“Entonces el SEÑOR Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara”. (Génesis 2:15). A pesar de este versículo de la Biblia, hasta mediados del siglo XX la conciencia ecológica en la religión cristiana no empezó a brotar. Y lo hizo coincidiendo con la ecología biológica, social, humana y política.
Es posible que no surgiera antes a causa de otro versículo: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. (Génesis 1:28). La naturaleza quedó a merced del hombre, al menos en la religión judeocristiana.
Hasta los años 70 y 80 del siglo XX no surge la conciencia medioambiental. Con la extinción de numerosas especies animales y vegetales en la memoria colectiva, el ser humano creyente presta por fin atención a lo que le rodea.
Las religiones apuestan por lo ‘verde’
De forma general, todas las religiones hacen una reflexión teológica del cuidado de la naturaleza. En las tradiciones abrahámicas Dios llama a los creyentes a cuidar la creación. En las orientales, la armonía con la creación es expresión del camino de purificación y ascensión.
“Teólogos cristianos, judíos, musulmanes, budistas, hinduistas y de religiones indígenas en África, América, Europa y Asia, han abordado esta temática ecológica en la reflexión teológica”, explica a Sinc Guillermo Kerber, coordinador del Programa de Cambio Climático del Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra (Suiza).
La Biblia hebrea y el Nuevo Testamento recogen ya desde los primeros capítulos del Génesis relatos que describen la gran sinfonía de la creación. “En los Evangelios, en reiteradas ocasiones, Jesús utiliza elementos de la creación para ejemplificar su enseñanza. Las parábolas y sus discursos en general hacen referencia constante a la naturaleza, los animales, los lirios del campo, las aves, el agua, etc.”, describe el experto.
Sin embargo, existen grupos dentro de las tradiciones religiosas que no están de acuerdo con esta dimensión ecologista de la religión. “Grupos judíos y musulmanes parecen mostrar algo de interés ecológico, pero en general hay una gran falta de conocimiento sobre la conexión entre religión y ecología”, afirma Laurel Kearns, profesora asociada de Sociología, Religión y Estudios Medioambientales en la Universidad de Drew (EE UU).
Según la experta, la actividad ecologista de la tradición cristiana parece ser más intensa que la de otras religiones, porque “su alcance es global y los propios números están de su parte”. Pero las actitudes cristianas pasadas se han centrado más en la salvación de las almas y no de la naturaleza. “Ha habido una larga historia para intentar corregir esta distorsión”, aclara.
Entre los diferentes grupos religiosos, los creyentes en el budismo y el judaísmo son quienes mayor conciencia ecológica muestran. Sin embargo, “son sobre todo las tradiciones indígenas las que han cuidado más el medioambiente de forma inmediata”, apunta Kearns, quien añade que una gran mayoría de estos grupos tienen “una fuerte ética de equilibrio y respeto”.
El grito de la tierra, el llanto de los pobres
Las creencias religiosas tienden a asentarse con mayor frecuencia en sociedades expuestas a entornos más pobres, donde se esperan mayores dificultades, como hambrunas y sequías. Así lo revela un trabajo publicado recientemente en Proceedings of the National Academy of Sciences(PNAS), que establece un nuevo vínculo, esta vez entre creencias religiosas, conciencia ecológica y geografía política.
“Lo más interesante es que nuestro modelo es capaz de predecir si una sociedad exhibe creencias generalizadas en dioses moralizantes con una impresionante precisión del 91%”, explica Carlos A. Botero, autor principal del nuevo estudio e investigador colombiano en la Universidad del Estado de Carolina del Norte (EE UU). Su modelo estadístico se basa en técnicas bayesianas. Teniendo en cuenta procesos históricos y culturales, llega a la conclusión de que las sociedades más complejas –han analizado 583– tienen una mayor probabilidad de exhibir creencias en dioses moralizantes.
Botero interpreta los resultados de su análisis: “La adopción de creencias religiosas es ecológicamente adaptativa, por lo tanto permite a los grupos humanos manejar situaciones de emergencia ecológica de una manera más eficiente”. Es decir, que creer en dioses moralizantes facilita la explotación de medios más difíciles “mediante la promoción de comportamientos cooperativos dentro del grupo”, subraya.
Pero, una vez que se conoce qué sociedades son las más sensibles, ¿cómo están afectando a estas comunidades la destrucción ecológica en general y el cambio climático en particular? Hay quienes creen que las iglesias pueden ayudar a responder a esta amenaza.
“El grito de los pobres, algo hacia lo que están sensibilizadas muchas iglesias, es un eco del grito de la tierra que sufre la deforestación, la contaminación, la desertificación, el extractivismo descontrolado, en suma, la crisis ecológica”, opina Guillermo Kerber.
Cambio climático, ética y justicia social
Una de las tareas de Kerber, antiguo profesor de Ética en las facultades de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y Católica (Uruguay), es justamente mostrar que el cambio climático es una cuestión de justicia. “Los que hoy sufren más las consecuencias son los que menos contribuyeron a sus causas”, precisa. Pero para ello ha de revisar las interpretaciones teológicas y bíblicas.
Kerber recuerda que en un seminario organizado en la República de Fiyi (Oceanía) un pastor de Tuvalu le dijo: “Yo no creo en el cambio climático, ya que Dios le dijo a Noé después del diluvio que no enviaría otro sobre la tierra y que, mientras viera el arcoíris, ese era el signo de su alianza”. Pero otro pastor le respondió: “Yo he visto que los corales se blanquean, que el agua potable se saliniza por la crecida del océano, que las defensas ya no resisten las olas, por lo que el cambio climático es una realidad”.
En 1992, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo que se celebró en Rio de Janeiro (Brasil) –donde se aprobaron las tres convenciones sobre cambio climático, desertificación y biodiversidad– acogió por primera vez al Consejo Mundial de Iglesias, que ya desde los años 70 se preocupaba por las comunidades más empobrecidas y por los conceptos de paz y justicia.
“En los años 80, un proceso llamado Justicia, Paz e Integridad de la Creación (JPIC) mostró como los tres conceptos están íntimamente vinculados. El proceso JPIC agrega la dimensión ecológica: no hay paz ni justicia sin integridad de la creación, sin preocupación ecológica”, apunta.
A raíz de esta conferencia y a partir de 1995, con la celebración anual de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP), la preocupación ecológica en los grupos religiosos empezó a cobrar mayor importancia “desde una perspectiva de los derechos de las víctimas del cambio climático”, precisa el exprofesor.
En la última COP 20, celebrada a principios de diciembre en Lima (Perú), el CMI ha incidido en la perspectiva de la justicia climática y ha profundizado en las dimensiones éticas y espirituales de la amenaza del cambio climático trabajando con otras iglesias como la católica, que no es miembro del CMI, y otros organismos vinculados a iglesias como la Alianza ACT y Cáritas, entre otros.
Pero también lo hace de forma general con otras organizaciones religiosas. La Cumbre Interreligiosa sobre Cambio Climático organizada el pasado mes de septiembre por el CMI en Nueva York con 30 líderes de nueve religiones diferentes es un ejemplo del esfuerzo interreligioso sobre el clima.
“En Ginebra, hemos creado también con los franciscanos, con Brahma Kumaris y con el Foro Espiritual de Pueblos Indígenas, un Foro Interreligioso sobre el cambio climático, el medio ambiente y los derechos humanos, organizando varias actividades en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y pidiendo la creación de un relator especial de la ONU sobre el cambio climático”, explica Kerber.
El Anticristo ambientalista
La lucha contra el calentamiento global desata pasiones, hasta el punto que algunos lo consideran una religión. “Una parte de los escépticos que niegan el cambio climático etiquetan a los que argumentan a favor de la realidad del calentamiento global de \’creyentes\’ o la tildan de religión, o incluso de teología. Se trata de una estrategia para debilitar las afirmaciones y evidencias científicas”, manifiesta Laurel Kearns.
Si la respuesta al cambio climático se viera como una religión, entonces uno podría elegir entre creer o no creer en ello. “Mientras, la apabullante evidencia científica demuestra que está pasando, y una gran mayoría de científicos está de acuerdo”, sentencia Kearns. Para la profesora, “no hablamos de creencias en la ley de la gravitación universal, ni siquiera en la teoría microbiana de las enfermedades; por lo tanto, es inapropiado hablar de creer en la teoría del cambio climático porque está científicamente probada”.
No todos los sectores religiosos están a favor de los movimientos ecologistas. A pesar de que muchas tradiciones religiosas recogen aspectos medioambientales, “la mayoría cubre un amplio espectro, así que hay también grupos que piensan que no es conveniente”, reconoce Kearns.
“Hay sectores conservadores en la iglesia católica, en iglesias evangélicas y pentecostales, que piensan que luchar contra el cambio climático es hacer política, una nueva forma de ser de izquierdas; o que la ecología es el nuevo enemigo que ha reemplazado al comunismo”, destaca el uruguayo, quien reconoce que ha habido avances en estas últimas décadas y “cada vez más sectores se preocupan por el cuidado de la creación”.
Ejemplo de ello son las recientes noticias de una encíclica a los obispos del mundo del papa Francisco y una reunión de líderes religiosos sobre el clima que se celebrará el año que viene. “No pueden sino ser bienvenidas”, dice entusiasmado Kerber, porque, para él, el rol de los líderes religiosos es importante.
El Dalai Lama y el patriarca de Constantinopla, Bartolomeo, han sido precursores en estos temas. En 1989, el anterior patriarca estableció el 1 de septiembre (comienzo del año litúrgico ortodoxo) como el día de oración y protección del ambiente. Bartolomeo, por su parte, ha organizado una decena de simposios científicos sobre océanos y ríos, para mostrar datos científicos y potenciar la reflexión ética sobre el medio ambiente. Además, en sus encíclicas de cada primero de septiembre ha expresado que la destrucción del entorno es un pecado y que el cambio climático es una cuestión de justicia social.
Sin embargo, “los líderes religiosos no tienen hoy la influencia en los fieles que tuvieran antaño”, opina Kerber. Para el experto es “imprescindible” el trabajo teológico en las universidades y en comunidades, parroquias, colegios y otros espacios religiosos para desarrollar la conciencia ecológica.
Hoy, la salvación que prometen las religiones no se dirige solo a los seres humanos. Las cartas de Pablo escritas en el siglo I ya decían que la salvación es también para toda la creación que “gime con dolores de parto” (Rom 8) en espera de la nueva creación, el nuevo cielo y la nueva tierra que proclama el Apocalipsis: \’Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra\’. (Apocalipsis 11:18). Cuando se escribieron estas palabras, nadie hubiera sospechado que, 19 siglos más tarde, las acciones antropogénicas habrían causado los daños ambientales que sufrimos en la actualidad.
“Los seres humanos continuamos destruyendo la creación, el cortoplacismo prima sobre la preocupación por las generaciones futuras y la responsabilidad humana sucumbe en la civilización del hiperconsumo y la avaricia”, denuncia Kerber. En esto, religiosos y científicos están de acuerdo.
Ecoteología, ecoespiritualidad y otras corrientes ecologistas religiosas
Aunque el concepto de ecología es relativamente nuevo, la preocupación ya existía en la tradición cristiana anterior. “Algunos referentes significativos son, por ejemplo, Pierre Teilhard de Chardin, jesuita francés, arqueólogo y antropólogo, que en sus escritos expresa la noción del Dios transparente, el Dios que se muestra a través de la creación”, precisa Guillermo Kerber.
Los teólogos del proceso en el siglo XX empiezan a hablar de panenteísmo. “No panteísmo (Todo es Dios) sino panenteísmo (Dios está en todo)”, explica Kerber. Esta corriente es retomada por el ecofeminismo liderado por las teólogas Rosemary Radford Ruether, Sallie McFague e Ivone Gebara, que opinan que la violencia del hombre sobre la tierra es el reflejo de la violencia del varón sobre la mujer.
Es el sacerdote católico, historiador y ecoteólogo norteamericano Thomas Berry –en 2014 se han cumplido 100 años de su nacimiento– quien vincula, influido por Teilhard de Chardin, la ecología y la nueva cosmología con un nuevo relato. Su libro El sueño de la Tierra, escrito en 1988, contribuye en gran medida al debate sobre el medio ambiente.
A mediados del siglo XX nace la era ecológica y con ella una nueva dimensión de Dios, el ser humano y la creación. Según Kerber, la ecoteología “responde a una nueva revolución epistemológica” con reflexiones sobre el ser humano, la naturaleza y sus vínculos. Por su parte, la ecoespiritualidad introduce en la oración, la meditación y la contemplación una relación “mucho más estrecha y consciente con el ambiente subrayando que el ser humano es parte de la creación y no está por encima de ella”, declara Kerber.
Sobre finales del siglo XX, el teólogo Jürgen Moltmann publica su libro Dios en la creación. “Esta perspectiva que podemos llamar ecológica puede ser sondeada no solo en el siglo XX: San Francisco de Asís, con su vida y escritos, es un exponente excepcional de la teología y espiritualidad ecológica y por eso es considerado el patrono de la ecología”, añade Kerber.