismo. La UNCTAD, la CEPAL, llevan tiempo denunciando el deterioro de los términos de intercambio, que condena al subdesarrollo a los países pobres, que dependen de la exportación de materias primas. Las circunstancias empeoran con la crisis global de los setenta.
En medio de la turbulencia, consecuencia de ella también, parece haber un movimiento general hacia la izquierda. En la periferia, a la que México pertenece, ha hecho crisis el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, que era una de las piezas clave del desarrollismo. La UNCTAD, la CEPAL, llevan tiempo denunciando el deterioro de los términos de intercambio, que condena al subdesarrollo a los países pobres, que dependen de la exportación de materias primas. Las circunstancias empeoran con la crisis global de los setenta. En medio de la turbulencia, consecuencia de ella también, parece haber un movimiento general hacia la izquierda:
En menos de 10 años el mundo cambia por completo. De esto se trata precisamente la reforma educativa, de una pieza más para mantener a los mexicanos sumidos en la ignorancia y la servidumbre al neoliberalismo, y de aceptarlo mansamente.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.