Los jóvenes de 10 a 16 años tienen un comportamiento más voluble a la hora de cooperar, diferente al resto de edades, mientras que los mayores de 66 años serían los que más cooperan, según un artículo publicado en la revista Nature Communications por científicos de las universidades de Barcelona, Carlos III de Madrid y de Zaragoza.
La nueva investigación, que es uno de los primeros estudios experimentales en el mundo que analizan cómo evoluciona la actitud cooperativa en diversas franjas de edad, tiene como autores a los profesores del grupo de investigación OpenSystems del departamento de Física Fundamental de la Universidad de Barcelona (UB), Josep Perelló y Mario Gutiérrez-Roig, Anxo Sánchez, del Grupo Interdisciplinar de Sistemas Complejos (GISC) del departamento de Matemáticas de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) y los investigadores del Grupo de Redes y Sistemas Complejos (COSNET Lab) del Instituto de Biocomputación y Física de Sistemas Complejos (BIFI) de la Universidad de Zaragoza, Carlos Gracia Lázaro y Yamir Moreno.
El dilema del prisionero, cooperar versus no cooperar
El experimento, que se presenta como un juego a través de una interfaz web desarrollada por investigadores del Instituto BIFI de la Universidad de Zaragoza, se realizó con 168 personas de entre 10 y 87 años elegidas aleatoriamente durante el Festival DAU Barcelona de Juegos de Mesa, que se celebró en la “Fábrica de Creación Fabra i Coats” de Barcelona en diciembre de 2012. El experimento se realizó en el marco de la plataforma Barcelona Lab impulsada por la Dirección de Creatividad e Innovación del Institut de Cultura de Barcelona (ICUB). El equipo instaló un laboratorio portátil con una docena de ordenadores y captó voluntarios entre los asistentes al Festival hasta completar una muestra estadísticamente relevante. Posteriormente, repitieron el experimento para confirmar los resultados, que quedaron corroborados con 53 alumnos de 12 y 13 años del colegio Jesuïtes Casp de Barcelona. En el estudio se ha utilizado una versión virtual del dilema del prisionero, un problema de la teoría de juegos que se utiliza de modelo para estudiar el comportamiento humano y en este caso la cooperación entre las personas.
El dilema del prisionero ocupa un papel central en este experimento, que da continuidad a otros ya realizados con anterioridad por algunos de los investigadores del mismo (véase http://nectunt.bifi.es), porque es la manera de ‘»preguntar'» a la gente por su cooperatividad. Los participantes se dividieron en grupos de cuatro personas según diferentes franjas de edad, además de un grupo de control. Durante 25 tandas consecutivas debían elegir entre cooperar o no hacerlo con sus compañeros de grupo, con diferentes recompensas según cada acción. El mayor beneficio para las personas que interactúan se produce cuando ambas colaboran; si una colabora y la otra no, ésta última tiene más beneficio que la que coopera; pero si nadie coopera, nadie gana nada. Los participantes tenían información sobre las acciones de sus oponentes y de las recompensas obtenidas por cada uno. Al terminar las rondas, el total de los puntos que había obtenido cada uno se transformaban en dinero, que se les pagaba en el mismo momento (en el caso de los menores, a sus padres).
Decisiones más volátiles en los jóvenes
Los resultados más destacables y novedosos del experimento muestran un comportamiento diferenciado en la franja de edad más joven. “En general, a la hora de colaborar la gente tiene en cuenta lo que han hecho los demás, lo cual se conoce como cooperación condicional, pero nuestros experimentos demuestran que los adultos también consideran sus propias acciones pasadas; es decir, su manera de actuar es más predecible y ayuda un poco a mantener la cooperación”, explica Yamir Moreno. Sin embargo, el comportamiento de los más jóvenes no sigue este patrón. “Según nuestro estudio, los niños son más volátiles en sus decisiones, no siguen una estrategia fija, y son esencialmente cooperadores condicionales, ya que se fijan mucho más en su entorno. La tendencia de los niños es estar pendientes de los otros jugadores y reaccionar según su respuesta, en lugar de estar condicionados a sus acciones pasadas. Esto dificulta que se llegue a generar un entorno cooperativo”, explica Mario Gutiérrez-Roig. En el lado opuesto, hay otra peculiaridad en los resultados, señala el profesor Anxo Sánchez: “Los mayores de 65 años parecen ser más cooperativos que el resto de edades, aunque la estadística que tenemos en este caso no es muy grande y habría que comprobarlo mejor”. Esto sugiere, como ya apunta algún otro estudio, que “adelantar la edad de jubilación puede no ser beneficioso para las empresas y que puede ser interesante buscar maneras de mantener a esa población en el trabajo o alternativamente en una situación en la que puedan seguir siendo cooperativos”, indica Sánchez.
En el segundo experimento, con estudiantes del colegio Jesuïtes Casp, realizado para corroborar los resultados, las conclusiones fueron las mismas. “Los niños estaban más cooperativos, pero el comportamiento se mantuvo igual de cambiante”, recuerda Carlos Gracia-Lázaro. “Estos resultados invitan a pensar que hay un componente evolutivo y cultural a lo largo del ciclo de la vida y que ser más proclives a cooperar es una cualidad que se puede aprender”, recalca Gracia-Lázaro.
Los resultados también tienen implicaciones en cuanto a las estrategias a seguir para fomentar la colaboración en esta franja de edad. “Sería necesario desarrollar estrategias específicas, diferentes a las de los adultos, para promover una transición hacia una conducta prosocial más persistente y para ayudarles a entender la necesidad de una cierta perseverancia. Trasladado a la educación, por ejemplo, se podría convertir en reglas más claras en los trabajos en grupo para facilitar que lleguen a acuerdos beneficiosos para todos”, explica Josep Perelló.
En otros experimentos previos ya se había observado que los niños entre 6 y 10 años desarrollan cooperatividad y esta investigación señala el momento en el que esto cambia: la adolescencia. “Las causas no están claras, pero pensamos que lo que puede ocurrir es que en fases anteriores empiezan a desarrollar una ‘teoría del otro’, como la llaman los psicólogos, lo cual les permite empatizar y ser altruistas; pero luego al hacerse mayores podrían tener una fase en la que creen que entender al otro les pone en posición de aprovecharse de él”, explica Anxo Sánchez. “Es una idea un poco intuitiva, por lo que sería necesario hacer más experimentos para ir concretando mejor causas de este cambio”, puntualiza Yamir Moreno.
Un espacio único para experimentar sobre el comportamiento humano
El estudio realizado en un espacio singular como el DAU es el resultado de la colaboración del equipo investigador con el ICUB, que ha resultado de la creación del Barcelona Lab y del grupo de Ciencia Ciudadana. Así, se ha podido, gracias a la colaboración de los grupos OpenSystems, COSNET Lab y GISC, obtener una muestra más representativa de la utilizada habitualmente en los estudios sobre el comportamiento. Tal y como explica el investigador Josep Perelló, “este tipo de estudios normalmente emplean muestras de estudiantes de ciencias sociales y económicas, con lo que eso significa en cuanto a un perfil de gente con un nivel educativo universitario y de un cierto nivel económico. Además —continúa el experto— podrían estar sesgados incluso por las propias teorías económicas que aprenden en clase. Nuestra muestra es más diversa en cuanto a la edad y el nivel socio-educativo, lo que da más generalidad a nuestras conclusiones. La idea es que el DAU Barcelona (dirigido por Oriol Comas y organizado por el ICUB) también sea un espacio experimental donde sea posible hacer estudios sobre el comportamiento humano a través de juegos con y para la ciudadanía”, apunta Perelló. “La idea es facilitar prácticas experimentales en las cuales la participación ciudadana sea importante y este artículo científico es el primer resultado relevante que surge de esta colaboración. El juego es una magnífica herramienta para investigar el comportamiento humano”, explica Perelló. “Estudios como éste permiten que la sociedad participe en los estudios científicos desde su inicio y también ayuda a explicar cómo funciona la ciencia y las fases del método científico”, concluye Mario Gutiérrez-Roig.