La ciencia desde el Macuiltépetl:  Los genes del mal

El gen de la felicidad


Manuel Martínez Morales

     Mi primo Lalo se alegró enormemente al enterarse de que al fin se ha encontrado el gen causante de la gordura. La nota informativa decía que un grupo de meticulosos investigadores británicos habían modificado cierto gen en el ADN de algunos ratoncitos, habiendo sido éstos capaces de comer alimentos ricos en grasas en buena cantidad, sin que se acumulara grasa excesiva en sus tejidos. En pocas palabras, los privilegiados ratoncillos comieron a sus anchas sin engordar un solo gramo.

La noticia, como digo, fue sensacional para Lalo, un joven de un metro setenta de estatura y ciento veinte kilogramos de peso. Su sueño dorado, como el de todo adicto, ha sido entregarse desenfrenadamente a su vicio, la gula, sin tener que pagar las consecuencias.

La verdad yo no me alegré demasiado pues no tengo problemas de sobrepeso, aunque mi mujer dice lo contrario. Realmente mi problema es que, por más que la busco, no encuentro la felicidad por ningún lado. Sin embargo, los últimos descubrimientos de la genética y la biología molecular -como en el caso del gen anti-gordura- me hacen albergar una última esperanza.

Dicen los sabios señores que dedican su vida a estos asuntos -la genética y la biología molecular- que todos los rasgos físicos, las pautas del comportamiento y la personalidad misma de cada individuo están determinados por el código genético, esa larga cadena de aminoácidos que conforman el genoma humano.

En los cientos de miles de aminoácidos contenidos en cada una de nuestras células está escrito, desde el preciso instante de la concepción, si seremos prietos o rubios, altos o chaparros. La escritura molecular, cual Ley de Herodes, determina que Lalo sea gordo y Andrés flaco; que tú seas tímido y mi hermano agresivo; que Doña Cuca tenga tendencias suicidas y que Toñito sea un santo.

Por supuesto que a los científicos no les atañen las propiedades o efectos secundarios como los antes mencionados, sino que su preocupación se orienta hacia aplicaciones que contribuyan a «resolver los grandes problemas de la humanidad».

Les interesa por ejemplo localizar el grupo de genes asociado con la vejez para prevenirla y consecuentemente programarnos para vivir en una cuasieterna juventud, así como les interesó encontrar el gen de la gordura (el gen de la obesidad, como se dice técnicamente) para que hubiese glotones esbeltos y felices.

Se considera que estos descubrimientos y la tecnología correspondiente salvarán a la humanidad. Los genes del mal, es decir aquellos genes que inducen a los hombres a pecar y a delinquir podrán ser extirpados con toda oportunidad, librándonos así de todo mal.

Por eso abrigo la firme esperanza de que estos sabios señores localicen pronto, mientras sigo vivo, el gen de la felicidad. De acuerdo con las hipótesis y teorías de estos expertos, ese gen debe existir en alguna parte de la cadena genética.

Sueño obsesivamente con el día en que el psiquiatra me reciba a la entrada del consultorio con una amplia sonrisa en el rostro y, receta en mano, me diga: «Ahora si Garrick, ¡aquí está tu remedio!».

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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