La canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II obedeció a razones políticas de Estado, que buscan una estrategia de equilibrio entre los sectores conservadores y progresistas que impulsan dos modelos diferentes de Iglesia católica, señala la doctora Nora Alejandra Pérez-Rayón Elizundia, del Departamento de Sociología de la Unidad Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
La profesora-investigadora considera que el Papa Francisco envió un mensaje de unidad institucional entre los diversos grupos en busca de alcanzar acuerdos renovadores para el Sínodo Extraordinario para la Familia, que se realizó en octubre de 2014.
En el artículo La canonización como política de Estado, publicado en la revista El Cotidiano, editada por la Unidad Azcapotzalco de la UAM, dice que “los conservadores se sienten amenazados por el modelo eclesial del Papa Francisco”.
Jorge Mario Bergoglio se ha distinguido por tener un comportamiento público diferente a sus antecesores –en particular a Juan Pablo II– y sus discursos y mensajes centran a la Iglesia alejada del lujo y la ostentación; la sencillez y la modestia son los emblemas del nuevo pontificado.
Francisco encabeza una Iglesia dividida por una mayoría conservadora y una minoría progresista. La historiadora explica que la candidatura de Juan XXIII – representada por la corriente renovadora– fue para limitar los ímpetus del grupo conservador que defiende la forma de gobierno intraeclesiástico y la ortodoxia doctrinal de Karol Wojtyla, cuya legitimidad es cuestionada por su omisión en los casos de encubrimiento institucional de pederastia y abuso sexual.
De hecho “la canonización de Juan Pablo II representa a futuro, en un mediano plazo, una amenaza para la legitimidad histórica de la institución”, pues “los casos de abuso sexual y encubrimiento están debidamente documentados”.
Pero admite que “sin la canonización, Wojtyla hubiera pasado a la historia como un gran político y diplomático a nivel internacional, y seguramente también se le reconocerían otras atribuciones en su justa dimensión”.
Pérez-Rayón recuerda que las beatificaciones y canonizaciones forman parte de una tradición histórica –que data de hace más de dos mil años– con resultados exitosos para el desarrollo y fortalecimiento institucional de la iglesia Católica, que en virtud de tal nombramiento se constituye como un modelo de vida cristiana.
En su análisis señala como razones de la relativa marginación en la memoria colectiva del pontificado de Juan XXIII, la brevedad de su periodo (cinco años, 1958-1963) y porque la globalización y desarrollo de los medios de comunicación era limitada.
El pontífice mostró profunda preocupación por la confrontación entre cristianismo y modernidad, entre tradición y renovación; estaba convencido de que era necesario que la jerarquía eclesiástica y sus congregaciones reflexionaran sobre profundas transformaciones de la iglesia para adaptarse al mundo moderno y en el contexto de la Guerra Fría contribuir a la paz mundial.
Del Concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII, los debates concluyeron en cambios importantes como reconocer que la iglesia no era una “sociedad perfecta”; las misas dejaron de oficiarse en latín en los países y los sacerdotes darían misa de cara a los fieles.
El espíritu renovador del Concilio Vaticano II significó para el Episcopal Latinoamericano el surgimiento del movimiento de la Teología de la Liberación que llevaría a la práctica un innovador modelo de Iglesia, donde los pobres y el compromiso de acompañar al pueblo de Dios en su lucha por liberarse de las condiciones de opresión económica y política sería su eje principal.
Juan Pablo II fue un político exitoso que ofreció un pontificado de 26 años congruente con su proyecto; pretendía la unidad de la Iglesia fortaleciendo la ortodoxia doctrinal centralizando la autoridad en Roma y exigiendo disciplina al clero y a la jerarquía.
Se apoyó en congregaciones religiosas conservadoras como el Opus Dei, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo y su Regnum Christi, y por otro lado debilitó a corrientes progresistas de los jesuitas, entre otras.
El Papa más político y diplomático de los tiempos modernos advirtió en el discurso al clero promotor y simpatizante de la Teología de la Liberación en América Latina que los sacerdotes no son líderes políticos ni sociales, sino religiosos.
La posición privilegiada de la iglesia católica no ha estado fuera de crisis, más ahora con el creciente número de fieles del Islam y de las denominaciones cristianas no católicas.
A este panorama se agrega que los ateos y agnósticos son casi un mil millones y los fieles católicos utilizan libremente su propio criterio para decidir sobre su vida privada y pública al margen de las directivas institucionales, concluye
(UAM)