Este viernes 22 de junio, la Orquesta Sinfónica de Xalapa (OSX) habrá de hacer escuchar una de las obras capitales en el sinfonismo decimonónico. Se trata de la Séptima sinfonía en mi mayor del austriaco Anton Bruckner (1824-1896), obra estrenada en la ciudad de Leipzig, el 30 de diciembre de 1884.
La audición será en la sala “Emilio Carballido” del Teatro del Estado, y dará inicio en punto de las 20:30 horas, con dirección de Lanfranco Marcelletti.
Esta obra es una de aquellas partituras que día a día ganan adeptos entre el auditorio joven o escasamente acostumbrado a asistir a las salas de concierto, por la relativa sencillez de una arquitectura sonora que se extiende hasta casi 70 minutos.
Posee, además, una atmósfera resplandeciente debido al predominio de tonalidades agudas y brillantes, y una indiscutible belleza temática que hace de algunos de sus pasajes momentos inolvidables, en particular el Adagio, una de las páginas más apasionantes de toda la literatura sinfónica. Se afirma que este fragmento fue motivado por la dolorosa impresión que le causó la muerte de Richard Wagner.
En Xalapa radica Eduardo Storni, quien en el mundo de habla hispana es uno de los grandes conocedores del compositor que nos ocupa. Su libro Bruckner, el cantor de Dios resultó no sólo el primer ensayo biográfico verdaderamente importante en torno de la personalidad de este compositor. Fue también el documento que develó detalles desconocidos de una personalidad fascinante.
En entrevista publicada por la Gaceta de la Universidad Veracruzana, Storni indica que, contrario a lo que la generalidad supone, Bruckner nunca estuvo influenciado por el estilo de Richard Wagner. Es Franz Schubert el precursor en su obra y desde la Sinfonía cero hasta la séptima, su plantilla orquestal básica es la que Schubert empleó en su Novena sinfonía.
“Ciertamente, en la Séptima añade las tubas wagnerianas como refuerzo de los metales, pero eso debemos observarlo como sólo el empleo de un recurso como timbre intermedio entre los cornos y los trombones”, indicó el conocedor.
En cierto momento, Bruckner se convirtió sin querer en una figura clave en la encarnizada contienda que libraron los partidarios de Wagner y los de Johannes Brahms. Estos últimos (entre ellos el temido crítico vienés Eduard Hanslick) lo atacaron sin cesar y le hicieron muy pesado su camino. Pero Hanslick, al final, terminó confesando que su animadversión no le permitió abrirse a un juicio ecuánime; la suya era una posición absolutamente visceral.
Otro detalle interesante es la devoción religiosa de nuestro autor. “Cuando impartía su cátedra y sonaba el Ángelus, interrumpía la clase y rezaba. Quizás el paralelo en este sentido sea César Franck, un hombre místico, de profunda religiosidad y con familia e hijos. La diferencia es que Bruckner pasó su vida buscando a la que habría de ser su mujer, y nunca la encontró. Se supone, con cierto grado de verosimilitud, que Bruckner murió célibe. Esto podemos explicarlo por la integridad de su carácter y por la fuerza de sus convicciones”, afirmó Storni.
El estudioso considera que cada una de las sinfonías de este compositor, a partir de la Segunda, podría ser la culminación del proceso de toda una vida en cualquier otro compositor.
Como dato adicional, algunos pasajes de la Séptima sinfonía fueron utilizados por Luchino Visconti como fondo musical para su filme Senso (1954). El cineasta tomó los fragmentos más sensuales y dramáticos de la partitura para conseguir imágenes de enorme belleza plástica.
El programa se complementa con el Preludio al primer acto de la ópera Lohengrin, de Richard Wagner (1813-1883).