Manuel Martínez Morales
No hay vía regia para la ciencia y sólo pueden llegar a sus cumbres luminosas, aquellos que no temen fatigarse escalando sus escarpados senderos.
KARL MARX
Mané, en sus inevitables y desatinados delirios poético-científicos, ha llegado a sostener que el llamado método científico no existe. Al interrogarlo al respecto, con entusiasmo responde: es muy sencillo demostrarlo, mi estimado encajuelado. Y lo puedo hacer, aplicando a mis conveniencias, una versión del argumento conocido como reducción al absurdo.
Supongamos que tal método general existe, mi querido comparsa, el cual se enseña desde la primaria hasta el posgrado en la forma de una receta de cocina, generalmente acompañado de dibujitos y grafos, lo cual puede sintetizarse en el esquema: observación -> formulación de hipótesis (explicación teórica del fenómeno observado) -> contraste de la hipótesis con la observación -> confirmación o reformulación de la hipótesis. Y así sigue el proceso en ciclos sucesivos hasta alcanzar la satisfacción del cliente.
Entonces, si fuera así, pregúntese por qué existen las especialidades: ciencias exactas, ciencias biológicas y ciencias sociales con todas sus subespecialidades y ramificaciones. Bastaría enseñar a un niño de primaria esta receta que, según el esquemita pretendidamente universal arriba descrito, podría aplicarse a cualquier fenómeno, desde el crecimiento y reproducción de algún vegetal, la composición y estructura de rocas y, supuestamente, hasta la naturaleza y propiedades de los números, etcétera.
Y qué es lo que realmente sucede: que los instrumentos que emplea el investigador en bioquímica, no son los mismos de quien investiga un fenómeno social, por ejemplo. Lo cual comprueba una aseveración de Carlos Marx, que hace al inicio de su magna obra, El Capital, para justificar el método por él adoptado: no existe un método de investigación universalmente aplicable a cualquier cosa. Lo que existen son los métodos de las ciencias, que no son universales ni inmutables, sino particulares y siempre cambiantes. Constantemente se crean nuevos métodos.
Y esto es así, porque el método está determinado por el objeto de estudio y la perspectiva del investigador, matizada a su vez por el momento histórico que vive: en el estudio de las formaciones sociales no se requiere de un microscopio u otros sofisticados instrumentos; se requiere de la abstracción, pues en ningún momento el investigador observa la totalidad histórico social de la formación social que estudia. El método depende asimismo de si la investigación de un especialista, por ejemplo en Farmacología, orienta su trabajo hacia el diseño de un nuevo fármaco para uso medicinal, o si investiga para desentrañar las interacciones bioquímicas entre las células y los componentes del fármaco. En toda investigación están presentes ambas dimensiones, la teórica y la aplicada, aunque generalmente una predomina sobre la otra.
Pero a los sufridos estudiantes de ciencias se les enjaula en la creencia de que existe la receta universal de investigación llamada “el método científico”, qué es la vía regia a la ciencia. Y digo sufridos porque se les somete al falaz trazo de su tesis de grado, llamado protocolo de investigación que entre otras barrabasadas debe incluir: el objetivo de su trabajo de investigación, el marco teórico, la metodología y lo que es peor: los resultados esperados y el tiempo que le llevará hacerlo. Como si el engañado estudiante ya hubiera terminado la tesis y la tuviera ante sí para describir todos esos aspectos.
Como es bien sabido, seguido se va por lana y se regresa trasquilado o se busca cobre y se encuentra oro. La incertidumbre, el azar, siempre presentes en toda investigación. Y se le exige al estudiante como si la ruta estuviera bien trazada, planita y sin obstáculos ni sorpresas.
Esto es consecuencia de olvidar la diferencia entre método de investigación y método de exposición, distinción que Mané aprendió primero de Marx y luego de otros filósofos de la ciencia contemporáneos, como Imre Lakatos, Gaston Bachelard y Paul Feyerabend, este último con su radical contra el metodo que propone que en la investigación “todo vale”, y que una teoría que no te hace reír a carcajadas no puede ser verdadera. Y también desde la perspectiva poética de Paul Valery (Estudios filosoficos) y Alberto Caeiro (Pastor de rebaños).
Las puertas de entrada a la investigación son muchas y no hay vía regia ni receta que valga, se escarpa al tanteo, haciendo camino al andar y sobre todo dando vuelo a la imaginación y a conjeturas descabelladas. Sin olvidar que muchos descubrimientos científicos llegan por serendipity.
Ello no obstante, esto no implica que el presente sistema cuadrículado no esté formando excelentes virtuosos y maquiladores del conocimiento científico. Sólo los invito a mirar y pensar el mundo saliendo de la caja y a ejercer la imaginación, la fantasía y el sentimiento, sobre todo el amor a lo que hacemos.
De todo esto y de mi experiencia como investigador, como eterno aficionado a la poesía y aprendiz de alquimia, hace algunos años en un curso de estadística para estudiantes de un posgrado, comencé a elaborar y ensayar una propuesta didáctica para la formación de investigadores, a partir de consideraciones como las antes expuestas. La llamo el protométodo, lo que viene antes del método, el primer encuentro entre el investigador y su objeto de estudio. Debo decir que con buenos resultados pues también he dirigido algunas tesis de posgrado con buenos resultados que se han reflejados en publicaciones (papers, pa´ que suene ortodoxo). Algunos amigos filósofos me han señalado que este enfoque parte de una perspectiva epistémica fenomenológica. Que así sea.
Los colegas que se han interesado en la propuesta me preguntan si tengo algo escrito sobre el tema, les respondo que eso me obligaría a sistematizarlo, a metodizar el protométodo, lo cual sería una incongruencia con mi postura anti-metódica y poética (Si una teoría científica no está poéticamente equilibrada, no puede ser verdadera.)
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.