Hoy Jared Diamond es profesor de Geografía y Ciencias del Medioambiente en la Universidad de California en Los Ángeles, pero antes ha estudiado dos doctorados; ha vivido entre las sociedades tradicionales de Nueva Guinea y ganó un Premio Pulitzer por su libro Armas, gérmenes y acero. El fin de semana, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) se acabaron las entradas para acudir a la presentación de El mundo hasta ayer, ¿Qué podemos aprender de las sociedades tradicionales?, su último libro, editado por Debate. 

¿Qué estaría pasando ahora si viviéramos en una sociedad tradicional como las que usted estudia en Nueva Guinea?

En el momento en el que nos hubiéramos visto, o yo te habría matado, o tú a mí, o uno de los dos habría salido corriendo. En vez de eso, y como vivimos en una sociedad moderna, cada uno de nosotros sabe que el otro no significa un peligro sino una oportunidad.

Pues me alegro bastante de vivir en una sociedad moderna.

En algunos aspectos son claramente mejores. Tenemos la comida asegurada, mayor esperanza de vida, nuestros hijos tienen más posibilidades de sobrevivir que en una sociedad tradicional, donde casi la mitad mueren a la edad de cinco años, y tenemos la suerte de poder viajar a distintos países. Alguien de Nueva Guinea apenas se mueve 15 kilómetros del lugar donde ha nacido.

¿Quedan muchas sociedades tradicionales en el mundo?

Apenas intactas, solo en Nueva Guinea y en el Amazonas. Pero mi último libro se titula El mundo hasta ayer porque existen muchas poblaciones, sobre todo en las zonas más rurales, en las que el ‘ayer’ todavía sigue vivo y, pese a pertenecer a sociedades modernas, mantienen muchas características de las tradicionales.

Este cambio de pequeñas agrupaciones a grandes estados se ha producido en 11.000 años. ¿Hemos tenido tiempo de adaptarnos?

El cambio de la sociedad ha sido tan rápido que el ser humano no ha tenido tiempo de adaptarse físicamente y lo percibimos en la incidencia de enfermedades no infecciosas. Nuestros riñones han funcionado a la perfección los últimos seis millones de años porque son buenos conservando sal y antes teníamos un acceso muy pobre a este elemento. En los últimos siglos, el contenido en sal de la dieta ha aumentado y nuestro organismo no ha tenido tiempo de adaptarse, por lo que la hipertensión y los problemas de corazón son comunes en las sociedades modernas. Lo mismo pasa con la comida, el azúcar y la diabetes. 

 
Jared Diamond, El Mundo hasta Ayer

¿Y desde un punto de vista psicológico nos hemos adaptado a la vida moderna?

Esto es mucho más difícil de decir porque no está claro que se necesiten cambios genéticos para ello. Sabemos que somos una especie con una espectacular capacidad de aprendizaje, y nos adaptamos rápidamente a un cambio de sociedad. Hace apenas 30 años, mis amigos de Nueva Guinea hacían herramientas de piedra y mantenían guerras tribales. Ahora leen, tienen teléfonos móviles, utilizan ordenadores y hasta son pilotos de avión. Todo ello sin un cambio genético.

¿Este cambio de sociedad tradicional a moderna es irreversible?

Vamos a descubrirlo en los siguientes 30 años. Si sobreexplotamos los recursos naturales, el primer mundo colapsará por razones ecológicas y volveremos a las condiciones tradicionales. En este caso, ser de Nueva Guinea supondrá una gran ventaja porque no creo que mucha otra gente sepa construir herramientas de piedra. También lo será el vivir en un ambiente rural remoto, donde la gente saldrá adelante mucho mejor de lo que lo harían los urbanitas de Madrid o Barcelona.

En su libro clasifica a las sociedades modernas como WEIRD, que significa ‘raro’ en inglés. ¿Por qué?

Es un acrónimo de los conceptos oeste, educación, industrialización, riqueza y democracia (en inglés western, educated, industrialized, rich y democratic) y define a un tipo de sociedad que representa una parte muy pequeña y extrema de la diversidad humana. Muchos estudios de psicología sobre la educación de los niños comparan individuos de distintas sociedades, pero todas de este mismo tipo, y en sus resultados no contemplan las prácticas tradicionales, mucho más variadas.

¿Tan diferente es la educación de los niños en los dos tipos de sociedad?

En las modernas queremos que nuestros hijos tengan confianza en sí mismos y sean independientes, pero a la hora de la verdad nosotros gestionamos su tiempo y les marcamos a qué hora les toca jugar a fútbol, hacer los deberes, aprender piano, cenar y volver a hacer los deberes. Cuando llegan a los 14 años se encuentran con un cuerpo de adulto y sin ninguna experiencia en tomar decisiones. Es entonces cuando, por supuesto, tienen la típica y terrible crisis de los adolescentes. 

“Me gustaría envejecer en una sociedad moderna que haya leído mi libro y haya aprendido cómo tratar a la gente mayor

¿En las sociedades tradicionales no existe esta crisis de la adolescencia?

En las de la Amazonia y Nueva Guinea los niños tienen mucha libertad, incluso cuando son bebés y deciden si jugar con un cuchillo o no. Además los grupos de juego no están divididos por edades, por lo que los más jóvenes aprenden de los mayores y estos cuidan a los pequeños. El resultado es que a los 14 años no solo toman sus propias decisiones de manera confiada e independiente, sino ya pueden convertirse en buenos padres y madres. Mi primer hijo nació cuando yo ya estaba cerca de los 50 y yo nunca había cambiado un pañal.

El cuidado de las personas mayores cambia mucho entre los distintos tipos de sociedades. ¿En qué entorno le gustaría envejecer?

En las sociedades tradicionales hay mucha variabilidad en este aspecto. Algunas de ellas, como las que se desplazan cada semana o las que tienen poca comida, matan a las personas mayores. No se trata de un acto de crueldad, sino que no tienen otra opción. Dejando estas al margen, en una sociedad tradicional te acostumbras a morir a los 40 o 50 años, pero envejecer suele ser más satisfactorio que en una moderna, donde corres el riesgo de acabar solo, lejos de tu familia y amigos. Escojo la opción de envejecer en una sociedad moderna que haya leído mi libro y haya aprendido cómo tratar a la gente mayor.

En su libro no idealiza a las sociedades tradicionales, pero defiende que las modernas pueden aprender muchas cosas de ellas, como la resolución de conflictos.

En España y en EE UU, como sociedades modernas que son, los accidentes de coche, los divorcios y las peleas por una herencia suelen acabar en el juzgado, donde el caso se resuelve sin tener en cuenta los sentimientos de los implicados. El juez es quien decide si alguien va a prisión, quién tiene derecho a recibir dinero y quién se queda con la casa, sin importarle en absoluto si el hombre y la mujer divorciados se odian por el resto de su vida. La diferencia principal con las sociedades tradicionales es que en estas el objetivo no es diferenciar entre el bien y el mal, ni dar ejemplo, ni imponer un castigo, sino restaurar los sentimientos.

“El objetivo de la justicia tradicional no es diferenciar entre el bien y el mal, ni dar ejemplo, ni imponer un castigo, sino restaurar los sentimientos”

¿Por qué esta gran diferencia?

Las sociedades tradicionales son pequeñas y la gente con la que tratas es y será siempre la misma, por lo que la prioridad es mantener una buena relación. Esto también sucede en las zonas rurales. En Montana, si dos rancheros tienen un problema, no llaman a la policía ni a los abogados, lo discuten entre ellos porque saben que van a ser vecinos durante los siguientes 60 años. En las grandes poblaciones, en cambio, si tienes un accidente de coche con alguien es posible que no lo vuelvas a ver jamás y no importa si os odiáis.

¿Cree que la justicia moderna debe incorporar la preocupación por los sentimientos de los implicados en un conflicto?

En el libro explico un caso real en el que un señor fue encarcelado por atropellar y matar a un hombre. Los miembros de un movimiento llamado «justicia reparadora» logró que la viuda y el conductor se encontraran, con el objetivo de que se vieran como seres humanos con razones y sentimientos. La viuda le explicó al hombre lo que sentía al haber perdido a su marido. El conductor le contó que había sufrido abusos físicos y sexuales, y que el día del atropello estaba rabioso porque tenía dolor de espalda y su novia lo había dejado. Admitió ante la mujer lo que nunca había admitido en el juzgado: que había matado a su marido de manera intencionada. Fue un encuentro con mucha carga emocional y al final la mujer dijo que perdonar es difícil pero no perdonar es más difícil aún. Es un intento de tratar con los sentimientos en el contexto de la justicia de Estado, un área en la que la sociedad moderna puede aprender mucho de la tradicional.

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