León Olivé Morett, académico del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sostuvo en la Universidad Veracruzana (UV) que a partir del siglo XX se empezó a suscitar una revolución tecnocientífica basada en la generación de conocimiento con fines económicos –y en ocasiones militares–, lo cual acentuó las problemáticas sociales, políticas, económicas y ambientales que arrastramos desde siglos anteriores.
En su conferencia “Cultura y saberes en la sociedad del conocimiento”, impartida a estudiantes de la Facultad de Filosofía de esta casa de estudios, comparó dicho movimiento con la revolución científica que se dio en los siglos XVI y XVII, época en la que surgieron las ciencias modernas que impactaron directamente en el campo de la cultura y en las representaciones que tenía el ser humano de sí mismo, “se volvió más egocéntrico”.
Mientras que la Revolución Industrial del siglo XVIII fue tecnológica y tuvo un impacto social, cultural y económico muy fuerte, y trajo consigo ciertos problemas que hoy se viven en el campo del conocimiento; “entonces tenemos que reflexionar si el modelo actual es el que más nos conviene para transitar a la sociedad del conocimiento”, señaló.
Explicó que la revolución tecnocientífica consiste en el surgimiento de novedosos sistemas de generación del conocimiento (científico y técnico) y de intervención en la realidad (sistemas técnicos), donde las nuevas tecnologías de la información juegan un papel relevante.
Entre sus principales características es que agrupan a conjuntos de científicos y tecnólogos que tienen importantes financiamientos para hacer sus investigaciones, las cuales la mayoría de las ocasiones responden a intereses y valores militares, como es el caso Manhattan con la bomba atómica, la investigación nuclear o la biotecnología.
“Nos plantea nuevos problemas que surgen desde el punto de vista de la tecnociencia: qué decir, qué investigar, cómo hacerlo, para qué, qué proyectos deben financiarse, a quién debe estar dirigida la investigación, cómo vigilar las consecuencias de su aplicación, cómo y quiénes deben evaluarlos, entre otros más”.
Pese a que estos sistemas de producción basados en el conocimiento han generado más riqueza a nivel mundial, indicó que poco se ha hecho para minimizar una serie de problemas que se arrastran desde el siglo XVIII, principalmente relacionados con la distribución de la riqueza, la justicia, la igualdad y el medio ambiente.
Y lanzó las siguientes interrogantes: “¿La riqueza está distribuyéndose de manera equitativa? ¿Caminamos a una sociedad justa? ¿Hay mejor bienestar y felicidad para la mayoría? ¿Los mecanismos son sustentables? ¿Se garantizan los recursos naturales para las generaciones futuras? ¿Se reconoce y respeta la diversidad cultural?”.
Ante esta situación actual, Olivé Morett propuso un nuevo concepto de sociedad del conocimiento que tenga como objetivo una sociedad justa, democrática y libre, donde el conocimiento sea accesible a todos en general para satisfacer sus necesidades básicas y solucionar problemas fundamentales.
Para alcanzar este modelo, expuso, debe existir una participación activa de la sociedad en la definición, solución y evaluación de las propuestas como políticas públicas que ayuden a resolver los problemas a los que se enfrentan día a día, y “no deben ser los gobernantes, asesorados por tecnócratas, los únicos en tomar las decisiones”.
Agregó que los miembros “deben ser capaces de generar el conocimiento que haga falta para la comprensión y solución de los problemas; también, de apropiarse del conocimiento disponible, el cual puede ser generado en cualquier parte del mundo.”
Pero aclaró que el ejercicio de evaluación que hará la sociedad no debe ser confundido con juzgar si es buena o mala la investigación, sino que debe evaluarse el uso que se hace del conocimiento surgido de temas científicos específicos.
Cabe mencionar que hizo un breve paréntesis para hablar sobre el papel que juega el científico en la sociedad del conocimiento, el cual debe ser desinteresado y compartir su conocimiento; sin embargo, “hemos visto que existen científicos que trabajan en beneficio de intereses económicos y militares, y otros que piensan en el bien común. Esta situación confunde a la ciudadanía sobre el verdadero papel que debe tener dentro de la sociedad, como es el caso del maíz transgénico”.
Por último, destacó que el papel de la universidad pública y del profesor universitario debe ser colaborar en la formación de nuevos científicos, así como crear y fortalecer la cultura tecnológica y científica para aplicarla en beneficio de toda la sociedad.