Manuel Martínez Morales
En este mundo falaz
el de arriba tira rollo
pa’ que el de abajo se aguante
mientras aquel come pollo
Hace no mucho tiempo dos investigadores de la UNAM fueron despedidos pues se descubrió que en uno de sus artículos –publicado en una revista científica de prestigio- aparecía una fotografía alterada; es decir “retocada” para que lo ahí mostrado “apareciera con mayor claridad”, argumento que no fue admitido ni por los editores de la revista, por otros académicos, ni por las autoridades universitarias. Se consideró el hecho como una falta grave a la ética de la investigación.
En otro contexto, al ganador del premio otorgado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara hace algunos años, se le comprobó que una parte de su obra era producto del plagio. Se armó el escándalo y un significativo grupo de escritores pidió que se le retirara el premio. A pesar del escándalo suscitado, el jurado hizo caso omiso del reclamo y mantuvo su decisión.
Puede ser que todo sea como expresó Campoamor en sus versos: “En este mundo falaz/ nada es verdad ni mentira/ todo es según el color/ del cristal con que se mira.” Dicho en otras palabras: la verdad es relativa o, como dicen alguno posmodernistas demagogos: cada quien tiene su verdad y por tanto la verdad –en el sentido que se entiende en la ciencia como la correspondencia entre el discurso teórico y la realidad- no existe.
De lo que algunos infieren, falaz y convenencieramente, que entonces no vale la pena hacer el esfuerzo de dedicarse a la investigación científica puesto que las verdades que así se obtienen –producto de un arduo trabajo- son tan válidas como cualquier mariguanada que se les pueda ocurrir. A esta posición, más extendida de lo que pudiera creerse, el filósofo de la ciencia, Mario Bunge, la ha llamado “facilismo”. Queriendo decir que quienes así dicen buscar la verdad lo hacen buscando el camino fácil, evadiendo el esfuerzo que requiere el formarse como investigador científico.
Cabe entonces preguntarse: ¿Existe una verdad objetiva; es decir, puede haber en las representaciones mentales un contenido que no dependa del sujeto, que refleje verazmente al menos una parte de la realidad, independientemente de la voluntad e intereses del sujeto?
¿Hasta dónde llega la simulación y la suplantación de la verdad por la mentira en el ámbito de la práctica científica? Hay que hacer la pregunta pues de mucho tiempo atrás la mentira se ha convertido en parte de la cultura mexicana. Escribía Octavio Paz: “La mentira inunda la vida mexicana: ficción en nuestra política electoral, engaño en nuestra economía,… mentira en los sistemas educativos, mentira en la política agraria, mentira en las relaciones amorosas, mentira en el pensamiento y en el arte, mentira por todas partes y en todas las almas. Mienten nuestros reaccionarios tanto como nuestros revolucionarios; somos gesto y apariencia y nada se enfrenta a la verdad.” (O. Paz: La mentira en México, citado por S. Sefchovich en País de Mentiras, Ed. Océano. 2012)
Es una situación que entristece pues aquella idea romántica que tuvimos cuando jóvenes, de que el ejercicio científico tiene como objetivo la búsqueda de la verdad, parece desvanecerse en la atmósfera de una ciencia conducida por burócratas ignorantes. Y también porque la práctica de la investigación científica -en México y en la mayor parte del mundo- se ha visto orientada por los intereses de quienes detentan el poder. De tal manera que si alguna investigación arroja resultados que incomodan al poder, económico o político, entonces se le declara inválida o inservible, en el mejor de los casos. Sólo recuerde la gran cantidad de recursos que se han empleado para intentar desmentir la tesis del cambio climático global, ya sea pagando a individuos e instituciones para realizar “investigaciones” a modo, que rebatan a como de lugar (acomodando datos o de plano inventando resultados, es decir mintiendo) la mencionada tesis; o bien negando recursos a quienes con la evidencia de sus investigaciones la sostienen.
Un distinguido científico social, don Pablo González Casanova, ha dicho que la mejor manera de amar a México no es ocultando sus problemas, sino al contrario, sacándolos a la luz. Lo mismo podría decirse sobre la ciencia, la mejor manera de amarla es practicarla siendo consecuentes con su objetivo principal: la búsqueda de la verdad y no su ocultamiento o distorsión.
Tal vez el decir que a través de la ciencia puede alcanzarse la verdad de las cosas suene presuntuoso. Pero sostengo que no es así, considerando que la actividad científica es una empresa colectiva que depende del trabajo concertado de una enorme comunidad de investigadores dispersa en el espacio y el tiempo, que constantemente somete a prueba el conocimiento científico. A lo que llega el investigador individual en su trabajo cotidiano es tan sólo a verdades modestas, humildes posiblemente, pero que forman parte del rompecabezas que es el conocimiento científico en cada momento de la historia, siempre incompleto, rehaciéndose continuamente. Cada una de esas pequeñas verdades será revisada y corregida o ampliada por otros. Aunque de cuando en cuando se dan los grandes saltos, las aportaciones revolucionarias. Tal vez este dinamismo inherente a la investigación científica sea uno de sus mayores atractivos.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.