Manuel Martínez Morales
Daniel Tammet nació el 31 de enero de 1979. A él le gusta decir que 31, 19 y 79 son números primos, pero es eso es porque considera que los números primos son poéticos. Desde niño, Tammet sufre epilepsia, así como el mal de Asperger que, según entiendo, es una forma de trastorno autista. Según se sabe, el 1 por ciento de los diagnosticados con este trastorno padecen también el Síndrome del Sabio, caracterizado por una memoria prodigiosa, habilidades con las artes innatas y una capacidad de cálculo casi paranormal.
Para este matemático prodigioso cada número tiene su propia forma, color, textura y emoción. Números que brillan. Contar es para él como ver una película o adentrarse en un bosque tropical. Es posible que gracias a esta capacidad batiera en 2004 un record al recitar 22,514 decimales del número pi en cinco horas.
Me llamo Daniel Tammet –dice en su libro “La poesía de los números: cómo las matemáticas iluminan mi vida”- y soy sinestésico: percibo los números con colores y siluetas. En mi cabeza, contar es como pasear por un bosque… De pequeño resolví que, si conseguía reunir suficientes recuerdos y someterlos s un patrón estadístico, podría predecir el comportamiento de mi madre. Los números primos poseen para mí la belleza de la poesía. No entendí lo que sucedía hasta que conocí a Rain Man (al de verdad). Cada mañana me siento en mi escritorio y me pregunto: ¿y si…?
La experiencia de combinar números con colores o sensaciones está bien documentada en los casos de sinestesia, pero la capacidad mental que ha demostrado Tammet y el grado de habilidad desarrollado en cuanto a las asociaciones que realiza es inusual. En su mente, cada número posee una única forma, color, textura y emoción. De forma intuitiva, Tammet puede «ver» los resultados de complejas operaciones matemáticas dentro de un paisaje que recrea su mente inconsciente sin esfuerzo, pudiendo distinguir de un solo vistazo, por ejemplo, si un número es primo o compuesto. Su particular forma de ver los números lo ha llevado a describir algunos de ellos como «especialmente feos» (caso del 289), o al 333 como «atractivo», o al número pi, como «especialmente hermoso». Tammet no solamente se ha limitado a describir verbalmente sus visiones matemáticas, sino que también ha sido capaz de realizar composiciones artísticas como una acuarela en la que plasma pi.
Tammet habla 11 lenguas: inglés, francés, finlandés, alemán, español, lituano, rumano, estonio, islandés, galés y esperanto. Particularmente le gusta el estonio porque es rico en vocales. Tammet también ha creado una nueva lengua llamada Manti, elaborada a partir de préstamos del finlandés y el estonio.
Encontrarme con el libro de Tammet fue para mí afortunado pues, después de varios años, confirma mi idea de que muchas mentes brillantes funcionan en la forma que él mismo describe, y que aún para los mortales comunes y corrientes nos es dado asomarnos a estas experiencias si se dan circunstancias favorables para ello.
Hace años, durante mis estudios de doctorado, tuve la suerte de que uno de los matemáticos más brillantes que he conocido fuera mi maestro y además mi amigo. Era mexicano y pasaba un año sabático en aquella universidad. Hombre sencillo y amable, éramos vecinos así que convivimos por un tiempo, tanto en la universidad como en la vida cotidiana.
Excelente maestro, llamaba mi atención que al impartir su clase lo hacía como si estuviera viendo las funciones y demás abstracciones matemáticas, objeto de su materia. Decía, señalando algún punto del aula: miren esta función vive aquí, y esta otra vive allá y apuntaba hacia otro sitio. Y para que ésta pase a ese otro espacio es necesario usar esta transformación, la cual de inmediato escribía en el pizarrón. Al hacerlo caminaba entre los pupitres agitando las manos como abriéndose paso. Hombre sencillo y de gran talento, siempre dispuesto a ayudar a sus estudiantes. Yo en particular, en ocasiones acudía a su cubículo para que me ayudara a resolver algún problema que tenía de tarea en alguna otra materia. Él, siempre accesible, me ayudaba empujándome con sus preguntas a que yo mismo resolviera el problema, añadiendo además toda una serie de otros temas cuyos elementos me explicaba y en forma sutil me invitaba a estudiarlos. A veces se me acercaba y me preguntaba: ¿no tienes por ahí otro problemita de tarea que no puedas resolver? Están interesantes.
En cierta ocasión, una de mis compañeras me abordó y, con cierta preocupación, me comentó que con frecuencia veía a este profesor caminando por los pasillos del edificio, hablando solo y en voz alta. Y me dijo: “Oye Manuel, sé que eres su amigo, ¿crees que le sucede algo al maestro? ¿Podrías averiguar si necesita algún tipo de ayuda?”
Como yo lo conocía bien, solamente sonreí y respondí a mi compañera que no había nada malo en su comportamiento, que así era él, que había que dejarlo en paz. No agregué que como era mi vecino, lo veía trabajar por las noches y que sólo dormía posiblemente un par de horas al día. Pero era un hombre perfectamente normal, que se sumaba con su esposa y dos hijas a todos los convivios que un grupo de mexicanos y nuestras familias solíamos organizar regularmente. En los cuales no se hablaba ni de matemáticas ni de temas “serios”, sino de los chismes habituales de ese tipo de tertulias entre paisanos. Y, de cuando en cuando, a la hora del “lunch”, tomábamos una cerveza con otros compañeros de la universidad.
Entonces, concluyo con el popular refrán: de músico, poeta y loco todos tenemos un poco. Algunos -como Tammet y aquel querido profesor- más que otros.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.