La trata de personas es un fenómeno que ha sido poco analizado, aunque en el presente siglo diversos organismos internacionales han puesto especial atención y le han dado una definición internacional que abarca la explotación sexual y laboral, la esclavitud, así como la extracción y el tráfico de órganos, que constituyen una forma de violencia extrema porque se basa en la pérdida de la salud y hasta de la vida.
La doctora Marta Torres Falcón, académica del Departamento de Sociología de la Unidad Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), señala lo anterior en el artículo El Nuevo Rostro de un viejo fenómeno: la trata de personas con fines de explotación sexual y los derechos humanos, publicado en la revista Sociológica número 89, editada por la mencionada sede universitaria.
La académica sostiene que los procesos de globalización y las tecnologías de la información son aspectos que han redefinido en gran medida los fenómenos sociales, en algunos casos para bien, pero en otros genera o refuerza condiciones de vulnerabilidad, contexto que propicia la trata de personas.
Las desigualdades sociales y económicas en América Latina se han polarizado en las últimas tres décadas lo que, visto en términos de género, vulnera mucho más la condición de las mujeres.
La pobreza, marginación y violencia muchas veces traen como resultado grandes flujos de migración, y en este sentido las mujeres resultan un sector susceptible de caer en las redes de tratantes en algún punto del trayecto; esto es en primera instancia producto de la discriminación contra lo femenino, una práctica tan arraigada en las sociedades mexicanas que suele pasar inadvertida.
La doctora Torres Falcón identifica las formas de operar de la delincuencia organizada para la trata de personas en tres fases: la primera es la captación de víctimas, la segunda, el traslado, que puede ser dentro del mismo país o fuera, y finalmente la explotación.
En la primera fase la táctica de los enganchadores es comúnmente el engaño, mediante mecanismos que van desde la palabra amable, el trato amistoso, hasta la brutalidad del secuestro; se las seduce con promesas de una mejor vida o un buen trabajo.
En la fase de traslado se somete y debilita a la víctima al alejarla de su entorno familiar y comunitario para obligarla a pagar, y desde ese momento puede sufrir atrocidades como humillación, violación o tortura; en esta parte de la secuencia se suscitan diversos escenarios que viven las mujeres victimizadas.
La explotación está basada fundamentalmente en el comercio sexual en el que la mujer es sólo cuerpo y la ubican en distintos mercados como el de la pornografía, el trabajo como bailarinas o meseras en centros nocturnos, la atención a clientes en casas de masajes y el comercio sexual explícito en diferentes lugares.
Todas estas prácticas constituyen graves transgresiones a los derechos humanos que están tipificadas como delitos por los más altos organismos internacionales. Aún hay mucho por hacer, pero de lo más importante es incorporar un enfoque de género para el análisis de la problemática, asegura la investigadora.
“La noción de igualdad, principio normativo de la teoría y la práctica de los derechos humanos, debe aplicarse con todo rigor a las relaciones de género”, subraya la autora.